La encíclica Laudato Si (Alabado seas) puede ser considerada como uno de los documentos doctrinales más poderosos que ha emitido la Iglesia católica desde el Concilio Vaticano Segundo. Se trata de un sólido texto que no se limita a incorporar tesis propias de su iglesia, sino que recupera elementos teológicos y doctrinales de otras religiones y, quizá lo más sorprendente, elementos científicos de vanguardia en lo relativo al cambio climático y sus efectos en la vida de los más pobres.
La Encíclica es un paso valiente que recupera los más profundos principios de la teología franciscana: considerar a la Tierra como una “hermana” de la creación implica un conjunto de tesis teologales que en su momento fueron condenadas incluso como heréticas y panteístas.
El Papa Francisco lanza en ese sentido un documento audaz porque sostiene, con base en los argumentos del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, una severa condena ética: el calentamiento global y la afectación de la tierra son resultado de la intervención de la humanidad. Pero no cualquier tipo de intervención, y es ahí en donde el documento es profundamente novedoso.
Se trata de un profundo rechazo al modelo capitalista, y este elemento constituye un vuelco gigantesco en la orientación doctrinal de la Iglesia. El Papado de más larga duración del que se tenga memoria reciente, el de Karol Wojtila (Juan Pablo II), fue un mandato dirigido severamente en contra del socialismo realmente existente y de un apoyo casi incondicional a la postura draconiana del neoliberalismo impulsado por Reagan y Tatcher en el Hemisferio Occidental.
En esa lógica, el Papa Francisco no muestra ninguna duda: el papel de la Iglesia Católica es ubicarse del lado de los desposeídos, tal y como lo hizo Francisco de Asís al fundar la Congregación de los Hermanos Menores.
Hacía mucho que la idea de la “opción preferencial por los pobres” no era sino un movimiento católico marginal encabezado por los teólogos de la liberación en América Latina, con el liderazgo de nombres como Ignacio Ellacuría y Leonardo Boff, quien por cierto acuñó el bello término de “Ecosofía” para referirse a una nueva lógica de estudio y relación con la naturaleza.
Hoy, mediante la Encíclica Laudato Si, el Papa Francisco relanza un debate de alcances globales: vivimos bajo un modelo de producción y consumo que está alejado de los principios éticos más elementales del cristianismo, pero también de los de las otras grandes religiones, al hacer énfasis en el egoísmo, la acumulación frenética de bienes y la envidia como motor de un desarrollo avasallante.
El Papa Francisco propone entonces un diálogo ecuménico, con una fuerza política mayúscula, pues está investido de una legitimidad que rebasa con mucho a la mayoría de los liderazgos nacionales y regionales que existen en este momento, en el que no hay país del mundo en el cual la clase política goce de buen nombre y prestigio.
En este contexto, el INEGI dio a conocer los resultados de la Encuesta Intercensal 2015. En ella se muestra que en al menos el 10% de los hogares se ha vivido hambre en los últimos tres meses; y que en 19.3% de los hogares donde hay niñas, niños y adolescentes, éstos han padecido hambre al menos una vez al día.
Se dice que la visita del Papa Francisco a México es de corte pastoral, pero no hay integrante de la clase política que no esté buscando tomarse una foto cerca del Pontífice, o tener incluso uno o dos minutos para hablar con él.
Así que no nos engañemos: con la agenda del hambre pendiente de nuestro país, y con el nivel de discurso crítico del Vaticano respecto del modelo de desarrollo, lo que deberíamos esperar es un posicionamiento ético y político que podría incomodar a muchos, en particular a los responsables de las políticas económicas y sociales del país.
@saularellano
Artículo publicado originalemte en “la La Crónica de Hoy” el 17 de diciembre del 2016
Acumular riqueza a costa de los demás es abominable. Acumular dinero y cobrar intereses por el préstamo de ese dinero es también un asunto inmoral y éticamente cuestionable. En el mismo sentido, creer que tener una vida de riquezas y lujos es compatible con una vida espiritualmente aceptable resulta una contradicción no sólo lógica, sino, una vez más, también moral.
Frente a tales afirmaciones, hay quienes podrían pensar que se trata de las elucubraciones de “otro marxista o comunista más” que se opone a la iniciativa individual, a la inventiva y al emprendedurismo de las personas, y que, por lo tanto, podría ser puesto en la lista de los retrógradas que se oponen a ultranza a la generación de la riqueza y la debida recompensa a los empresarios que generosamente arriesgan su capital en aras de obtener ganancias e indirectamente hacernos el favor de crear empleos.
Lo paradójico del caso, al menos en la tradición occidental, es que las ideas sintetizadas en el primer párrafo no provienen de ningún socialista o marxista trasnochado, sino de los propios textos evangélicos y de sus lecturas por autores como Francisco de Asís y Tomás de Aquino.
La cuestión es mayor. Se trata de una discusión que tiene al menos mil novecientos años, y en la cual se ha tratado de dilucidar hasta dónde el afán de riquezas es compatible con la práctica del credo cristiano, y hasta dónde se puede justificar que una persona que forma parte de esta fe se dedique al trabajo con el propósito fundamental de hacerse rico.
En ese sentido, basta con recuperar algunos pasajes bíblicos. Así, en el Evangelio de Marcos 10:25 se lee: “Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja, que para un rico entrar en el reino de Dios”. La misma frase aparece en Mateo 19:24.
Volviendo a los lectores y comentaristas del Evangelio, hay una larga tradición que condena la existencia de la propiedad privada. La lectura de San Ambrosio, San Basilio, San Juan Crisóstomo y San Agustín no deja lugar a dudas: la propiedad debería ser común, y la acumulación de riquezas despreciable.
Por otra parte, Francisco de Asís, Guillermo de Ockham y Marcilio de Padua ofrecen un conjunto de tesis teologales, filosóficas y económicas mediante el cual distinguen el uso de las cosas de la propiedad sobre ellas, con el propósito de diferenciar la posibilidad de usufructuar la tierra de la propiedad que se podría tener sobre ella, la cual no es sino de Dios y, por lo tanto, de la humanidad.
El papa Francisco vendrá a México a partir del próximo 12 de febrero. Por lo que se percibe, su agenda es la continuación en la práctica de un discurso a favor de los pobres y los vulnerables que, pronunciado en un país marcado por la desigualdad y las carencias, con una mayoría poblacional católica, pero al mismo tiempo el de mayor número de católicos en el mundo, tendrá seguramente una resonancia no sólo local, sino regional y quizá global.
¿Se pronunciará el Papa ante la obscena desigualdad que nos ha llevado a la paradoja de que el 10% de los más ricos se quede con más de dos terceras partes de la riqueza total del país? ¿Qué van a decir los invitados VIP en las celebraciones eucarísticas que se llevarán a cabo cuando el Papa -es lo esperable- los condene de frente por ser parte de la lógica depredadora de la que forman parte y defienden a ultranza?
El debate en torno a la pobreza y la desigualdad es urgente en nuestro país, y por ello es de celebrarse, desde una perspectiva laica, que desde la fe se haga un llamado racional al diálogo tolerante y franco de todas las visiones en torno al problema y la responsabilidad mayor que nos atañen: el cuidado de la casa común.
@saularellano
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