La Encuesta Nacional de Ingreso y Gasto en los Hogares (ENIGH, 2016) contiene resultados relativos a los hogares y las viviendas que son cruciales para poner en contexto lo que ocurre, precisamente, en torno a los ingresos y la forma en que son gastados por las familias mexicanas
Los datos relativos a la problemática del hambre son de singular relevancia, porque muestran que, a pesar de la ampliación de la cobertura en algunos servicios públicos, los problemas de desigualdad, las carencias y los bajos salarios siguen sin resolverse. Los avances que se perciben son, sobre todo, resultado de situaciones coyunturales, antes que dé la modificación estructural de los factores que permiten su reproducción.
La citada encuesta incluyó siete categorías relativas a las problemáticas alimentarias que enfrenta la población adulta que integra a los 33.46 millones de hogares que hay en el país. En ese sentido, destaca lo siguiente:
En 42.4% de los hogares hubo preocupación, en los últimos tres meses, respecto a que la comida se acabara. En 11.8% de los hogares algún adulto se quedó sin comida; 32% de los hogares reporta no tener una alimentación sana y variada; y, asociado a lo anterior, 32.6% de los hogares reporta tener una alimentación basada en muy poca variedad de alimentos. De igual forma, en los últimos tres meses, 13.9% de los adultos dejaron de desayunar, comer o cenar; 23.9% de los adultos comieron menos de lo que piensa que deberían comer.
Por otro lado, en 48.3% de los hogares (16.1 millones) se ha experimentado alguna dificultad para satisfacer las necesidades alimentarias. Entre ellos, ocurre alguno de los siguientes escenarios: en 30.1% de los casos algún adulto sintió hambre, pero no comió (4.85 millones de hogares); en 22.2% algún adulto comió sólo una vez al día o dejó de comer todo un día (3.58 millones de hogares); mientras que en 6.8% (1.095 millones de hogares) alguno de los adultos tuvo que hacer algo que hubiera preferido no hacer para conseguir comida.
El panorama para la población infantil es aún peor, violando el Artículo 4º Constitucional, respecto del Interés Superior de la Niñez, y en general, a la Convención de los Derechos del Niño. En efecto, de acuerdo con el INEGI, en 10.75 millones de hogares en los que hay menores de 18 años se han tenido, en los últimos tres meses, dificultades para satisfacer sus necesidades alimentarias.
Así, en 34.8% de esos hogares (3.74 millones de hogares) algún menor dejó de tener una alimentación sana y variada; en 42.4% (4.56 millones) algún menor tuvo una alimentación basada en muy poca variedad de alimentos; en 28% (3 millones) algún menor comió menos de lo que debía comer; en 27.8% (2.98 millones) a algún menor se le tuvo que disminuir la cantidad servida en las comidas; en 11.5% (1.23 millones) algún menor sintió hambre, pero no comió; en 11.8% (1.26 millones) algún menor se acostó con hambre; y en 8.2% (881 mil hogares) algún menor comió solo una vez al día o dejó de comer todo un día.
Una sociedad con superabundancia de recursos que al mismo tiempo provoca el hambre de millones de sus niños es una sociedad maldita, en el sentido que le dio George Bataille al término: vivimos en sociedades en las cuales domina el derroche desmedido de sus excedentes.
Habría que agregar: se trata de un derroche absurdo y execrable, porque se sustenta en relaciones de opresión, despojo, dominación y ejercicio desmedido del poder, lo cual se traduce, como en el caso mexicano, en perversas prácticas de corrupción estructural y sistemática en todos los niveles y órdenes del poder público.
Permitirnos ser una sociedad que somete a su niñez a condiciones de hambre constituye un acto de miseria humana total, de vileza espiritual y de indolencia pura. Eso es lo que debemos cambiar con urgencia, y cómo hacerlo es lo que sigue pendiente de discutir.
Artículo publicado originalmente en la “Crónica de Hoy” el 07 de septiembre de 2017 Barack Obama presentó su último “discurso a la nación” el pasado marte