Esta semana, en varias de las conferencias matutinas, el presidente de la República mostró ira y una actitud como pocas veces se le ha visto: iracundo frente a los cuestionamientos de las y los reporteros que han insistido en su posición respecto de la candidatura de Félix Salgado Macedonio por el partido Morena, para contender para la gubernatura del estado de Guerrero.
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El argumento del presidente ha sido contrario a lo que históricamente ha sostenido: lo legal no puede ser tomado como legítimo. