Cuando hablamos de elecciones pensamos siempre en varios conceptos que van desde el INE, que es la instancia que las organiza; los partidos políticos como los vehículos que han perdido la confianza de la ciudadanía y en la que a través de sus candidaturas se accede al poder público; en el Gobierno como el que ostenta el poder y que, un importante segmento de la población piensa que inclina la balanza hacia su partido para facilitarle el camino, entre otras consideraciones(el plan B).
Escribe Fernando Díaz Naranjo
No obstante, un referente importante es que la ciudadanía vincula las elecciones con un ejercicio en el que vota por algún partido político, coalición, candidata o candidato de su preferencia, es decir, a diferencia de hace años, sabe que su sufragio es contado, respetado y, consecuentemente, las y los ciudadanos saben del poder del éste que se traduce en el aval a una fuerza política o, de plano, su cambio de opción por otra instancia política.
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Esto da como resultado que tengamos elecciones libres, auténticas y democráticas en donde la transición del poder público se da en condiciones de certeza y paz social y, en su caso, las diferencias se dirimen por las vías institucionales en los órganos electorales jurisdiccionales correspondientes que, nos guste o no sus resoluciones son acatadas por todas las partes involucradas lo que es la esencia de un Estado de Derecho.
Siendo esto así, ¿Por qué la necesidad de cambiar las reglas del juego electoral? ¿El Legislativo está garantizando elecciones confiables? El ahorro referido con la Reforma Electoral, mejor conocida como Plan B, en verdad ¿garantiza un ahorro presupuestal significativo para nuestra nación?
Si comparto la necesidad de revisar la normativa electoral, pero no de cara a las elecciones presidenciales de 2024 que, según el INE, se estiman puedan concurrir más de 97 millones de personas. Bajo este contexto, el Plan B considera más aspectos negativos y regresivos que positivos por las siguientes razones:
Como podemos observar, la lista podría extenderse con problemáticas que han sido observadas en materia de propaganda electoral, posible injerencia de servidores públicos en campañas electorales, entre otras más. Si en verdad se hubiese buscado un importante ahorro presupuestal debió afectarse el estratosférico presupuesto que reciben los partidos políticos tanto en periodo ordinario como para el desarrollo de sus campañas electorales.
En este sentido, la Corte tiene una gran labor para analizar con todo detenimiento estos y otros temas que son necesarios revisar para fortalecer nuestra democracia y no debilitarla. Confiamos en lo que, en su oportunidad la Suprema Corte de Justicia de la Nación, conforme a Derecho, resuelva.
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