Escrito por 3:00 am En Portada, Igualdad de género, Pandemia, Salud, Teresa Incháustegui Romero • 2 Comentarios

El COVID y las fronteras de género en el marco de la nueva normalidad.

El panorama de la nueva normalidad

A casi dos años de haber sido declarada por la OMS, la pandemia de Covid19 ha condensado un haz de tensiones por la nueva normalidad, cambios y situaciones inéditas para países, gobiernos, poblaciones, organismos internacionales y, por descontado, ha marcado un giro de ciento ochenta grados al escenario de la globalización neoliberal abierto a partir del derrumbe del socialismo en 1989. En pleno despunte de la Cuarta Ola de Covid19 bajo la modalidad del Ómicron, muchos de estos cambios son todavía inciertos en su impacto estructural y sobre todo geopolítico. Sin embargo ya dejan sentir su impronta tanto en el funcionamiento de los mercados a nivel global y macroeconómico, como en los planos de las relaciones sociales y de la microsocialidad.

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La idea de este ejercicio es explorar las tensiones y cambios más evidentes y, a partir de ahí, extrapolar tensiones que pudieran marcar tendencias hacia el futuro próximo en algunas perspectivas de interés, desde la perspectiva de género, aunque esto implica también tratar de desentrañar de entrada lo que las tensiones y las crisis en los diferentes planos y sistemas entrañan de por sí ya partir de ahí analizar ell impacto sobre la vida y la condición de mujeres y hombres.

El cierre de la globalización

Desde el plano global la pandemia ha marcado, sin duda, un punto de inflexión en las formas de la organización y suministro de las cadenas de abastecimiento. El doble impacto tanto en la oferta como en la demanda que ha conllevado el control sanitario de la pandemia, ha afectado el crecimiento económico, ya previamente débil de las economías centrales y periféricas, tornándolo mas errático y detonando una inflación mundial por la interrupción de las cadenas de abastecimiento. Estamos de nuevo en un escenario de estangflación como en los años setenta, pero con mucho mas incertidumbre sobre las alternativas.

Por lo pronto parece agotada la promesa del neoliberalismo de los ochentas, cuando éste prometía crecimiento económico continuo y derramas económicas y sociales que mejorarían la calidad de vida de las personas gracias a una oferta global ilimitada. Con la crisis energética en puerta y el agotamiento de la fertilidad de la tierra por las sequías y la degradación de los suelos, las perspectivas económicas no parecen nada halagueñas. De hecho pareciera que este Año tres de la pandemia, viene arrastrando las secuelas económicas en cascada, por eso se considera será bastante mas complicado que los anteriores. 

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Económicamente son muchos los autores que han emulado el impacto de la pandemia con la recesión provocada por la crisis de 1929 y otros aún, la consideran la crisis económica más profunda de los últimos cien años. Diversos estudios indican que, a diferencia de otras crisis económicas y sanitarias del mundo moderno, el doble impacto de la pandemia y de de la contracción económica, los efectos cruzados del SARCOV2-Covid19 se multiplicaron mas rápida y extensivamente que durante el crack de 29 o, la infuenza española, respectivamente. Queda pues abierto un largo parentesis de incertidumbre en torno al mundo de la pospademia, si es que la zoonosis detonada por la degradación de los entornos de vida natural no abre la puerta a una nueva Era pandémica, con la sucesión de enfermedades, una cada vez mas amenzante que la otra.

Mas desigualdad global y pobreza recargadas en América Latina

Todos los estudios y análisis de expertos disponibles aseguran que la región latinoamericana y El Caribe es la mas afectada por la pandemia. En ello coinciden OIT,OCDE, PNUD. OIT[1]  considera a América Latina como la región más afectada a nivel mundial en términos de actividad económica y pérdida de trabajo, medida en términos de empleos, horas de trabajo y masa salarial. Las estimaciones mas recientes indican que la pandemia provocó la destrucción generalizada de empleos formales e informales en casi 27 millones de fuentes de trabajo perdidas en el primer año.

Diversos estudios de la región[2] muestran que la contracción económica del primer año de la pandemia afectó de forma desproporcional a quienes se ubicaban en la parte inferior de la distribución de ingreso laboral.  En conjunto se habla de mas de 30 millones de pobres ya que si las desigualdades económicas, laborales, por clase, género, raza o condición étnica, habían mostrado algunas mejorías en los inicios de la primera década del siglo, para la segunda habían comenzado a estancarse, por lo que la crisis no hizo mas que profundizarlas.

