Las mujeres han sido representadas en la pintura, desde la Antigüedad, de alguna manera en la que podemos apreciar su papel en la sociedad. A lo largo de la historia del arte, las mujeres han aparecido en los cuadros enmarcadas en determinados tipos: como mujer seductora, como madre amorosa, como femme fatal, etc., y una de ellas es la de “el ángel del hogar”.
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Desde luego, al igual, el arte nos ha brindado numerosas imágenes de mujeres casadas en sus papeles de esposas, madres y amas de casa. El tema del hogar estuvo siempre protagonizado por la actividad de la mujer porque, por cuestiones de género, se consideraba que ese era su reino y dominio, independientemente de la clase social a la que perteneciera. Así, se la representó atendiendo y educando a sus hijos, como solícita esposa y atareada en las faenas propias de la casa y por ello se pernsó en la figura de “el ángel del hogar”.
La pintura de género es aquella en la que representan escenas de la vida cotidiana, también es conocida como “costumbrista” y es considerada como un arte menor, poco intelectual; sin duda resultó interesante pues reflejó escenas de la vida misma. Los protagonistas son personajes desde clases populares o de la burguesía que están representados en alguna escena por ejemplo en la calle, el mercado, las fiestas, tabernas, escenas familiares y románticas, labores en el campo, los oficios, tareas hogareñas, bailes en las aldeas.
En el siglo XVIII gracias a las ideas ilustradas se trató de educar en la representación de las mujeres “madres felices” que transmitía la idea de felicidad a través del matrimonio, y fue la visión propagandística de la defensa del matrimonio por amor y no por conveniencia. Ya desde esa época se empezó a considerar a la familia como una unidad social en la cual los individuos podían hallar la felicidad como maridos y esposas, como padres y madres. Por ejemplo, una artista que viene como anillo al dedo para ejemplificar esto es Elisabeth-Louise Vigée-Lebrun quien ella misma se autorretrata con su hija Julie como madre amorosa, cercana y cariñosa. Lo curioso es que empezando el siglo XIX, también algunas mujeres artistas fueron quienes mejor realizaron ese tipo de obras.
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En el siglo XIX, a pesar de las dificultades que tuvieron las mujeres para poder dedicarse al arte, se incrementó el número de mujeres artistas. Sin embargo, de 1820 a 1870 el panorama se tornó más conservador e inclusive la práctica artística de las artistas mujeres fue vista más como un pasatiemo; creciendo la dificultad para acceder a las academias. Los argumentos eran más de tema moral: “se temía por el carácter de las mujeres, que corrían el riesgo de corromperse o, peor aún, de masculinizarse al estar rodeadas de hombres” (Mayayo, 2003).
Así, este tipo de ideología burguesa fue imponiéndose y ubicó a los hombres en el ámbito público y a las mujeres en el hogar; se impuso nuevamente a “la familia” como referente y principio fundamental en la organización social: “la misión de la mujer se circunscribe a su papel de madre, esposa e hija. La línea que separa lo privado de lo público es también la que separa la feminidad respetable de la desviada” (Mayayo, 2003).
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Esas ideas se propagaron a muchos países occidentales a lo largo del siglo; la supremacía del marido “es un homenaje que rinde la mujer al poder que la protege” (Perrot, 2000). De este modo, en las representaciones pictóricas, la mujer pasa a ser conceptualizada como “reina del hogar” exaltándose sus cualidades de sensibilidad, entrega, emotividad y afecto, emanadas de su supuesta naturaleza femenina. Se convirtió en un estereotipo que, aunque surgió de la burguesía, fue acuñándose en las clases trabajadoras.
Otra gran artista y un referente de la segunda mitad del siglo XIX fue Mary Cassat, pintora estadounidense que estudió en la Academia de Bellas Artes de Filadelfia; vivió 60 años en Francia, fue soltera, no tuvo hijos, y vivió de manera plena e independiente. Lo que resalta sobre todo de su trabajo fueron las hermosas obras artísticas dedicadas al amor materno-filial. Cassat fue parte del grupo impresionista y uno de sus grandes defensores fue su amigo Edgar Degas.
Muchos historiadores del arte han interpretado que sus escenas domésticas eran una forma de apoyar las vidas confinadas de las mujeres en el siglo XIX. Lo que pretendía decirnos Cassatt con sus lienzos era que las madres de familia de la clase media también tenían derecho a protagonizar sus propios cuadros. En 1895, cuando presentó una de sus obras, El baño, la crítica se estremeció y lo llamó “crudo”, y “poco armonioso”, y ¿por qué escandalizó esto? Pues porque en la obra podemos apreciar a una madre bañando a su hija que está semidesnuda, la mujer pertenece a una buena clase social y está realizando una labor que correspondería al personal doméstico.
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Podemos decir que al finalizar el siglo XIX continuó enraizado aquel ideal y modelo de la mujer buena esposa, madre, encargada de su casa, y de la educación de los hijos. No obstante, tanto Vigée-Lebrun, como Mary Cassatt, quizá quisieron llegar a reflejar la dedicación de las madres en primer lugar, ya no sólo como tarea primordial de las mujeres, sino como obligación esencial femenina en la vida familiar.
Para reflexionar sobre este tema, hoy en día pueden plantearse los siguientes temas, y analizar qué tanto prevalecen algunos de esos estereotipos tradicionales asociados hacia la mujer como: la maternidad y cómo seguimos vinculadas a este tema, el amor y la emotividad, el trabajo doméstico, los roles familiares, la dependencia económica; sobre si más allá del espacio doméstico también las mujeres manejan con libertad el dinero o si son los hombres los que siguen controlando esos gastos; si aún las mujeres piden permiso para trabajar; y si las mujeres deben dedicarse a su casa como parte de su condición. ¿Tú que piensas?
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*Mónica Muñoz es doctora en Historia del Arte por la Universidad Carlos III, de Madrid.
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