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El INE: un éxito colectivo que debemos proteger.

No acostumbro escribir aquí en México Social de mi experiencia individual, pero ahora lo haré solo porque no puedo dejar de recordar el cambio que fuimos observando desde que teníamos elecciones controladas y amañadas por el gobierno y su partido, hasta que conseguimos que dejaran de ser fraudulentas y acabaran siendo seguras, confiables y bien organizadas por el INE.

Escrito por:  Enrique Provencio D.

Ante el rechazo de la propuesta oficial para reformar la Constitución en materia electoral, la Cámara de Diputados aprobó la madrugada del 7 de diciembre, violentando los trámites parlamentarios, cambios a la legislación secundaria para transformar, uso el eufemismo, de conjunto el sistema que rige no solo las elecciones sino muchos otros aspectos clave de la vida en democracia. Se trata de modificaciones regresivas, que, de aprobarse sin cambios sustantivos en el Senado, marcarían el fin de un proceso gracias al cual México consiguió procesos electorales libres e independientes, confiables y bien organizados.

Circulan desde hace semanas o meses documentos muy bien fundamentados sobre las posibles consecuencias de estas reformas (ver por ejemplo https://ietd.org.mx/ ) pero en las siguientes líneas me remitiré, de modo fragmentario y parcial,  a algunas de mis vivencias frente a los procesos electorales,  que son, al menos en parte, las de millones de personas más. No pude votar el primer año que ya podía hacerlo, porque nunca supe donde debía registrarme para obtener la credencial, ni encontrar quien me diera la información. Pasarían años para que todos tuviéramos claro a dónde acudir y qué requisitos cumplir para hacernos de una segura, infalsificable.

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Cuando ya obtuve la credencial, de un papel verde común y corriente, estuve de representante en una casilla en la que el cuerpo de funcionarios estaba claramente identificados con o eran del PRI, que a los de oposición nos trataban como entrometidos o con condescendencia, como si la elección fuera su propiedad. En esta ocasión no supe quien trasladaba las papeletas y las actas, ni como era la cadena de custodia.

En las dos elecciones presidenciales de los años ochenta participé en tareas de organización o de cómputo electoral en el PSUM o en el PMS,  en ambas bajo el signo de la desconfianza. Eso es lo que tengo más presente: no podíamos estar seguros de que los votos para nuestras candidaturas serían bien contados y registrados, al margen de cuantos consiguiéramos o de si éramos competitivos.

Viví también muy de cerca, o más bien desde dentro, la Cámara de Diputados, y el contraste entre la pluralidad política y la diversidad que crecía y se enriquecía en la sociedad, y la aplastante mayoría oficial que seguía dominando el Poder Legislativo hasta entrados los años noventa. El sistema electoral era una anomalía que frenaba el cambio político y social, ciertamente.

En la elección de 1988, con el Ing. Cuauhtémoc Cárdenas como candidato presidencial, iniciamos la jornada registrando las irregularidades que nos reportaban, y a media mañana ya habíamos agotado toda nuestra reserva de formatos, que luego cargábamos en una de las rudimentarias computadoras de entonces. Silvia Gómez Tagle improvisó un catálogo de anomalías para facilitar la captura, y al paso del día tuvo que ir aumentando la lista de operaciones amañadas. Esa era la constante en todas las elecciones. Los siguientes días acumulamos montañas de carpetas con expedientes que mostraban las diferencias entre las copias de actas que nos llegaban, y las que aparecían oficialmente con números diferentes. Esas mismas carpetas sirvieron para documentar los fraudes en la Cámara de Diputados, que entonces calificaba la elección.

En la siguiente elección intermedia me registré como observador electoral, en un grupo que organizó Jorge Alcocer, y pasé el día entero siguiendo paso a paso la jornada. Comparada con la de tres años antes, aunque quizá por tratarse de una casilla urbana muy visible, fueron menos los problemas, pero la organización fue pésima: se abrieron muy tarde las urnas, los funcionarios de casilla no sabían bien a bien como proceder (y hasta se dejaron ayudar por los observadores),  hubo que apoyarlos con alimentos porque nunca les llegaron los prometidos, muchos electores se retiraron al ver la fila tan larga, cometieron errores en las actas, entre otras dificultades operativas. Los representantes de los partidos estuvieron el día entero en alerta, porque lo común era que la desconfianza en que la elección fuera limpia.