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La muerte tiene permiso, pero también discrimina

La pandemia mostró también que además de la clase,  el color o, el género, el lugar donde se vive es crucial para sanar o para ser fulminado por una muerte rápida, ya que la desigualdad expresada en la distribución de la infraestructura y los servicios de salud, han hecho la diferencia entre vivir y morir. Vivir en la periferia de las grandes ciudades, ser migrante, integrante de comunidades indígenas o, habitar en barrios precarizados, es tener un horizonte distinto frente al riesgo del contagio y sobre todo ante la muerte.

En términos de contagiados y decesos si en un inicio Covid19 pareció un virus del turismo elitista, en su fase explosiva es sin duda una pandemia de los pobres o, de quienes por su precaria condición económica no pudieron quedarse en casa,  obligados por sus centros de trabajo o su precariedad económica a laborar normalmente. Mujeres y hombres jóvenes y maduros, con empleos informales que por millones siguieron saliendo y laborando en las calles o en sus centros de trabajo, sin ninguna protección. Son estos grupos los mas afectados.

Hasta ahora, en los tres países mas grandes y poblados de nuestro continente: Estados Unidos, Brasil  y México, la mayor parte de las personas fallecidas son hombres y mujeres laborando en los servicios esenciales (salud, transporte, comercialización de alimentos, trabajadoras domésticas, personas sin trabajo fijo) En Estados Unidos, los indígenas originarios y la población hispana han presentado tasas de hospitalización y muerte 5.3 veces mas altas que las personas blancas no hispanas; entre las personas de raza negra eran 4.3 veces mayores.  En Brasil, las personas afrodescendientes tienen un 40 % más de probabilidades de morir a causa de la COVID-19 que las personas blancas (OXFAM, 2021) [3]. E

n México, los cálculos de una encuesta realizada en los primeros meses de la pandemia, indicaban que 84 por ciento de los muertos por Covid-19 se concentraban en  ocho categorías de empleo, destacando las personas sin remuneración: amas de casa (24.3%, jubilados y pensionados (15.3%) empleados de sector público, sobre todo conductores de transporte y personal de salud.

La postpandemia, los derechos y la igualdad entre mujeres y hombres

Como es de esperarse, los efectos de la combinación de la crisis de doble hélice generada por el COVID19, han profundizado las desigualdades sociales de forma también profunda, tanto en términos económicos, educativos, de género, como de oportunidades y perspectivas de desarrollo. Además de los decesos y pérdidas humanas, el virus ha puesto al descubierto y al mismo tiempo ha exacerbado las desigualdades económicas, de infraestructura social y territorio, de clase, género y raza, a la vez que se ha alimentado de ellas.  

En cuanto a la desigualdad por sexo, los impactos en las mujeres son complejos y combinados. Por una parte aparecen sobre representadas en los sectores económicos más afectados por la pandemia: el trabajo remunerado en los hogares antes que todos porque se vió muy afectado por el confinamiento y el aislamiento social. Los sectores de comercio, turismo, restaurantes en el mismo caso.  La mujeres estuvieron también en la primera línea de atencion en los servicios de salud. En México las mujeres son 79% de las personas ocupadas y, en las actividades prioritarias de mercados y cadenas comerciales de alimentos, representan 62% de las 1.04 millones de personas que se desempeñan en este tipo de empleos[4]; otro tanto en los servicios de limpia, etc.

Respecto al panorama previo a la pandemia y más alla de los números, los contrastes entre la situación de las mujeres en el panorama previo a la pandemia y el que tenemos hoy son significativos, por ello vale la pena resaltarlos.

Es inegable que entre la última década del siglo XX y la primera del siglo XXI el avance en la participacion económica de las mujeres fue muy notable. Como promedio, las mujeres de la región pasan de una tasa de participacion en el trabajo remunerado entre 18 y 24% a inicios de los noventas, al 50% y 65% en la priméra década de nuevo siglo. Este incremento vino acompañado de una lenta y reducida pero sostenida disminución de la brecha salarial y de algunas ganancias de terreno en la participación en puestos directivos o, en segmentos laborales otrora cien por ciento masculinizados (como la maquinaria y el transporte, la minería y producción energética, la construcción, los cuerpos de seguridad).

