La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) ha desarrollado por varias décadas el Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA). Se trata de un ejercicio de evaluación estandarizado de la Educación, mediante el cual se estiman las capacidades y aprendizajes de las y los jóvenes que están en edad escolar, respecto de los retos reales de la vida cotidiana y los retos que enfrentarán en la vida diaria en el futuro. En el año 2022 se aplicó en 81 países.
Escrito por: Mario Luis Fuentes
En el caso de México, la evaluación se lleva a cabo desde el año 2000, por lo que puede tenerse ya una visión de largo plazo sobre los resultados que se han obtenido a lo largo de poco más de dos décadas. En ese sentido, los resultados son decepcionantes a la vez que preocupantes, pues lo que se tiene es que, en todas las áreas, los avances son prácticamente nulos.
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En efecto, en la medición 2022, para las áreas de matemáticas y ciencias, se tienen resultados inferiores a los que se tuvieron en 2018, antes del impacto de la pandemia; mientras que en el ámbito de la lectura se tienen resultados relativamente similares.
Sin embargo, cuando estos datos se observan respecto de las mediciones del año 2000 y 2003, las puntuaciones son casi las mismas que las obtenidas en el año 2022 en todas las áreas, lo que significa que hoy las y los niños mexicanos aprenden y tienen el mismo nivel de comprensión de lectura, de razonamiento matemático y de aplicación del conocimiento en la ciencia, que hace 20 años.
Es cierto que en la mayoría de los países evaluados se tuvo una caída en el puntaje promedio obtenido respecto del año 2018; pero en los más avanzados, los resultados que se obtienen respecto de hace 20 años registran mejorías sustantivas, lo cual no es sino muestra del ensanchamiento de las brechas que existen en capacidades y aprendizajes respecto de lo que se está logrando en otras geografías.
Para comprender de lo que se está hablando, al comparar a México con Singapur, el país que obtuvo los más altos puntajes en la prueba del 2022, hay que señalar que, en el ámbito de las matemáticas, nuestro país registró un promedio de 395 puntos, mientras que aquel país asiático logró 575 puntos.
En el ámbito de capacidad y comprensión lectora, el puntaje para México fue de 415, mientras que en Singapur se llegó a casi 550 puntos; mientras que en razonamiento científico la diferencia fue de 410 frente a poco más de 561 puntos.
Otra forma de comprender las brechas es comparando cómo se presentan las desigualdades entre quienes tienen los más bajos y los más altos porcentajes al interior de cada país. En efecto, si se compara al 20% más alto de México, su desempeño es apenas superior al del 20% más bajo de Turquía, y apenas similar al 20% más bajo de Vietnam.
En términos generales, la caída que registra México para el periodo 2018-2022 es de -4 puntos porcentuales; caída sólo superada por la registrada en Costa Rica, donde fue de -17 puntos. Estos resultados nos ubican por debajo de Uruguay y Chile; aunque por arriba de Argentina, Brasil, Colombia y Perú.
Considerando además las capacidades y recursos de que dispone nuestro país, la aspiración debió ser que, en las dos décadas que transcurrieron desde que inicio la evaluación y hasta nuestros días, pudiéramos ubicarnos al menos en el nivel promedio de la OCDE; sin embargo, estamos aún muy lejos de ello: en el 2018, el puntaje promedio de la organización fue de 490 puntos, frente a 409 de México; mientras que en el 2022 el puntaje en México fue de 395 puntos, frente a 475 de la OCDE.
Cuando en el año 2000 varios países obtuvieron resultados por debajo de lo esperado, se llevaron a cabo profundas reformas bajo la pregunta básica de: “¿qué se ha hecho mal, y qué debemos mejorar?”. Finlandia, Alemania, Japón y Singapur son quizá los ejemplos más claros de profundas reformas curriculares y pedagógicas que fueron calificadas en varios espacios incluso como “radicales”, pero que en el largo plazo han mostrado su eficacia.
Frente a esos ejemplos, no deja de llamar la atención la más reciente reacción del titular del Ejecutivo Federal, descalificando la prueba y colocándola como “una más” en la lista de las “evaluaciones neoliberales”, que, por serlo, son automáticamente echadas al cesto de la basura.
A pesar de lo anterior, un dato que debe tomarse seriamente respecto de la prueba es que la desigualdad que se reportó entre los grupos de mayor y más bajo desempeño se redujo. Pero en lo que debe ponerse mayo atención es que esa reducción se debió a la pérdida de puntos del segmento de más alto aprendizaje; es decir, se cerró la brecha, pero por un más bajo desempeño del segmento que lo hacía mejor en años previos, y no por una mejoría en los segmentos de menor aprendizaje.
Si se piensa todo este tema al amparo de la Convención de los Derechos de la Niña y el Niño, así como al contenido de nuestra Carta Magna en lo relativo a los derechos de las infancias, estamos ante un claro ejemplo de violación de los principios de progresividad y no regresión. Por lo que la posición del gobierno de la República debiera modificarse y antes bien, garantizar que ninguna niña o niño se quede atrás en las posibilidades y oportunidades para el desarrollo.
El argumento respecto de que la Prueba Pisa mide sólo capacidades que importan “al modelo neoliberal” no se sostiene. Porque la creación artística, el florecimiento de las humanidades y las artes; así como la posibilidad de potenciar valores cívicos, están directamente relacionados con las capacidades de que disponemos los seres humanos para abstraer la realidad y llevar al lenguaje a límites ante son sospechados.
Ningún gran humanista ha rechazado a las matemáticas: Leonardo, Miguel Ángel, Erasmo, Juan Luis Vives, Descartes, eran todos hombres sabios que valoraban y atesoraban tanto a las matemáticas como a la poesía. La diferencia no está allí, sino antes bien, en el uso ideológico y sectario que puede darse a los saberes, pero eso es motivo de otro tipo de reflexión y debate.
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Investigador del PUED-UNAM
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