Generaciones de mujeres han crecido a base de pan y… princesas, que luego se les indigestan.
Generaciones de mujeres han crecido a base de pan y… princesas, que luego se les indigestan. Como Berta Hiriart indica en el capítulo “Pioneros de la literatura infantil” de Escribir para niños y niñas, Rousseau «sentó importantes bases que habrían de servir a las mejores teorías educativas de los siglos XIX y XX» gracias a su oposición a lo acostumbrado en su momento y, por el contrario, su planteamiento de la «libertad bien aplicada, la experiencia directa antes que el sermón del adulto y la anulación de culpas y castigos, como condiciones indispensables para el buen desarrollo infantil».
Así, luego del digestivo, con el sueño en mil pedazos, llega la liberadora realidad. El príncipe es un hombre como todos y ella, una mujer más. ¡Enhorabuena!
Y bien, entre sueños rotos, remendados, de nuevo deshilachados y vueltos a zurcir, el mito de las Cenicientas deambula de generación en generación como alma en pena por los muros de los imaginarios castillos de nuestras vidas.
Ellas cambian con el paso del tiempo, de peinado y estilo de vestir; se adaptan a la modernidad. Ya no viven en castillos sino en pequeños apartamentos. Se han forjado una nueva identidad, y aunque con nuevas credenciales, el mito se sigue revisitando una y otra vez. Veamos sus variopintas facetas a través de la historia.
La Cenicienta de Perrault se caracteriza por el uso de un lenguaje complejo y la resaltada descripción del bien y la belleza de la protagonista, en ella virtudes resistentes al sentimiento de venganza. En contraste, tenemos a la madrasta soberbia y las hermanastras feas. Sin embargo, una de ellas, la menor, es menos malvada y es justo quien la llama Cenicienta.
Las chinelas (zapatillas) son de cristal. Cenicienta es tan mesurada y privada de ambición que de hecho no pide ir al baile. Va, pues, pero termina escapando porque tenía la obligación de regresar a casa antes de la media noche. Nadie reconoce a Cenicienta en el baile y la toman por una misteriosa princesa.
El príncipe es astuto y luego de varios intentos fallidos urde un plan para no dejar escapar a su dama (no lo logra del todo al inicio, pero al menos obtiene un rastro) y, al final, se casa con ella de inmediato. El hada es madrina de Cenicienta y la ayuda en premio a su bondad. La diminuta zapatilla simplemente no le queda a los grandes pies de las hermanastras.
Al final Cenicienta perdona a las hermanastras y las lleva consigo a palacio y hasta las casa con nobles caballeros. El baile dura dos días. El séquito de Cenicienta está formado por una calabaza, ratones, una rata grande y lagartos.
Por su parte, los hermanos Grimm utilizan un lenguaje más simple. Se menciona a la madre de Cenicienta para contrastar su bondad con la maldad de la madrastra.
Aquí las hermanas son bellas pero feas de corazón y tratan muy mal a Cenicienta. Las zapatillas cambian de noche en noche: pasan de la seda a la plata y luego al oro.
El príncipe es ingenuo y son las aves quienes le ayudan a descubrir el engaño de las hermanastras, quienes, en su desesperación por que les calce la zapatilla, se cortan, inducidas por la madre, un dedo y un pedazo de talón, respectivamente.
La versión de los Grimm deja rastros de sangre en su narración, con las crudas escenas de las apenas mencionadas amputaciones de partes de los pies y las palomas sacando los ojos a las hermanastras, por lo que el manejo de la temática podría ser menos adecuado para los niños.
En esta versión el hada madrina es sustituida por un árbol, quien le concede vestidos y zapatos. Esta Cenicienta sí quiere ir al baile y pide permiso a la madrasta quien, primero se burla y luego le asigna trabajos inútiles con tal de impedírselo. El motivo de la fuga del baile es porque Cenicienta simplemente no quiere que nadie la vea y, de hecho, el padre sospecha que la bella y misteriosa princesa puede ser ella, pero no logra probarlo.
A su vez, con la versión de Roald Dahl, aplicaría el «y no vivieron felices para siempre». En sus “Versos perversos” se deja de lado la dulce doncella de Perrault.
La historia inicia cuando Cenicienta encuentra al hada, pero ahora no está desprevenida, por el contrario, se muestra astuta, tanto que, apenas la situación se complica, ella no duda en cambiar de camino para vivir mejor.
Se puede decir que el autor recreó la historia con matices góticos y usando frases que podrían no ser aptas para los niños. En su versión tenemos a una Cenicienta que no quiere encontrar sino huir de su príncipe y a unas hermanastras después de todo no tan malvadas.
Por último, la Cenicienta de Walt Disney es una versión puramente romántica con evidentes toques machistas que presenta a una mujer bella y buena que a lo máximo que aspira es a encontrar un príncipe y casarse con él.
Las hermanastras aquí son, más que feas, horrorosas. En la versión cinematográfica Cenicienta ama a los animales, quienes tienen roles fundamentales, incluso para lograr la prueba de la zapatilla que aquí también es de cristal.
Así pues, con diversas versiones para un mismo mito que encarnan varias Cenicientas, su historia desde siempre ha generado un encanto en generaciones de niñas y el hechizo ha resistido al transcurso del tiempo.
«Así viajan las historias. Bien miradas, son en esencia unas cuantas, pero parecen miles por las variaciones que toman según la época, la cultura, el autor». Y así es que, fugándose de la media noche, Cenicienta ha logrado plasmarse en formas nuevas según los distintos contextos culturales, radicando en el imaginario colectivo.
Rosa María Fajardo es escritora y periodista. Estudió Ciencias de la Comunicación en la UNAM. Obtuvo la equivalencia de grado por la Università degli Studi di Trieste en Italia y Máster en Escritura Creativa en la Università degli Studi Suor Orsola Benincasa de Nápoles. Cursa la Maestría en Literatura y Creación Literaria en la Casa Lamm. Fue catedrática en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y correctora de estilo del suplemento sábado de unomásuno. Ha colaborado en medios mexicanos como los suplementos sábado y Acento X, de unomásuno y en la revista Generación, y en Italia en la revista literaria Lìnfera y el suplemento cultural INK del periódico universitario Inchiostro. Es coautora de la revista Los Sembradores de Historias y los libros de cuento Aún espero algo mejor e Impaciente Espera, publicados en Italia con el grupo literario Trattolibero. Actualmente es docente en el Tecnológico de Monterrey. Twitter: @RosaMFajardoG |