Las mujeres con mayores oportunidades educativas fueron quienes concentraron estas ganancias (aprox entre 25 y 40% de la población femenina en edades productivas). En el segmento de mujeres jóvenes con bajo o nulo capital educativo, la situación económica también mejoró por cuanto al menos 60% de esta población consiguió insertarse en actividades remuneradas como el trabajo en el hogar; mientras otras encontraron nichos de ingresos monetarios en actividades informales: en el comercio, los servicios de limpia y de cocinas, en maquilas o servicios de empaquetamiento y, mayoritariamente en el trabajo para los hogares, otras como jornaleras agrícolas. Algunas más generaron recursos a través de actividades diversas realizadas para contribuir al sustento económico desde su hogar. 

Es importante destacar que para segunda década del siglo XXI en el panorama regional del empleo femenino, se notaba ya una ralentización del crecimiento y una precarización laboral creciente en lo general, que colocaba una gran interrogante sobre las perspectivas de mayor integración de las mujeres en actividades remuneradas, así como en las oportunidades para lograr mejoras sostenidas en la igualdad respecto a los hombres.

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El abanico de oportunidades de empleo seguía siendo muy acotado para las mujeres de bajo nivel educativo; mientras para las mujeres con altas calificaciones educativas los techos de cristal no cedían. La segmentación de los empleos por sexo no parecía haber tenido cambios significativos en casi cuarenta años (Guzmán,Flerida, 2000; Pedrero Mercedes, 2018) y la brecha salarial que venía reduciéndose sobre todo entre los puestos medios ocupados por hombres y mujeres con quince años de escolaridad (18% menos), se había mantenido intacta entre las mujeres y hombres con más de veinticinco años de escolaridad y, en la misma proporción, de lo que ocurre entre mujeres y hombres con nula o muy baja escolaridad (50% menos). Encima comenzaba a identificarse la brecha digital como un nuevo clivaje de la desigualdad por género.

El promedio los salarios de mujeres y hombres en el panorama laboral latinoamericano previo a la pandemia, ese acercaba mas a una pérdida general de condiciones y derechos asociados al trabajo formal, que a la mayor integración de más mujeres y cotas de puestos y remuneración de aquellas frente a los varones.  La carga de los  trabajo de cuidado seguía pesando sobre las espaldas de las mujeres, obligándolas a buscar trabajos de pocas horas para cumplir con las necesidades de cuidado y trabajo doméstico, debido a que ni los estados, ni las empresas, ni el tercer sector, les ofrecían servicios accesibles de cuidado en espacio, costo y tiempo, adecuados.  

De esta suerte, ya desde la lenta recuperación de la crisis de 2008-2009, buena parte de las expertas y expertos en los temas de igualdad de género de la región, tenían claro que los márgenes para la incorporación de más mujeres al trabajo remunerado, se venían reduciendo y, que las perspectivas de crecimiento económico no pronosticaban seguir mejorando las condiciones de igualdad como tendencia. Los bloqueos estructurales para la incorporación femenina en el trabajo remunerado, considerado por el feminismo estructuralista cepalino[5] el quid pro quo para alcanzar la autonomía económica y por ende la emancipación femenina, estaban evidenciando la necesidad de un cambio más profundo que tocara las bases materiales de la división sexual del trabajo y ahí estaba el tema crucial del cuidado. 

Con la pandemia estas restricciones se han agudizado, ya que las mujeres no solo han perdido terreno en el trabajo remunerado y aumentado su presencia en los segmentos del desempleo tanto formal como informal, sino que se ha elevando sustantivamente la sobre carga de trabajo doméstico y de cuidado, al asumir cada hogar las tareas de atención a los enfermos; además de sostener la formación educativa a distancia de niñas, niños y adolescentes, por el cierre de escuelas y aún, asumir, en el menos peor de los casos, un desempeño laboral en el teletrabajo, sin contar incluso ahora con el apoyo de las trabajadoras del hogar.

Las nuevas brechas laborales de género

En México, el primer impacto de la crisis en 2020 acentúo todas las brechas laborales por género. De acuerdo a datos de OCDE y BID[6] al inicio de 2020, la tasa de desempleo ajustada estacionalmente de 3.6 por ciento, llego en junio de ese año a 4.5 por ciento. Para fines de 2021 la tasa se preveía estaría en 5%, con las mujeres representando 3 de cada cuatro desempleados.

