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Educar a los jóvenes del Siglo XXI

por José Morales

Nuestro mundo enfrenta retos globales en el campo de la educación cuya solución no se dará ni en el corto ni en el mediano plazo. Resumo estos grandes retos en tres: la profundidad del pensamiento; la necesidad de relacionarse y constituir redes de colaboración; y la producción del conocimiento congruente con los nuevos tiempos


Hago eco de una discusión que, hace unos años, tuvimos los rectores de las universidades confiadas a la Compañía de Jesús en el mundo, sobre los desafíos que el cambio de época está lanzando a la tarea educativa. De aquella reunión, y particularmente de la alocución del Padre Adolfo Nicolás, Superior General de los jesuitas, es que resumo estos grandes retos en (I):

Profundidad de pensamiento

El contexto de la globalización, que ha marcado decisivamente la nueva época, es un fenómeno ambivalente: al mismo tiempo que ofrece posibilidades formidables a las personas y a los pueblos, genera graves problemas y nuevas desigualdades que exigen soluciones creativas. Obvio las muchas aportaciones y positivas posibilidades de las tecnologías de la información, y me centro en sus aspectos problemáticos.

El primer problema que salta a la vista es el de la superficialidad globalizada. Con la gran velocidad y el poco esfuerzo que se requiere para obtener un enorme caudal de información, la dificultad estriba en discernirla. Cuando las opiniones circulan de manera tan inmediata, como, a veces, irreflexiva, y desde ellas se van configurando percepciones y sentimientos, el difícil y minucioso esfuerzo de pensar críticamente se vuelve una virtud cada vez más precaria. Cuántos alumnos hoy en día pueden “copiar y pegar” sin necesidad de reflexionar lo que están escribiendo, o de definir sus propias ideas con precisión, o de expresar su conclusión sobre el tema que están tratando.

Algo semejante sucede con el estrépito del mundo y sus problemas que, muchas veces, quedan en la superficie, disimulados por las felices y apacibles imágenes de los comerciales de la televisión o simplemente acallados por la música de un iPod.

Cuando cualquiera se puede hacer “amigo” de quien sea y con la misma facilidad dejar de serlo sin ni siquiera haberse visto o haberse encontrado en algún momento, también las relaciones se vuelven impersonales, superficiales.

Las nuevas tecnologías, junto con algunos de sus valores subyacentes, están dando forma, de este modo, al mundo interior de muchas personas, en particular de los jóvenes, y pueden limitar la plenitud de su florecimiento como seres humanos, o condicionar sus respuestas a un mundo urgido de salud intelectual, moral y espiritual.

“Una percepción banal y egocéntrica de la realidad –cito al P. Nicolás– hace casi imposible la compasión por el otro; contentarnos con satisfacer los deseos inmediatos o dejar que la pereza nos impida enfrentar las solicitudes que compiten por nuestras lealtades profundas desemboca en que seamos incapaces de comprometer nuestra vida con lo que realmente vale la pena (…). La gente pierde la capacidad de lidiar con la realidad; hay un proceso de deshumanización que quizá sea paulatino y silencioso, pero que es muy real”.

De este modo, la superficialidad global plantea el desafío de promover creativamente la profundidad de pensamiento y la imaginación en las nuevas generaciones. De aquí que sea fundamental conocer y entender con toda lucidez el mundo interior que están creando la globalización y las nuevas tecnologías, para enfrentar adecuada y decididamente los efectos nocivos de la superficialidad.

La importancia de la colaboración

Un segundo desafío estriba en la necesidad de formular propuestas y acciones de manera colectiva, lo cual conlleva una exigencia de articulación entre instituciones muy diversas para construir, a través de la educación, un mundo con más alternativas para todos.

De la misma manera que la globalización ha desdibujado las fronteras, la identidad, el sentido de pertenencia y la responsabilidad se han visto redefinidas y ensanchadas. Ahora es palpable, por ejemplo, el hecho de que, a pesar de la gran diversidad de pueblos y naciones, existe una sola humanidad que enfrenta retos y problemas comunes que, por afectar a todos, crean la responsabilidad común de procurar el bienestar del mundo entero y su desarrollo de una manera sostenible. Junto con este sentido responsabilidad compartida se cuenta ahora con numerosos medios para incrementar la colaboración entre instituciones, siempre y cuando se tenga la voluntad para hacerlo.

Si la finalidad común de las universidades es el aporte sustantivo al mejoramiento de la sociedad, ¿no podrían éstas organizarse de forma que sumen esfuerzos y construyan relaciones de colaboración eficaz, enfocadas al logro de este objetivo? Las instituciones educativas, con sus reservas de inteligencia, conocimiento, talento, visión y energía deben insertarse en la sociedad para ser una fuerza cultural que difunda y promueva la verdad, la virtud, el desarrollo y la paz en la sociedad.

La globalización ha traído una conciencia nueva de pertenencia a una sola humanidad con un destino común, y ha aportado las herramientas necesarias para articular los esfuerzos que se realicen por mejorar este destino común. El desafío que se sigue de esta nueva situación es precisamente construir mecanismos de cooperación que amplifiquen los esfuerzos a favor de los cambios que requiere una sociedad más equitativa.

Producción del conocimiento congruente con los nuevos tiempos

El tercer desafío tiene que ver con una de las funciones sustantivas del quehacer universitario: la investigación; esto es, la búsqueda genuina de la verdad y del saber, lo que con frecuencia se denomina “la producción de conocimiento”.

El reto que la nueva época lanza al campo de la investigación proviene del hecho de que la globalización ha producido una nueva desigualdad entre quienes disponen del poder que les da el saber y quienes quedan excluidos de sus beneficios porque no tienen acceso a él.

En la nueva sociedad, el crecimiento y desarrollo de las personas, las culturas y el entramado social dependen en gran medida del acceso al conocimiento. Por lo que surge la pregunta sobre a quién beneficia el conocimiento producido en las universidades; o quiénes, por estar marginados de esta nueva sociedad, lo necesitan más.

Finalmente, el mundo globalizado ha visto la expansión de dos “ismos” rivales: por un lado, una cultura dominante marcada por un laicismo agresivo que pretende que la fe no tiene nada que decir al mundo y a sus grandes problemas; y, por el otro, el resurgimiento de distintos fundamentalismos religiosos que frecuentemente reaccionan con miedo o ira al avance de la cultura mundial. Considero que la investigación tiene que facilitar la compresión de estos problemas y buscar formas de convivencia más armónicas entre los pueblos que, pese a la gran tendencia unificadora, permanecerán diversos.•

Nota:

La alocución del P. General puede consultarse en su versión original en inglés en: http://www.uia.mx/shapingthefuture/files/NicolasSJJHE-April232010.pdf

José Morales Orozco
Rector de la Universidad Iberoamericana. Es Sacerdote jesuita y Doctor en Teología por la Pontificia Universidad de Comillas, en Madrid, con Licenciatura en Letras por el Instituto de Literatura; en Filosofía, por el Instituto Libre de Filosofía y Ciencias; y en Teología, por el Colegio Máximo de Cristo Rey. Fue Rector Académico del Instituto Libre de Literatura y del Instituto Libre de Filosofía y Ciencias; así como representante del Consejo de Universidades Particulares e Instituciones Afines (CUPRIA) en el Consejo de la ANUIES; segundo Vicepresidente de la Junta Directiva de la Asociación de Universidades Confiadas a la Compañía de Jesús en América Latina; y Presidente de la Asociación de Universidades Confiadas a la Compañía de Jesús en América Latina (AUSJAL).
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