Los datos sobre la realidad social en que México enfrentará a la pandemia del COVID-19 son desoladores. Son producto de 30 años -al menos- de políticas sociales insuficientes unas e inadecuadas otras, y de una política económica draconiana diseñada para que muy pocos ganen mucho y la mayoría viva apenas con lo suficiente para sobrevivir.
Frente a la crisis que tendremos la responsabilidad de resolver, la política mexicana sigue actuando con la misma lógica de mezquindad y mediocridad. Por un lado, tenemos gobiernos, en sus tres órdenes, auténticamente perplejos, y que no atinan sino a dar, entre tumbos y derivas, respuestas a medias. Se encuentran atrapados entre la vileza de la ganancia política en el corto plazo, y la respuesta con interés genuino de garantizar la más amplia garantía de salud a la población, sin colapsar a la ya de por sí mediocre economía nacional.
Por el otro, una clase empresarial angustiada por mantener sus tasas de ganancia, y de proteger y extender hasta el máximo posible las estructuras de privilegio de que han gozado al amparo de un poder político que se ha plegado a sus voraces intereses.
De manera preocupante, todo parece indicar que estamos ante un gobierno federal atrapado en una lógica que el presidente de la República se rehúsa a cambiar. La racionalidad parece ser la siguiente: si se hacen cambios en el Gabinete y se modifican los criterios de inversión pública, entonces se le daría la razón a la oposición y nuevos y más poderosos argumentos para atacar al gobierno.
Pero esta lógica es inoperante para una realidad como la que enfrentamos. El país que eligió a López Obrador hace 20 meses no es ya, ni volverá a ser el mismo. En ese sentido, el Gabinete que el presidente diseñó para impulsar lo que él ha llamado una “cuarta transformación” de la vida pública, ya no tiene funcionalidad frente a lo que tenemos enfrente.
Las coordenadas que el Estado mexicano debe tomar en consideración para un nuevo curso de desarrollo para el país son de tal complejidad, que requiere de una racionalidad muy distinta a la que impera ahora, y en la que se asume que debe hacerse más de lo mismo que se venía haciendo.
Ante la magnitud de la tragedia que nos amenaza, genera desazón observar a un Gabinete en el cual parece que no hay la capacidad de pensar el presente para reinventar al gobierno y con ello, rediseñar un futuro promisorio para nuestro país, en el que podamos por primera vez en la historia, un quiebre fundamental en las desigualdades, que provocan la miseria y pobreza en que viven millones de personas, pero que serán mucho más al término de la presente contingencia.
Nos urge construir un país en el que esté al centro de las decisiones públicas la urgencia de una nueva lógica convivencial con el medio ambiente. La cimentación de una nueva economía capaz de generar empleos dignos para todas y todos, que responda a la nueva era económica que habrá de surgir luego de la pandemia. La construcción de una nueva lógica política que construya una sociedad igualitaria entre mujeres y hombres. A todo lo anterior, debe añadirse una nueva estructura de gobierno que cumpla cabalmente el mandato de garantizar el principio del interés superior de la niñez, así como el mandato de poner a las niñas y niños siempre primero en todas las decisiones del Estado.
Sin estos elementos, el planteamiento de una cuarta transformación no pasará de ser un argumento demagógico. Porque es cierto que el primer paso es la erradicación de la corrupción, pero siendo condición necesaria, resulta insuficiente ante los problemas que hoy nos determinan como sociedad.
Estamos ante una puerta que abre un túnel hacia dimensiones que no conocemos y que apenas comenzamos a imaginarnos. Y nos urge un jefe de Estado capaz de conducir a nuestra nación a buen puerto. Lo contrario, se ubica en el terreno de lo no deseable.
Investigador del PUED-UNAM
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