En 2021, las acciones de vacunación universal y gratuita abrieron un canal de respiro tanto para la suavización de la pandemia como para la recuperación de la actividad económica. Sin embargo esta recuperación ha sido muy heterogénea entre los distintos sectores económicos y se ha dado mas en el empleo informal, que en el formal. Sin embaro hasta ahora, la recuperación ha favorecido las oportunidades de empleo para los hombres, mientras las mujeres han quedado inactivas económicamente porque los sectores en lo que se emplea mayormente su fuerza laboral no se han recuperado del todo.

Otras se han mantenido sin disponibilidad para trabajar de manera remunerada porque deben mantenerse al frente de los trabajos de cuidado y de las labores domésticas, debido al cierre  en las escuelas, o aún a las exigencias de jornada mas largas para los varones empleados.

La caída de los empleos en el primer año de la pandemia fue más precipitada para mujeres que para los hombres (Ver gráfica adjunta) mientras en la recuperación iniciada en 2021, han seguido caminos prácticamente paralelos, manteniendose una brecha en promedio de dos puntos porcentuales entre hombres y mujeres. De suerte que mientras en el último trimestre de de 2021, la tasa promedio de pérdida de  empleo femenino era 5%, la de los hombres era del 3%.

En contraste, durante el primer año de la pandemia, en 2020, el valor económico de las labores domésticas y de cuidados realizadas por la población de 12 y más años de edad que sumó un monto total de 6.4 billones de pesos, fue equivalente a 27.6% del PIB nacional, frente a 22.9% que se contabilizó en el año previo. Las mujeres contribuyeron con 73.3%, de este valor, mientras que los hombres, en pleno confinamiento por la pandemia, solo constribuyeron  con  26.7%, del mismo. Es decir, las mujeres aportaron 2.7 veces más trabajo y más valor económico no remunerado que los hombres.

El incremento de casi cinco puntos del PIB pudiera ser apreciado mejor si consideramos que para 2020, los datos del Sistema de Cuentas Nacionales que INEGI reportaba, indicaron que todas las actividades económicas realizadas en el Sector Salud contabilizaban 4.6% del PIB nacional[7]. En pocas palabras, de acuerdo a estos datos durante la pandemia los hogares quintuplicaron el esfuerzo que en materia de servicios de salud (1.4) venían realizando y dentro de este esfuerzo las mujeres hicieron tres tercios del trabajo.

Fuente: BID. Elaboración usando información de encuestas de hogares publicadas en el Observatorio Laboral COVID-19. Febrero, 2021
El suelo menos parejo para las mujeres

La lenta y zizageante recuperación económica y del empleo que ha permitido la nueva mormalidad, con las bajas y alzas en las sucesivas nuevas olas de la pandemia, va dejando en claro que la recuperación del empleo femenino no cursa al mismo ritmo de la incipiente y frágil recuperación económica. También que la sobrecarga de trabajo domestico y de cuidado que pesa sobre las mujeres va estabilizándose en los hogares, en la medida en que los servicios sociales y educativos no acaban de consolidar su funcionamiento a las condiciones de la nueva normalidad.  

En este sentido se advierte hoy una naciente tendencia de refuerzo a la dependencia económica de las mujeres, mientras, simultáneamente crece la sustentabilidad del trabajo que las mujeres realizan para el trabajo masculino.  Y aquí cuenta tanto lo que hacen en el cuidado de enfermos, como en cuanto las diversas formas de compensación a la caída de los ingresos del hogar que realizan las mujeres, ya sea bajo la modalidad de actividades complementarias al sustento económico (ventas por catálogo, preparación y venta de alimentos o, cultivo, siembra y crianza de animales cuando es posible) como el propio esfuerzo de sustento al trabajo masculino a jornada completa, en un marco de mayor precarización laboral por horarios extendidos y otras modalidades de sobre explotación posibles gracias al alicaído mercado laboral o el propio teletrabajo, el cual carece de reglas acuerdos y derechos.  

Lo que las mujeres pierden en el mercado de trabajo, también lo pierden en el consumo. De acuerdo a un estudio de carácter cualitativo realizado en zonas urbanas semirurales del sureste mexicano, realizado en establecimientos de cadenas de tiendas comerciales, en 2021, en el último trimetre del año, habían sido eliminados por falta de consumo los departamentos o áreas de artículos de ropa y moda femenina, sustituyéndolos por ropa y artículos masculinos, artículos deportivos y ropa para  niños y niñas. Lo que sugiere que se que en los hogares de las capas populares se ha reducido el gasto en consumo de ropa y artículos para las mujeres y se privilegia el gasto para niños, niñas y para los varones que deben presentarse en los trabajos.

