Uno de los mayores y peores efectos que se están gestando como consecuencia de la pandemia de la COVID19 es el abandono de la escuela, quizá de millones de niñas, niños y adolescentes. Para dimensionar de qué tamaño será este problema, basta con señalar que en su informe relativo al 2019, el hoy extinto Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación, estimó que En el ciclo 2016-2017 el abandono escolar se debió a distintos motivos, 152 mil alumnos de primaria que no se matricularon al ciclo inmediato posterior; 350 mil en secundaria, y 780 mil en educación media superior.
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AL respecto, no hay ningún indicador de mayor inversión pública, programas de becas o de seguimiento individual a las y los alumnos de las escuelas públicas, que permitan pensar que la situación tuvo mejoras significativas en los siguientes ciclos escolares, por lo que, antes bien, la evidencia disponible permite suponer que, como efecto de la pandemia, el abandono escolar podría incrementarse de manera significativa.
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El riesgo que se enfrenta es que estemos ante la posibilidad real de tener un nuevo “sexenio perdido”, no sólo en lo económico, sino también en lo educativo, lo cual se sumaría a la larga lista de tragedias que se han estado gestando desde el inicio de la presente administración, y que agravan y profundizan las que ya existían de manera previa debido al abandono y desinterés que tuvieron en ésta y otras materias las pasadas administraciones.
Lamentablemente tuvo que ocurrir esta pandemia para que se visibilizaran en toda su dimensión los enormes rezagos que tenemos en áreas estratégicas para el desarrollo nacional; y uno de ellos se cifra no sólo en las disparidades y desigualdades en que viven millones de niñas y niños, sino también entre las y los maestros del país.
Puede sostenerse que hay una muy deficiente educación tecnológica, de manera generalizada, entre el profesorado en el nivel de educación básica: miles de maestras y maestros no manejan las herramientas digitales mínimas para llevar a cabo el trabajo que hoy implica enseñar a distancia y online. Y tampoco se sabe que exista una estrategia integral en la Secretaría de Educación Pública (SEP) para cerrar esas brechas digitales y para asegurar una adecuada transición pedagógica para cuando pueda regresarse a clases presenciales.
Para las instituciones de educación media superior y de educación superior, se abren igualmente retos inmensos en materia de generar nuevos modelos de educación mixta, que permitan mejorar la calidad de la enseñanza, a la par de ampliar la matrícula escolar para recuperar a aquellas y aquellos que, por razones económicas, abandonen o interrumpan sus ciclos escolares, pero también para garantizar que en el mediano plazo, todas las personas que así lo quieran, puedan acceder a la educación superior.
Es importante decir que las escuelas secundarias y preparatorias cuentan con trabajadoras y trabajadores sociales. Y que es momento de revalorar su formación y capacidades, y de ampliar su presencia en el sistema educativo, pues nadie mejor que ellas y ellos podrían contribuir a la generación de diagnósticos socio-económicos en el nivel de lo micro local, a fin de disminuir la tragedia que implica para las familias tener que retirar de la escuela a alguna de sus niñas, niños o adolescentes.
Si en un año sin crisis, como el señalado arriba, dejaron la escuela 1.23 millones de niñas y niños; ¿de qué magnitud es lo que está ocurriendo en este momento? ¿Cuál es la estrategia que seguirá la SEP para reincorporarlos? Y sobre todo ¿Cuáles son las estrategias para estar preparados como país para disponer de modelos educativos resilientes a las catástrofes que alteran la vida cotidiana de pueblos, ciudades o, en este caso, de todo el país?
Si en el gobierno se asume que el abandono escolar se frenará el limitado número de becas que se otorgan, se estará cometiendo un grave error; lo deseable por el contrario es que se genere una respuesta integral y a la altura de la circunstancia.
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