El jueves una nueva conmoción, esto como si el mundo no estuviera lo suficientemente polarizado, en la noche las noticias nos alertan sobre un acto que debería ser motivo de alarma: un atentado contra la vicepresidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, en el cual detonaron un arma en su rostro. Un ataque afortunadamente fallido, pero que debe llevarnos a reflexión.
Escrito por: Andrea Samaniego Sánchez
Estos últimos años han sido de grandes cambios, muchos traumas experimentados, sea por la pandemia de COVID-19, por la guerra, por la violencia incremental o por las fallas estructurales del propio sistema capitalista que, entre otras cosas, aumenta precios en todo tipo de alimentos de primera necesidad y arroja, cada vez más, a un mayor número de personas a la pobreza.
Todos ellos han creado un caldo de cultivo en conjunto que cuestionan a nuestras instituciones y proyecto civilizatorio, y se traducen, cada vez más, en reproches hacia el modelo democrático y sus líderes, lo que fácilmente deriva en procesos polarizadores y el surgimiento de figuras populistas, quienes con recetas mágicas tratan, infructuosamente, de resolver problemas de suyo complejos.
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La realidad se impone, el canto de las sirenas no funciona y las dificultades no se resuelven, lo que genera mayores confrontaciones y desencantos. Este acto sólo es un síntoma de un mal profundo, de una enfermedad mucho mayor, que debe ser diagnosticada urgentemente, para que sus consecuencias no conlleven a problemas incrementales.
Ante un mundo cuyo medio ambiente se encuentra degradado, se fortalecen grupos del crimen organizado que tienen alcance trasnacional, así como grandes franjas poblacionales que no alcanzan a tener los requerimientos nutrimentales mínimos por día, en donde además, la violencia se incrementa, y que en el caso de las mujeres es todavía mayor, se requiere pensar en soluciones más allá de la ganancia política ante cualquier hecho: que lo ocurrido en Argentina nos invite a pensar en soluciones de gran aliento.
Este atentado pone de manifiesto que, en un mundo complejo, se requieren soluciones complejas, que contemplen la pluralidad y diversidad, que permitan construir consensos entre todos los que trabajan dentro de la sociedad. Nada más peligroso que después de un evento de esta naturaleza se proponga caminar en trayectoria hacia el discurso único y la segregación de aquel que sea distinto y piense distinto.
Debemos transitar en pos de una ciudadanía incluyente, de instituciones respetuosas de la otredad y del respeto de la diferencia, porque algo es cierto, el camino para la construcción de una mejor sociedad siempre debe ser el del diálogo y contrastación de las ideas, no debemos creer que a partir de la imposición y las armas se podrá instalar un mejor futuro, o de mejores soluciones.
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