Los gobernantes que surgen de un esquema democrático para cumplir el ejercicio del poder público asumen la obligación de informar a sus gobernados con transparencia y sentido de rendición de cuentas. Así lo ordena la constitución y nuestro marco normativo. Pero también es una obligación ética para del servicio público, que parte de la premisa que una ciudadanía consciente y participativa requiere de insumos de información veraces y oportunos.
En la realidad vemos que esta aspiración se cumple sólo parcialmente entre los detentadores del poder público, tanto ejecutivos como legislativos. Los informes de gobierno pasaron de ser aquellos ceremoniales faraónicos en el tiempos del autoritarismo, que ensalzaban la figura del presidente, gobernador o presidente municipal en turno, a un formato más modesto en las formas, pero igualmente centrado en el auto halago, las post verdades y a veces las mentiras llanas. La información se emplea como simple recurso de propaganda política y en la proyección artificiosa de la personalidad del informante, quien aprovecha la ocasión para consolidar proyectos personales o grupales en el futuro.
A lo largo de mi vida profesional he aprovechado para mi trabajo los informes de gobierno. Incluso, en 1991 participé en el proyecto de compilación de los informes de los gobernadores de Guanajuato desde 1917 hasta aquel año, y redacté un capítulo histórico inicial que buscó darles contexto a esos pronunciamientos. Los informantes siempre emplean un lenguaje críptico o indirecto, que sólo se entiende mediante las claves del tiempo en que se emitió el mensaje. Son interesantes desde esa perspectiva comparada, pero sin duda fueron de poca utilidad para los destinatarios en los momentos particulares. Para un analista social, en los informes resultan más útiles los anexos estadísticos que los discursos políticos.
En el inicio de la tercera década del siglo XXI la situación no ha cambiado. Tal vez ha empeorado. Hay mandatarios que han convertido sus informes en presentaciones tecno-hipster-posmodernas, tipo las apariciones escénicas de Steve Jobs cuando anunciaba sus nuevos modelos de gadgets. El gobernante como standupero, conductor de espectáculos apoyados en videos super editados, gráficas coloridas y artilugios tecnológicos 3-D. Todo para caer en el mismo vacío informativo y la misma charada propagandística.
Se ha dado el brinco desde la tiesa seriedad y modales acartonados de la vieja usanza del siglo XX, a la ligereza y superficialidad mercadológica del vendedor de sueños, de realidades líquidas y de promesas infladas. Poco qué ver con las terribles realidades que se enfrentan en nuestro país en esta época violenta, enferma, desempleada y decepcionada.
La virtualidad en el ejercicio de informar se ha apoderado del mensaje político, en el sentido no tecnológico, sino comunicativo. Se prefiere emplear expresiones grandilocuentes que no le dicen gran cosa al destinatario. Sólo es un artículo de consumo más, un programa más en la tele comercial y oficial, un código histriónico de voz impostada, con lenguaje corporal estudiado. El vestuario del informador es definido por asesores de imagen. Con podio o sin podio —depende de la estatura física, la panza o la joroba—. El manejo de los espacios escénicos se ensaya con previsión. Un código post realista que vende un producto finamente envuelto.
Por eso ya no veo los informes…
Luis Miguel Rionda, Antropólogo social. Consejero electoral del Instituto Electoral del Estado de Guanajuato. Profesor ad honorem de la Universidad de Guanajuato. luis@rionda.net – www.luis.rionda.net – rionda.blogspot.com – Twitter: @riondal
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Frase clave: El ejercicio de informar