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El ideal de belleza griego: lo bello y lo feo

En alguna ocasión nos hemos preguntado si ¿la belleza es subjetiva?, ¿cómo se relaciona el contexto y la belleza?, ¿es posible obtener un modelo de belleza universal?, ¿qué pensamos sobre el canon de belleza actual? Tengamos en cuenta que inclusive los cánones estéticos han tenido sus diferencias según la época y el contexto. Por ejemplo, podríamos pensar en esa práctica de vendar los pies en la corte China del siglo X, en la que se vendaban entre los 5 y los 10 años, y el vendaje se llevaba durante toda la vida. El objetivo era evitar que los pies crecieran y eso significaba todo un símbolo de belleza.

Escrito por:   Mónica Muñoz

En África, en la tribu de los Masai, la mujer es más bella cuanto más rapada lleve la cabeza, al contrario que los hombres que en muchas tribus lucen melenas trenzadas. Mientras que, en Asia, en la tribu Kayen de Tailandia las mujeres alargan sus cuellos artificialmente con anillos dorados, y cuanto más largo es el cuello de una mujer, más bella se le considera. Los olmecas también manifestaron el gusto por la deformidad. Así, podemos reflexionar sobre el término “canon” empleado para designar una regla o un modelo de algo. Y ver que, desde una perspectiva histórica, el canon de belleza no ha dejado de evolucionar y lo que hoy es considerado como bello en la antigüedad podía haber sido feo y desagradable.

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Lo bonito, lo bello

Refiriéndonos a lo bello. En distintas épocas históricas se estableció un vínculo entre lo Bello y lo Bueno. Si nos ponemos a pensar, en nuestra vida cotidiana seguimos considerando bueno aquello que nos gusta y desearíamos poseer. Entonces, cuando decimos que algo es bello es porque le estamos otorgando una categoría que demuestra que nos gusta.

Umberto Eco en su libro “Historia de la belleza” nos explica muy bien todo esto. Aquí Eco ilustra las formas en que se ha concebido la belleza y nos muestra como a lo largo del tiempo, y muchas veces dentro de una misma cultura han entrado en conflicto distintos conceptos de belleza. Por ejemplo, es un bien todo aquello que estimula nuestro deseo, así como también un amor correspondido nos parece bello. O bien llamamos bueno a aquello que se ajusta a cierto principio ideal pero que produce dolor como la muerte de un héroe, la dedicación de quien cuida a un enfermo, el sacrificio de una madre por un hijo. (Eco, 2010) Pero que los vemos como actos valientes que deseamos admirar más que imitar.

Sin embargo, muchas veces el sentimiento de la belleza difiere del deseo. Juzgamos como bellísimas a ciertas personas, aunque no las deseemos sexualmente o sepamos que nunca podremos poseerlas. En cambio, si deseamos a una persona (que incluso podría ser fea) y no podemos tener con ella las relaciones esperadas, sufriremos.

Todas estas nociones y reflexiones vienen desde la Grecia antigua, en la que la belleza no tenía un estatuto autónomo, al menos hasta la época de Pericles carecían de una auténtica estética y de una teoría de belleza. De ellos heredamos muchas cosas, entre estas el canon y el ideal estético. De hecho, la escultura griega estableció la estética idealista sobre el mundo real, expuso el ideal de belleza basado en la simetría y su proporción. Tan sólo en la etapa clásica griega (del siglo V al IV a.C.) para los famosos escultores como Fideas, Miron o Policleto, el canon de ser bello era ser simétrico y proporcionado. El arte griego puso en primer orden la visión subjetiva.

El tema de la belleza fue elaborado por Sócrates y Platón. Sócrates quiso legitimar la belleza ideal (como la naturaleza y su perfecta composición), la belleza espiritual (que expresa el alma a través de la mirada), y la belleza útil o funcional. En cambio de Platón tenemos dos concepciones muy importantes sobre la belleza que se elaboraron a lo largo de los siglos: la belleza como armonía y proporción de las partes, y la belleza como esplendor. El cuerpo era Platón una caverna oscura que aprisiona el alma por eso la visión sensible ha de ser superada por la visión intelectual, y entonces para él no a todos se les es dado el captar la verdadera belleza.