La nueva normalidad y el quédate en casa para las mujeres

Con la nueva normalidad en el mundo laboral es previsible se agregue también una otra dimensión en la desigualdad social por el cruce de la diferencia generacional y educativa a partir de calificaciones profesionales segmentadas en orden al manejo de recursos, metodologías y tecnologías digitales, ligados a la eficiencia y competitibidad de las empresas en pleno recambio tecnológico. En estos términos, es esperable que aumente la desigualdad en la brecha digital y,  se profundice no solo la brecha de género, sino también la desigualdad entre mujeres; entre el 20 y 32% de las mujeres jóvenes, como formaciones técnicas y profesionales, entre 20 y 32% de las ocupadas en actividades remuneradas y, el 28 ó 35 de las mujeres pobres adultas y jóvenes sin calificaciones y aún sin formación alguna para el empleo.

La instalación del teletrabajo, las reuniones a través de plataformas virtuales, estarán induciendo hacia la externalización de procesos a trabajo a través del freelance. A medio y largo plazo esto significará reducir empleo, impactando tanto la demanda final como el consumo productivo. La OIT en sus previsiones considera que introducir los protocolos de la sana distancia en los centros de trabajo, adecuando instalaciones, procesos y estándares laborales, será imposible para muchas empresas. Pero se tiene por cierto que estos cambios transformarán la organización del trabajo en términos de turnos y horarios, intensificando el trabajo a horario flexible.

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Agregado a la reorganización de los servicios educativos, guarderías y centros de cuidado, el cambio tanto macro como micro social de esta “nueva normalidad” es enorme e impacta directamente en los arreglos familiares domésticos. Para muchas mujeres que vivían la cotidiana gestión de su doble o triple jornada, compensando mediante multiples viajes diarios la fragmentación espacial de las ciudades o, que echaban mano del apoyo de madres o familiares para el cuido de sus hijos, tendrían que apañarse con sus propios recursos en la vivienda y multiplicarse en el mismo espacio para resolver simultáneamente actividades domésticas, de trabajo, cuido y aún habilitarse como pedagogas ante la carga in toto de la formación educativa de sus hijas e hijos.  

Si en América Latina y El Caribe, veníamos observando una ralentización en el crecimiento de empleo femenino por efecto de débil crecimiento económico en la región desde 2009, en el futuro inmediato vamos a encontrar más dificultades, combinadas con una recomposición muy fuerte en sectores, actividades y procesos de la ocupación femenina. En este marco hay que ubicar las preocupaciones externadas por CEPAL, OIT, ONU, en diversos documentos, por la situación y oportunidades para las mujeres y los avances en igualdad de género en materia de participación económica y derechos humanos, más allá de que muchos de estos avances no han dejado de sostenerse sobre un piso de desigualdad en términos de diferenciales en salarios, puestos, calidad del empleo, pensiones, etc. 

La privatización de los riesgos sanitarios y la nueva frontera del trabajo doméstico.

La centralidad en el confinamiento como política pública y medida central de los gobiernos para contener al virus privatizó el impacto sanitario y económico de la pandemia, en la medida en que dejó la seguridad y la protección de cada quién, a la disponibilidad de recursos de cada persona y/o familia. Esta medida es sin duda una de la fuentes de la profundización de la desigualdad social pospademia.

El confinamiento asociado al aislamiento social por su parte, ensayan una suerte de disciplinamiento explícito, físico, directo, en los cuerpos, tanto en lo individual como en lo colectivo. Esto junto a las nuevas formas de trabajo que se están generalizando, están abriendo en conjunto un largo, largo paréntesis respecto a la normas y prácticas de los derechos y libertades tanto liberales, como los derechos sociales del Estado Benefactor.

A esta altura de la argumentación caber recordar que fueron precisamente la quiebra del modelo liberal y patriarcal de familia institucionalizado en el Estado de Bienestar (1940-1980) en coincidencia con los avances logrados por las mujeres en el plano de la empleabilidad (más formación profesional y formación técnica) sumados con los cambios en la sexualidad y en la estructura y composición de las familias, los que detonaron el crecimiento masivo del empleo femenino de los años ochenta en adelante. 

