Escrito por 3:00 am En Portada, Política, Ruth Zavaleta Salgado • Un Comentario

El populista y las instituciones

¿Por qué los populistas atacan a las instituciones cuando gobiernan? Hasta mitad del siglo pasado, poco se había escrito  sobre lo qué es, o no es el populismo, pero después de la segunda guerra mundial el debate tomó importancia para analizar determinados rasgos distintivos de fenómenos políticos que venían emergiendo desde los años treinta en Europa (fascismo) y, posteriormente en África (nacionalismo), América Latina y otras regiones del mundo.

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Aunque algunos autores distinguen rasgos populistas en varios mandatarios de EUA, el populismo no se veía  como una amenaza contra la democracia porque ésta, en varias regiones del mundo, apenas se estaba consolidando. Sin embargo, al mismo tiempo que la democracia se acreditó como un modelo de sistema político mundial, el populismo emergió desde sus entrañas y creció como una medusa.

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El populismo no es una doctrina ideológica[1], sino una forma de hacer política.  En un primer momento, el líder populista  construye un discurso antisistema, demagógico  y maniqueísta para ganar la elección. En un segundo momento, cuando ejerce el poder político, lo hace de una forma autoritaria.

El objetivo principal del discurso populista es generar un movimiento de masas, entonces, para que tenga éxito, tiene que ser un discurso confrontativo,  de resentimiento, de repudio y hasta de racismo: “nosotros y aquellos”,  “nosotros y los intelectuales”, “nosotros y los empresarios”, “nosotros y los españoles”, “nosotros y la élite corrupta”, por ejemplo, recordemos el discurso de Donald Trump en contra de los migrantes mexicanos. Jan-Werner Müller distingue algunos de los rasgos que caracterizan el discurso de los actuales políticos populistas: retratan a sus rivales políticos como parte de una élite corrupta e inmoral; hablan a nombre del pueblo; dividen al pueblo bueno del malo; a gente pura e inocente que trabaja y élites corruptas que no hacen nada; lo moral e inmoral está presente de varias formas en sus expresiones; critican a las élites; y afirman que solo ellos son el pueblo.[2]

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Pero, si bien es cierto que el discurso populista tiene su base en la demagogia, también es cierto que existen problemas reales que se presentan en el transcurso del desarrollo de una sociedad y que los modernos Estados democráticos no logran superar. El incremento de la inseguridad, la violencia, la pobreza, la desigualdad, la falta de empleos dignos, de servicios públicos de calidad, la impunidad y los altos índices de corrupción, hacen que los ciudadanos se cansen, se decepcionen, cuestionen y, en no pocos casos, sientan rencor social. Es de esta forma que el discurso populista tiene éxito, porque propone soluciones fáciles a problemas difíciles. Motiva esperanza.

Consolidado el liderazgo populista mediante este discurso maniqueísta, lograr la representación política en los regímenes democráticos, es solo un trámite formal que concluye en las urnas. Con la elección se cierra un ciclo y comienza un segundo momento en donde el líder populista va a evidenciar otro de sus rasgos característicos: ejercer el poder político de forma autoritaria.

¿Por qué el populista que logra la representación política por los cauces democráticos, ejerce el poder de forma autocrática? Ralf Dahrendorf nos propone un atisbo de respuesta que tiene que ver con la complejidad del mundo en el que vivimos: “Cuando los populistas llegan al gobierno de dan cuenta de ello y se quedan perplejos ante la complejidad. Toman incluso un par de decisiones simbólicas –un reforzamiento de la policía (…) pero todo se queda ahí. El núcleo de los problemas permanece, un laberinto sin pistas, una tarea para figuras más sólidas que los demagogos”.[3]

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Además, porque en los regímenes democráticos, resolver los problemas de los ciudadanos, implica construir acuerdos y el líder populista no esta dispuesto a compartir el poder que el pueblo le ha conferido para, precisamente, ser sólo él, el que los resuelva. El populista no está dispuesto a rendir cuentas, por lo tanto, comienza el embate  contra las instituciones establecidas, principalmente aquellas que le implican contrapeso y equilibrio de poder. Es decir, en los actuales regímenes democráticos, el verdadero peligro no es el discurso del populista, sino la forma autocrática de ejercer el poder cuando logra la representación política, porque cuando no se puede frenar el embate que realiza a las instituciones, las democracias fracasan. Así quedó demostrado en el análisis que realizaron Steven Levitsky y Daniel Ziblatt a diferentes democracias de las regiones del mundo.[4] 

Por cierto, fue en junio del 2016, en el contexto de una reunión entre los mandatarios de Estados Unidos de América (EUA), Canadá y México, cuando Barack Obama definió lo que para él era ser populista. Palabras más, palabras menos, dijo que ser populista era preocuparse por la educación de los niños, por los pobres que trabajan duro y no avanzan, por las madres trabajadoras que no tienen guarderías en donde mantener seguros a sus hijos mientras trabajan y, por sistemas tributarios justos. Sí lo que dijo Obama fuera así, entonces el Presidente de México no es populista.

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[1] Bobbio Norberto, et al., Diccionario de Política 14ª ed. trad. de Raúl Crisafio et al., México, Siglo Veintiuno Editores, 1991,p. 1248

[2] Müller Jan-Werner, ¿Qué es el populismo? Trad. Clara Stern Rodríguez, México, Grano de sal, 2017,p.12

[3] Cfr. Dahrendorf, Ralf, “Sobre el Populismo: ocho observaciones”, en Metapolítica, Noviembre – diciembre del 2005

[4] Cfr. Levitsky, Steven,  Ziblatt, Daniel, Cómo mueren las democracias, trad. Gemma Deza Guil, Barcelona, Ariel, 2018

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