Escrito por 3:00 am Cultura, En Portada, Mónica Muñoz • 2 Comentarios

El maravilloso universo de Leonora Carrington

André Bretón, escritor, poeta y ensayista, fundó el surrealismo en 1944. Al principio, el surrealismo se centraba en la literatura (Apollinaire en 1917), pero poco apoco se fue dando también en la filosofía, en la cultura y por supuesto en el arte pictórico. Pretendían romper los límites que la razón. Es en ese contexto en el que apareció el maravilloso universo de Leonora Carrington.

“Uno tiene que tener cuidado con lo que se lleva una vez que ha decidido irse para siempre”.


Leonora Carrington

Así, la pintura surrealista apareció en escena desde la exposición de 1925 en la Galería Pierre, con artistas como Arp, Max Ernst, Man Ray, Klee, Girgio de Chirico, Miró o Pablo Picasso, a los que se añadirían Leonora Carrington, Dalí y Magritte. Breton, en su manifiesto de 1924, dijo que el Surrealismo es un puro automatismo psíquico por el cual se intenta expresar, verbalmente o de cualquier otra manera, el funcionamiento real del pensamiento en ausencia de cualquier control ejercido por la razón al margen de toda preocupación estética o moral.

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Los sueños en el mundo de los sueños

El arte surrealista suele ser incongruente, onírico y muy original pues ahonda en el mundo de los sueños y el inconsciente. Cada artista plasma de manera muy personal su estilo, pero nunca deja de ser espontáneo y fluido, con universos figurativos propios. Así, de este modo, Bretón tenía una teoría: consideraba a Leonora Carrington como una bruja y una profetisa, como alguien que desvelaba paisajes secretos y criaturas terribles.

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Leonora Carrington nació en Lancashire, en 1917, en Clayton Green, una aristocrática mansión del pueblo de Chorley, en Lancashire, Inglaterra. Cuando ella tenía tres años su familia se traslada a vivir en un castillo neogótico rodeado de inmensos jardines y bosques que inclusive ella representaría en obras como “Green Tea”. Desde muy pequeña estudió en el en el Convento del Santo Sepulcro y nunca se ajustó a la idea de ser como las señoritas de a alta sociedad destinadas al matrimonio. En una entrevista que le hicieron en 1993 llegó a decir: “Mi padre, protestante, era un hombre de negocios, y mi madre, católica, era hija de un médico rural y pintaba cajas de galletas para el ropero de la iglesia. En ese ambiente me crié. Yo ya dibujaba caballos de niña, y me salí, pese a la oposición de mi casa, con la mía. Al final estudié arte”.

Buscando sus sueños

En 1937 conoció en Londres al artista alemán surrealista Max Ernst. Sin embargo, se vuelven a encontrar en un viaja a París convirtiéndose en pareja. Ernst tenía 47 años y estaba casado, y Leonora 20; enamorados se instalaron juntos en una casa de campo en Saint Martin d’Ardeche, donde hasta hoy en día se conserva en la fachada un relieve que representa a la pareja y su juego de roles: «Loplop». Fue en ese escenario que Carrington entra en contacto con el movimiento surrealista.

En 1938 escribió una obra de cuentos titulada La casa del miedo y participó junto con Max Ernst en la Exposición Internacional de Surrealismo en París y Ámsterdam. Antes de la ocupación nazi en Francia, varios artistas del movimiento se volvieron activos participantes del Freier Künstlerbund, movimiento subterráneo de intelectuales antifascistas.

Sin embargo, en 1939 Ernst fue detenido e internado en el campo de concentración de Les Milles. Por lo que Carrington preocupada, triste y sola viajó hasta España en coche con la esperanza de conseguir ayuda para amante. Pese a sus todos sus intentos, no hubo un buen resultado y el padre de Carrington coordinado con el cónsul británico en España, detuvieron a Leonora y ella fue internada en el centro psiquiátrico de Santander.

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El contacto con Breton

Esa terrible vivencia la dejaría marcada de por vida. La artista contó sus experiencias en un libro catártico titulado La casa del miedo: memorias de abajo, e inclusive llegó a decir: “No sé cuánto tiempo permanecí atada y desnuda. Yací varios días y noches sobre mis propios excrementos, orina y sudor, torturada por los mosquitos, cuyas picaduras me pusieron un cuerpo horrible; creí que eran los espíritus de todos los españoles aplastados, que me echaban en cara mi internamiento, mi falta de inteligencia y mi sumisión”. (Carrington, 1995).

No olvidemos que en la sociedad de 1940 el que una mujer fuera independiente y capaz de destacar en una disciplina como el arte, reservada a los hombres, pues era considerada como una anomalía que necesitaba ser reintegrada.