También vale la pena recordar, que las reformas del programa neoliberal que llevaron a la privatización de los servicios de salud, cuidado y educación, conllevaron a los hogares a buscar contar con más ganadores de ingreso y, que estas transformaciones se dan aparejadas a los avances más dramáticos de la historia de las mujeres en materia educativa y de participacion económica. Coicidiendo también con los procesos de maquila y posmaquila posfordista y la relocalizacion de la industria periférica.  

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En estas décadas es cuando se expande el empleo femenino y se producen profundo cambios en la composición de las familias, en la nupcialidad, en las tasas de crecimiento demográfico, dejando al descubierto la profunda brecha del cuidado, cubierta parcialmente por externalización, vía contratación de trabajo doméstico asalariado o, prestación de servicios en el mercado.

Como sabemos la pandemia pone en suspenso todas estas actividades de sustento al trabajo remunerado de los miembros de los hogares y revira hacia el interior de los mismos todas estas obligaciones. En este sentido el confinamiento reinternaliza “in toto”, a la economía doméstica, las actividades de la reproducción incluso en aquellos segmentos que como la educación llevaban mas de dos siglos externalizadas.

El asunto es que las desigualdades entre mujeres y hombres pueden profundizarse por las consecuencias de la pandemia y sobre todo por los enfoques de política pública que adopten los gobiernos para manejar la recuperación económica. La debilidad de los recursos financieros de los gobiernos de la región para atender las necesidades de los sistemas de salud ya de por si en situación de penuria debido a la desinversión previa, sumada a las demandas de atención a la pobreza y la hambruna que se advierte llegar, puede hacer muy alta la tentación de estos gobiernos para plantear a las mujeres “quedarse en casa “en vez de retomar su vida laboral o profesional, sus proyectos educativos o culturales.

Puede ocurrir también que ese “quédate en casa” para las mujeres no solo  derive de las necesidades de los hogares o, de la depresión económica en sectores laborales feminizados, sino aún de las decisiones de las empresas a la hora de sus preferencias para contar con trabajadores disponibles a full time .

En estos aspectos la cuestión central que se plantea aquí es, si este desplazamiento de la frontera del trabajo remunerado hacia los confines del ámbito doméstico que ha cruzado el virus, representa una aproximación perentoria que podría revertirse en el corto plazo o, si por el contrario, el largo impasse de una recuperación económica con capacidad y ritmo para arrastrar a la alza el empleo femenino, va a postrar a largo plazo la recuperación del empleo femenino y regresarnos a la dependencia económica, de donde habíamos salido, al menos como tendencia desde hacer medio siglo.

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[1] Según OIT la masa salarial en la región cayó entre 12 y hasta 25% entre marzo 2020 y julio de 2021.  Ver OIT Serie Panorama Laboral de América Latina y El Caribe. Consultado 22/11/21 en: https://www.ilo.org/americas/sala-de-prensa/WCMS_819024/lang–es/index.htm

[2] Valensisi (2020) como Sumner, Ortiz-Juárez (2020) y Luis A. Monroy-Gómez-Franco, City University of New York /Centro de Estudios Espinosa Yglesias (1/2021)

[3] La Jornada, disponible: https://www.jornada.com.mx/notas/2021/10/30/mundo/brasil-registra-232-muertes-por-covid-19-en-las-ultimas-24-horas/

[4] Ver El trabajo de cuidados en México en el contexto de la pandemia de la Covid-19. LIDES.  LIDES / Asesoría Especializada, S.C. Lorena Cruz Sánchez, María de la Paz López Barajas Anitzel Merino Dorantes; Juan Arroyo Galván Duque. Disponble en http://bibliodigitalibd.senado.gob.mx/bitstream/handle/123456789/5225/docto%20cuidados%20aRev4%20pxp.pdf?sequence=1&isAllowed=y

[5] Ver Ana Güezmes, Lucía Scuro y Nicole Bidegain.  Igualdad de género y autonomía de las mujeres en el pensamiento de la CEPAL. EL TRIMESTRE ECONÓMICO No.353, Enero, 2022. Disponible en http://www.eltrimestreeconomico.com.mx/index.php/te/index

[6] BID. Mujeres y hombres jóvenes, los mas afectados por la pandemia. Disponible en: https://publications.iadb.org/publications/spanish/document/Mujeres-y-jovenes-principales-grupos-afectados-en-Mexico-por-la-contraccion-economica-durante-la-pandemia.pdf

[7] Disponible en: https://www.inegi.org.mx/temas/saludsat/

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