Diseñar ciudades es quizá, una de las tareas más complejas a las que se enfrentan las sociedades; no es exagerado sostener que su infraestructura y las relaciones sociales y de poder que en ellas se desarrollan son reflejo fiel de sus prioridades, valores y capacidades colectivas
En el caso mexicano, nuestro sistema urbano nacional es un auténtico desastre. Las ciudades crecieron a lo largo de las últimas décadas, sin adecuados criterios de planeación; se fomentó la especulación de terreno y modelos rapaces de construcción inmobiliaria; se han modificado usos de suelo para permitir actividades industriales, mineras, comerciales y de producción agrícola y ganadera, sin el menor cuidado del medio ambiente, ya no se diga apegándose a los más altos estándares que exigen el cambio climático y la pérdida de la biodiversidad.
Hoy, la falla en la cadena de suministro de combustibles en varios estados de la República, como producto de la llamada “nueva estrategia” de combate al robo de hidrocarburos, nos revela, entre otras cosas, el enorme fracaso de la planeación urbana en México y el diseño de ciudades en el que se ha privilegiado el uso particular de automóviles bajo el llamado “modelo de una persona, un auto”.
Esta situación permite evidenciar la irracional dependencia que tenemos aún respecto de los combustibles fósiles, y particularmente, del petróleo y sus derivados, entre los que destaca, obviamente, la gasolina.
Al respecto, hay preguntas que podrían parecer ociosas, pero que en el fondo no lo son. Por ejemplo ¿estaríamos ante la misma situación si las ciudades mexicanas estuviesen diseñadas para privilegiar transporte público de calidad, eficiente en su organización e inteligente en el uso de energías limpias? ¿Por qué no se ha impulsado una nueva normatividad ambiental dirigida a estimular la producción de automóviles eléctricos? ¿Por qué seguimos dilapidando el dinero público pavimentando más calles, construyendo más bulevares y avenidas, con materiales que impiden la filtración del agua y elevan significativamente la temperatura de las ciudades?
¿Por qué no hemos apostado por la construcción de nuevos sistemas de transporte público como el Metro, trenes y autobuses eléctricos y toda la gama de opciones que fomentarían una mayor y mejor movilidad y permitirían además generar nuevas oportunidades de inclusión de personas adultas mayores y personas con discapacidad?
Uno de los más grandes proyectos de inversión del presidente López Obrador es la construcción de una nueva refinería en Tabasco; y en el corto plazo es una solución que se antoja adecuada; pero la pregunta es si el nuevo gobierno impulsará la urgente reconversión tecnológica del país en materia de generación de energía limpia; y si es así, cuáles son los plazos, montos de inversión y proyectos específicos que estaremos viendo en los siguientes años para ampliar la producción de energía eólica, solar e incluso si se ampliará o dejará como está nuestra planta nuclear de Laguna Verde, en Veracruz.
Todo esto tiene que ver, debe insistirse, con una necesaria transformación del sistema urbano en el país; pero ello implica, en el fondo, una transformación radical de las capacidades de gobierno municipal, en lo cual se ha fallado dramáticamente en las últimas tres décadas. En esa lógica, se percibe como urgente la revisión de los mecanismos de financiamiento de los municipios, así como sus procesos de planeación, diseño y ejecución de políticas públicas desde lo local.
Una nueva lógica urbana para nuestro país no sólo es posible; de hecho, es urgente pues es condición necesaria para combatir la pobreza, cerrar las brechas de desigualdad, elevar la competitividad y productividad del país, resolver problemas como el acelerado deterioro de la infraestructura urbana, cerrar el déficit de vivienda de calidad o crear nuevos espacios de inclusión y convivencia cívica.
Cuando la gasolina llegue otra vez, todo lo anterior seguirá ahí; así que este periodo de desabasto debería llevarnos a la solución de los problemas de fondo que permite evidenciar.