El día 4 de junio, el Subsecretario de Salud, Hugo López Gatell afirmó que el número de decesos por la pandemia podría llegar, incluso hasta 30 mil decesos; y que en un “escenario muy catastrófico”, podríamos alcanzar las 60 mil defunciones: esto ya ocurrió; al día 19-08-20, se tenía una cifra de 58,451 defunciones y la décima tasa de mortalidad más alta en el mundo, por la COVID19. Con fecha del 18-08-20, el CONACYT estimaba que había en el país alrededor de 59,680 decesos. Así que no hay duda: el escenario muy catastrófico llegó.
Por Saúl Arellano. Síguelo en twitter: @saularellano
¿Qué sigue ahora? En la indolencia ya acostumbrada de las conferencias de las 7 de la noche, el funcionario de marras dirá quizá que no debemos sorprendernos, pues él anticipó esa cifra; como si ser un contador de muertes fuese la tarea más noble para un pretendido científico, de la rama del saber que se trate.
La cifra conmueve; es dolorosa por donde se vea; por ello sorprende que aún ahora, haya quien busque minimizar la catástrofe que estamos enfrentando; y que en muchos sentidos y de muchas maneras pudo ser menos grave. Pero no; la autocomplacencia siempre ha sido mala consejera, y la arrogancia la peor de las actitudes de quien se dice y presenta a sí mismo como una persona de ciencia.
Es cierto que esta tragedia no puede ser adjudicada a una sola persona; pero en el caso del doctor López-Gatell, se trata del rostro visible que el gobierno de la República decidió que todas las noches apareciera ante los medios de comunicación a informar sobre el estado de la pandemia en nuestro país; un escenario que, de manera siniestra, ha sido utilizado incluso para hablar de un “futuro presidenciable”; a ese nivel demencial se ha llegado en este país de simulaciones y frivolidades.
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El “pico de la pandemia”, -aún hay debate sobre eso-, parece que por fin llegó; pero el descenso será muy lento, gradual y desigual en el territorio nacional, por lo que, en los próximos meses, lo más probable es que seguiremos viendo cadáveres sobre cadáveres.
En proyecciones independientes, estadísticamente se espera que, para México, al día 1º de noviembre habrá alrededor de 97 mil decesos; y para el 1º de diciembre, un aproximado de 118,810; una cifra macabra que colocaría a la COVID19 como la primera causa de muerte en nuestro país, y con una tasa de mortalidad de 935.5 decesos por cada millón de habitantes; sin duda una de las más elevadas que habrá en ese momento en el planeta.
La pregunta es obligada, pues más allá de la necesaria destitución de los responsables de la estrategia, lo que ahora urge es cambiar el rumbo; pues de ninguna manera puede aceptarse que el papel de las autoridades siga limitándose a mantener “hospitales medio llenos”, y panteones repletos de personas que pierden la vida ante la oscura y siniestra letanía de todos los días que con voz calma y socarrona nos da la cifra diaria de difuntos.
Si de manera milagrosa, el promedio diario de fallecimientos bajara a 300 casos, al terminar septiembre tendríamos efectivamente alrededor de 70 mil personas fallecidas; pero no olvidemos el gigantesco subregistro que sigue documentándose y que muestra que podríamos estar ante el doble de casos oficialmente reconocidos en el país.
Sí, efectivamente este es el escenario muy catastrófico, porque si cada año fallecían en el país alrededor de 700 mil personas, para el 2020 estaremos rebasando con mucho la cifra de las 800 mil. Para dimensionar la cifra, y para quienes aún aplauden las estrategias del gobierno, esa cifra es superior a la población total del estado de Baja California Sur. De esa magnitud es el drama por el que estamos atravesando.
No es éticamente aceptable asumir sin más que el número de personas que podrían morir es inevitable; no podemos contentarnos con el discurso irresponsable y fácil por el que se afirma que todo se ha hecho bien y que nada hay que corregir; hay mucho por hacer, pero ello requiere humildad, diálogo y capacidad de autocrítica.
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Investigador del PUED-UNAM
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