El pasado mes de julio se presentó un debate en torno a cómo se mide el ingreso y el gasto de los hogares. Surgió entonces un diferendo entre el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), y el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), porque no hubo un acuerdo consensado sobre el operativo de recolección de los datos en campo.
En medio de esa discusión surgieron sorprendentes dislates, entre los cuales quizá el más emblemático haya sido el del entonces Secretario de Desarrollo Social, quien llegó a plantear que el problema no era que se hubiese reducido la pobreza, sino que, al haberse subestimado históricamente los ingresos, aquélla había sido sobreestimada. Es decir, no es que la política pública hubiese reducido el número de pobres, sino que ya desde antes no eran tantos como se creía.
El tema se presta a plantear un juego de números, en el marco de lo que el matemático John Allen Paulos denomina como “falacias estadísticas”. En este planteamiento podría decirse que hoy en México la población es mucho menos pobre que hace un año.
Para explicarlo habría que iniciar tomando en consideración la medida estándar de la pobreza planteada por el Banco Mundial, establecida como Paridad del Poder Adquisitivo (PPA), y cuya línea base se ubicó en 2011 respecto de dos brechas: 1.9 dólares y 3.10 dólares al día por persona.
El propio Banco Mundial estimó que en 2015 las personas obtenían en México un ingreso promedio de 9,009 dólares al año, es decir, 24.68 dólares al día; esto equivaldría a 425 pesos diarios, considerado el tipo de cambio registrado por el Banco de México para el 31 de diciembre de 2015, de 17.24 pesos por dólar.
Pues bien, asumiendo un ingreso constante en 2016, los 24.68 dólares diarios que obtendría una persona en el país, equivaldrían a 510 pesos, considerando el tipo de cambio del día 23 de noviembre, equivalente a 20.69 pesos por dólar.
Con esta simple operación, bien podría decirse que la depreciación del peso frente al dólar es positiva, porque en la medida en que se obtienen más pesos por dólar, mantener el ingreso en 9,009 dólares per capita implicaría, de inmediato, un incremento en el ingreso, entre 2015 y 2016, de 155,315 pesos a 186,326 pesos.
El ejercicio, sin embargo, podría plantearse a la inversa; es decir, si se considera que la línea del bienestar en México se ubicó en octubre de 2015 en 1,346 pesos para las zonas urbanas, al tipo de cambio vigente en esas fechas se tendría una línea de 78.25 dólares mensuales. Para este año, considerando una línea del bienestar constante, se tendría entonces que habría descendido a 65.05 dólares.
El entuerto es bien visible, pues con esos “cálculos” podría sostenerse que somos menos pobres, pero a la vez más pobres. En evidencia nada podría ser más falso e inconsistente, y por ello el rigor académico y la seriedad en el diseño conceptual y metodológico es insustituible en temas tan relevantes para el desarrollo del país y la generación de políticas públicas que resulten eficaces para quebrar los mecanismos de reproducción estructural de la pobreza.
De ahí la necesidad de no dejar de lado la discusión relativa a cómo garantizar la plena autonomía de instituciones como el INEGI y el CONEVAL, porque si funcionan bien, estaremos blindados ante disparates como el señalado. La cuestión es mayor, porque ante la advertencia del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, relativa a que 30% de quienes han dejado de ser pobres están en ruta de caer nuevamente en esa condición, medir con precisión y claridad se convierte en un asunto de la mayor relevancia para el país.
Mientras tanto, falacias pueden ir y venir, pero lo cierto es que el tipo de cambio nos tiene aterrados a más de uno.
Artículo publicado originalmente en la “Crónica de Hoy” el 24 de noviembre de 2016