Escrito por 12:00 am Desigualdades, Saúl Arellano

El escándalo del hambre

El dato es escalofriante: más de 100 millones de personas podrían ser víctimas de la hambruna en los siguientes meses y, peor aún, la cifra de muertos por esta causa podría llegar, de acuerdo con la información de Naciones Unidas, a través del Programa Mundial de Alimentos, a 20 millones en los próximos seis meses.


Es un escándalo. Pues tal y como es definido en el Diccionario de la Lengua Española, se trata de: un “hecho o dicho inmoral o condenable”; o bien, “desenfreno, desvergüenza, mal ejemplo”; a lo que habría que adicionar, ya no en un sentido gramatical, sino ético: mala entraña.

En varios estudios se muestra que una persona promedio en el mundo consume hasta 100 veces lo que necesita para vivir con dignidad: ¡100 veces! Es una locura y quizá de uno de los mayores despropósitos en la historia de la evolución –así de gigantesco y grotesco–.

Por ello resulta condenablemente aterrador lo que está ocurriendo en África de manera masiva, pero también en América Latina, y particularmente en las zonas más depauperadas de nuestro país, porque, en sentido estricto, nadie –nótese bien lo absoluto del término: nadie–, debería tener hambre.

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En México, el INEGI obtuvo, a través de la Encuesta Intercensal, 2015, los siguientes datos: en 19.25 millones de hogares hay niñas, niños o adolescentes.

De ese total, en 3.71 millones “algún menor tuvo poca variedad en sus alimentos”, en 2.73 millones “algún menor comió menos de lo que debería comer”, en 2.75 millones “a algún menor se le tuvo que servir menos comida”, en 1.42 millones “algún menor sintió hambre, pero no comió”, en 1.24 millones “algún menor comió sólo una vez al día o dejó de comer todo un día” y en 1.27 millones de hogares “algún menor se tuvo que acostar con hambre”.

Son datos que forman parte de la historia universal de la infamia, porque, frente a la posibilidad de que una persona consuma 100 veces los recursos que requiere, el hambre por falta de recursos económicos es una atrocidad intolerable.

Hay que repetirlo hasta el cansancio: es una locura provocada por la envidia y la codicia de los barones del dinero, pero también por la frivolidad y la indiferencia del escaso resto que ha logrado “acomodarse” y vivir, asumiendo que “si trabaja y hace lo que le corresponde, lo demás no es su problema”.

Hay que llamar a la indignación; hay que ser capaces de sentir y conmovernos ante el sufrimiento de quien padece la carencia de todo: porque en el siglo XXI no hay pretextos para estos datos, y porque se trata de una responsabilidad ética ante la que debemos responder con toda la fuerza de que seamos capaces.

Por eso es indigno que en México, frente a las niñas y los niños que se acuestan a dormir con hambre, o que comen sólo una vez al día –y que se cuentan por millones–, los representantes populares, consejeros electorales, ministros, magistrados y jueces, gobernadores, alcaldes, y toda la pléyade de parásitos que viven de los recursos públicos, ganen los sueldos que perciben, más allá de que argumenten que es legal recibirlos, pues fue esa misma clase política la que hizo y continúa haciendo los ordenamientos legales; y, como reza el refrán popular: “el que hace la Ley, hace la trampa”.

No; no podemos aceptar sin más que es imposible hacer algo al respecto. No debemos estar de acuerdo en que no queda más que continuar con el mismo modelo de desarrollo; que no queda más que esperar a que mejoren las condiciones económicas globales; o que “la medicina del antidesarrollo” es amarga, pero que a la larga habrán de agradecérnoslo nuestros hijos.

El hambre es una de las peores y más malditas consecuencias del modelo de capitalismo salvaje en que vivimos, y debería ser el principal motivo para una revuelta ética en contra de los codiciosos. 

@SaulArellano

Artículo publicado originalmente en la “Crónica de Hoy” el 09 de marzo de 2017 Barack Obama presentó su último “discurso a la nación” el pasado martes.

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