Entre 1991 y 1992 aparecieron las credenciales para votar con fotografía, y no olvido la satisfacción de personas conocidas que nunca habían tenido una reconocida con su propia imagen. Al paso de los años, a muchos nos irritaba que nos exigieran “la IFE” para identificarnos, como si fuera la única credencial válida, pero es que se había convertido en la referencia segura y confiable para demostrar que uno es esa y ninguna otra persona. Y así hasta la fecha. El listado con foto fue otro de tantos cambios que en esos años llegaron en cascada, sobre todo desde que el IFE logró la autonomía, y desde que, en 1997, se vio con claridad que dejábamos atrás la historia tan larga las elecciones controladas desde el propio gobierno. Seguí con atención los debates de cada reforma, que ocurrieron con tiempo y con deliberaciones previas, siempre empujados desde los partidos, aunque en ocasiones era evidente que se ponían demasiados candados al proceso electoral, que complicaban demasiado las cosas, pero que dejaban la certeza de que las elecciones serían  más limpias y mejor organizadas.

Y así, en el último trienio del siglo XX, y en la antesala de la elección del 2000, vi, junto con todos los que quisieran ver, que se había logrado un cambio electoral por el que se luchaba desde tanto tiempo atrás. Sí, se luchaba, porque nadie regaló las elecciones limpias. Nos gustara o no Vicente Fox, y a mi no me gustó nunca, simpatizáramos o no con el PAN, y a mi no me simpatizaba, festejé la alternancia en la presidencia, la forma en que se organizó esa elección, la manera en la que se conformaron las cámaras. Como tantos, como millones de ciudadanos más, registré el éxito del IFE en esa elección como un paso histórico, que por fin marcaba nuestra mayoría de edad política.

Que el país no transitara de la misma forma hacia el cambio social y económico es una historia diferente, y los primeros años de este siglo compartí la preocupación al ver que la reforma social se retrasaba, que la desigualdad no cedía, que la pobreza continuaba enquistada, que la desafección por la democracia tomaba cuerpo, y también compartí con varios colectivos la ocupación para impulsar nuevas políticas  de desarrollo, sobre todo en el Instituto de Estudios para la Transición Democrática, pero también en otros grupos e instituciones.

En dos de las elecciones posteriores al 2000 fui seleccionado como funcionario de casilla, y recibí capacitación hasta que el personal del INE estuvo seguro de que sabía lo necesario. Ahí supe con todo detalle el gran paso que habíamos dado: nadie dudaba del padrón y del listado, menos de la credencial, todo mundo aparecía en la lista sin problema, instalamos todo a tiempo, votó bien quien asistió a hacerlo, el cómputo funcionó perfectamente, las sábanas de resultados se pusieron temprano a la vista, y así con todo. La ocasión que fui presidente de la mesa llevé rápido todo el material a la oficina distrital, y nadie me acompañó porque nadie dudaba que entregaría todo en orden, me lo recibieron pronto y me fui a descansar. En un rato más pude ver los resultados de mi casilla en el sistema de cómputo.

Luego fui constatando que a pesar de que al IFE, y luego al INE, se le iba sobrecargando de responsabilidades cada vez más complejas y caras, estaba muy bien instalada la capacidad para organizar los procesos electorales, convocar y capacitar a millones de ciudadanos para realizar las elecciones, que los resultados eran los que los electores queríamos y que expresaría la diversidad y la pluralidad política, aunque la proporcionalidad no fuera perfecta. Y así operó todo en 2018. Y también en 2021. ¿Cómo es qué hay un empeño en transformar, uso el eufemismo de nuevo, un sistema electoral que funciona bien? Esto lo explicó con claridad José Woldenberg https://www.eluniversal.com.mx/opinion/jose-woldenberg/por-que al explorar razones por las que se promueve la regresión electoral, siendo que tanto el presidente como su partido se beneficiaron hasta ahora del sistema.

El caso es que ahora los cambios ya aprobados en la Cámara de Diputados la madrugada del 7 de diciembre ponen en riesgo y casi vuelven imposible la capacidad del INE para organizar bien las elecciones, lo dejan si la estructura necesaria para llevar a cabo lo que hace, y hace muy bien, le quita personal calificado que sabe hacer su trabajo, introduce una organización irracional y disfuncional, afecta la autonomía del INE, entre muchos otros riesgos. Lo que quedaría en entredicho es la propia independencia de la autoridad electoral, y con ello la garantía de contar con elecciones limpias, confiables, bien organizadas, todo lo que el país tardó años en construir y que se volvió la normalidad electoral.

Y de nuevo digo, no acostumbro relatar experiencias o vivencias personales en mis artículos de México Social, pero ahora las comparto porque con ellas recupero y valoro, aunque sea de modo tan fragmentario y a saltos,  parte de lo que me parece debemos proteger en nuestro complejo y abigarrado, pero sobre todo confiable sistema electoral, que es uno de los pocos éxitos colectivos que podemos presumir.

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Frase clave: El INE, El INE en riesgo, El INE amenazado

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