Lo feo, la fealdad

La contra parte de lo bello, es lo feo. Recomiendo el libro de Umberto Eco “Historia de la fealdad” que complementa al anterior (Eco, Historia de la fealdad, 2010). Ahí Eco nos cuestiona: ¿Podría definirse lo feo como lo contrario de lo bello? Por ejemplo, bajo nuestra mirada occidental una máscara africana podría resultarnos fea mientras que para un nativo puede representar una deidad benévola, y lo mismo podría ocurrirle al seguidor de una religión no occidental con la imagen de un Cristo ensangrentado y flagelante. En relación a los cuadros y obras arquitectónicas nos damos cuenta que lo que se consideraba proporcionado, simétrico y bello en un siglo ya no lo eran en otro. De este modo, la relación de lo feo depende de cada periodo histórico y de cada cultura.

La primera y más completa obra titulada “Estética de lo feo” fue elaborada en 1853 por Karl Rosenkranz ahí ya se establece una analogía sobre lo feo, el mal y la moral. Rosenkranz analiza minuciosamente la fealdad natural, la fealdad espiritual, la fealdad en el arte, lo repugnante, la ausencia de formas, etc. No obstante, en esta ocasión escribiré sobre lo que aportaron los griegos. Desde Grecia hasta nuestros días, se ha reconocido que cualquier forma de fealdad puede ser redimida por una representación artística, fiel y eficaz. Aristóteles en su “Poética” habla de la posibilidad de realizar lo bello, imitando con maestría lo que es repelente. Plutarco nos dice que en la representación artística lo feo imitado, sigue siendo feo, recibe una reverberación de belleza procedente de la maestría del artista.

Pese a que tenemos una imagen estereotipada del mundo griego, que sublimiza la belleza (que se hizo y se nos enseñó a pensarlo así desde el neoclásico), también está presente la reflexión sobre la fealdad. El ideal griego de la perfección lo representaba la kalokagathia término que nace de la unión de kalos como lo bello, y agathos

que suele traducirse como lo bueno y una serie de valores. La civilización griega elaboró toda una literatura sobre la relación entre fealdad física y la fealdad moral.

Plotino definió radicalmente la materia como mal y error aportando una clara identificación entre lo feo y el mundo material. Platón, en su diálogo “La República” consideraba lo feo como la falta de armonía y lo contrario a la bondad de espíritu. La civilización griega siempre propuso esa complejidad entre lo bello y lo feo. De hecho, estuvieron siempre fascinados por muchos tipos de fealdad y de perversidad.

Tan sólo la mitología griega es un catálogo de crueldades: Saturno devora a sus hijos; Medea mata a los suyos para vengarse del marido infiel; Tántalo cuece a su hijo Pélope y se lo ofrece en un banquete a los dioses; Atreo ofrece la carne de sus hijos a su hermano Tiestes; Edipo comete parricidio e incesto… Es un mundo dominado por el mal, donde seres sumamente bellos cometen acciones feas y horribles. Además, están las sirenas que nos relata Homero. Pensemos también en las gorgonas, las esfinges, los centauros malvados a causa de su ambigüedad…

Reflexiones finales

Es muy interesante reflexionar al tocar este tema acerca de los estereotipos, y los arquetipos que seguimos teniendo en nuestra sociedad, en nuestra cultura. Recordemos que vivimos en una época que nos obliga y somete con ideas constantes acerca de la belleza perfecta, de cómo debemos vestir, estar, ser… En nuestra cultura, el cuerpo a través del cual nos expresamos erótica, intelectual, actitudinal y afectivamente, se convierte en un elemento clave de identidad personal y de valor social. Se nos evalúa y nos evaluamos en relación a nuestra apariencia. ¡Nunca alcanzamos ese ideal de belleza! En el caso de las mujeres, es impuesto por un mundo patriarcal que nos dice cómo debemos vernos, al desviar nuestra energía a “supuestos cánones de belleza” que nos encarcelan a través de juicios crueles sobre nuestro cuerpo. Se exalta siempre el ideal de la “eterna juventud”, ¿Qué estereotipos tenemos sobre el envejecimiento?

Además, podemos preguntarnos: ¿Qué tan empáticos somos con las personas minusválidas, o con aquellas que tienen alguna deformación? ¿Cómo los apreciamos y vemos?.

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