Desde su nacimiento en 2016, la Secretaría de Cultura ha sido abanderada como uno de los organismos del gobierno federal -tanto en el peñismo como en el obradorismo- que encabeza el llamado ‘proceso de recuperación del tejido social’. Se ha planteado que la cultura (así, de forma genérica) es elemento clave para hacer frente a profundos problemas sociales como la violencia, el narcotráfico y el desplazamiento forzado que afectan cada día más a la sociedad mexicana. Pero ¿las políticas culturales actuales realmente están diseñadas para lograr este objetivo?
Escrito por: Dr. David Antonio Torres
La clave aquí es quizá la definición de ‘tejido social’. Normalmente, éste se entiende como el cúmulo de vínculos sociales e institucionales que favorecen la cohesión y la reproducción de la vida dentro de una comunidad. Hay varios factores que lo configuran. Por un lado, los comunitarios: aquellos que favorecen la identidad, el sentido de pertenencia y la construcción de las relaciones de confianza, así como de acuerdos comunes por medio de los cuales se participa en las decisiones colectivas. Y por otro, los institucionales, que son las formas de organización social establecidas en un territorio y que facilitan la comunicación con otros territorios y otros grupos.
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En dicho contexto, el patrimonio cultural aparece al centro de esta red de interacciones y vínculos como un elemento indispensable en el entramado social, no como recurso explotable desde las visiones turísticas y mercantilizadas de la cultura, sino como componente fundacional de toda la vida cultural de una comunidad. El patrimonio cultural en todas sus formas es, en otras palabras, origen y fin de aquello que une a una comunidad, en tanto que es centro neurálgico de toda actividad social, pero también escenario en el cual la vida misma se desarrolla, desde centros históricos, museos, atrios y centros culturales, hasta tradiciones, festivales y actividades de todo tipo. Ya en 1982 se dejaba claro, desde la cumbre de México, que la cultura incluye todo tipo de rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan una sociedad o grupo social. Ella engloba además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias.
Pongamos el ejemplo del doble embate de los sismos de 2017, en donde cientos -si no es que miles- de sitios culturales sufrieron daños; y que posteriormente, con la pandemia de COVID-19, tuvieron que cerrar por falta de ingresos. La pérdida de infraestructura cultural es enorme. Con ello, cientos de comunidades no tuvieron otra opción más que adaptarse a cambios drásticos en el tejido social, de por sí ya debilitado por los fenómenos violentos que vive el país. Una buena gestión del largo proceso de recuperación posterior habría sido atender las necesidades socioculturales de dichas poblaciones por medio de políticas culturales específicas. ¿Qué acciones se han implementado desde el gobierno federal? El desarrollo de un macroproyecto en Chapultepec, que no sólo drena más de la mitad del presupuesto del sector cultural, sino que favorece sólo a un sector reducido de la población del país, los capitalinos.
Quizá sea una evaluación parcial del impacto que tienen los proyectos del sector cultural, pero la información con la que se cuenta para poner en contexto la actual política cultural es poca y de incierta calidad. Es la misma política de los otros datos la que perdura. El problema es que en esta visión, el patrimonio representa un recurso valioso sólo mientras resulte explotable principalmente por medio del turismo que genera utilidades; como si el tejido social necesitara únicamente de recursos económicos para recuperarse. Quizá por eso hay cientos de edificios históricos dañados desde 2017 sin dinero para restaurarse.
En contraste, una política cultural realmente enfocada en recuperar la estructura social, la mejora de las condiciones de vida y la reducción efectiva de la pobreza debe aprovechar la infraestructura cultural para expandir las capacidades de las personas, entendiendo éstas como las posibilidades que tienen para alcanzar desempeños valiosos más allá de la simple fuerza productiva. Bajo esta visión, habría que procurar la generación y acumulación de conocimiento que permiten mantener una visión amplia, incluyente y variada del mundo para encontrar soluciones diversas para los problemas comunes. Asimismo, asegurar la integración de los miembros de la comunidad a lo largo de todo el proceso de gestión, desde el diseño hasta la implementación de proyectos culturales.
En resumen, la cultura, y en particular el patrimonio cultural, sí puede jugar un papel importante en la recomposición del tejido social siempre y cuando se considere como un bien de uso común, más no uno politizado, de uso mercantil o para beneficio de pocos. Además, es indispensable encontrar el equilibrio entre el aprovechamiento sostenible de los activos culturales y su conservación. En ese sentido, el patrimonio debe incluirse como eje prioritario en las políticas de recuperación ante desastres, las de desarrollo territorial sostenible y organizarse con base en las necesidades de la comunidad local, a través de productos patrimoniales viables. Así, realmente puede representar una alternativa al desarrollo planteado en el modelo actual, con las personas en el centro de las políticas culturales.
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Frase clave: El patrimonio cultural y la recuperación del tejido social
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