Y justamente fue toda esa vivencia lo que llamó la atención de André Bretón, ya que él se interesaba por la histeria, la locura y otras alteraciones mentales y vio a Carrington como una embajadora de vuelta del “otro lado”, una vidente, la bruja que regresaba del inframundo armada de poderes visionarios. En 1941 escapó del hospital y arribó a la ciudad de Lisboa, donde encontró refugio en la embajada de México. Allí conoció al poeta Renato Leduc, quien la ayudó a emigrar, casándose rápidamente con la ayuda de Pablo Picasso para que Carrington pudiera escapar de la tutela de su padre y aprovechar el pasaporte diplomático de Laduc, que en ese entonces trabajaba como secretario en la embajada. Llegan a México y disolvieron el matrimonio una vez cumplido el objetivo de escapar de Europa.

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Leonora Carrington en México

Ya estando en México, país al que por cierto André Bretón consideraba “la patria natural del surrealismo”, reestableció lazos con varios de sus colegas y amigos surrealistas en el exilio, quienes también se encontraron aquí, como Breton, Benjamin Péret, Alice Rahon, Wolfgang Paalen, Bridget Bate Tichenor y la pintora Remedios Varo, con quien mantuvo una amistad duradera. Leonora, siempre aseguró que pintaba para ella misma porque no concebía que otros pudieran interesarse en sus obras y fue una de las pocas integrantes del surrealismo que no estuvo bajo el influjo del psicoanálisis porque nunca quiso leer a Freud. De hecho, llegó a decir: “Nunca tuve tiempo para ser la musa de nadie. Estaba demasiado ocupada rebelándome contra mi familia y aprendiendo a ser una artista”.

Se casaría por segunda vez con el que sería su segundo esposo, el fotógrafo húngaro Emérico Weisz, “Chiki”, y tendrían dos hijos: Gabriel y Pablo. En los ochenta Carrington comenzó a fundir esculturas en bronce, sus temas se refieren a las múltiples realidades que confronta la realidad de la vejez. Dentro de sus pinturas abundan los símbolos, la magia y el ocultismo. Para el año 2005 fue ganadora del Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Bellas Artes.

Su denuncia al machismo

Asimismo, afirmó en una de las pocas entrevistas: “Aunque me gustaban las ideas de los surrealistas, André Bretón y los hombres del grupo eran muy machistas. Solo nos querían a nosotras como musas alocadas y sensuales para divertirlos, para atenderlos”. En 1963 hizo el mural “El Mundo Mágico de los Mayas”, que está en el Museo de Antropología e Historia,  maravillada por las historias, los mitos y el folclor de la región después de haber vivido una larga temporada en Chiapas.

La obra de gran formato es una explosión de colores y símbolos en la cual danzan diversos aspectos del mundo precolombino, como la religión, la astronomía y la medicina tradicional, así como la relación inseparable de las poblaciones indígenas con la indómita naturaleza. Falleció a los 94 años en la Ciudad de México y fue enterrada en el Panteón Inglés sin fotógrafos.

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Reflexiones finales

Sin duda es un mundo apasionante el de Leonora Carrington. Su obra, su vida, su travesía, el exilio… aparecen en la esencia de su obra. En las pinturas de Carrington se mezclan diversos símbolos culturales y estilos artísticos. Su obra atrajo la mira de grupos feministas. Hay que tener en cuenta que una de las preocupaciones fundamentales de esta artista fue reclamar para las mujeres el rol central en las tradiciones ocultas, allí tenemos el ejemplo de una de sus obras titulada Kron Flower (1987), en la que se representan mujeres como brujas; las mujeres han sido marginadas durante mucho tiempo, y allí se vuelven motivo de orgullo. Y a lo largo de su carrera, Carrington eludió, intencionalmente, revelar algunos aspectos de su obra, con la finalidad de preservar un sentido enigmático, misterioso, vinculado al mito, a la feminidad, a los enigmas del inconsciente, a los compromisos políticos que le importaban y a la manera como concebía el arte mismo.

Una mujer fuerte, una artista que hizo latente su propio estilo. Nos hace reflexionar en el sufrimiento de aquellas mujeres internadas en psiquiátricos durante la primera mitad del siglo XX, las condiciones en las que se les tenía, en la aplicación de tratamientos terribles, que inclusive han servido de inspiración para discursos del cine y series de televisión.  Nos hace pensar en las mujeres abandonadas por sus familias, ricas o pobres. Y también nos remite a la catarsis y la terapia que otorga el arte. Pues el arte siempre será un reflejo de la realidad.

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Frase clave: pintora Leonora Carrington

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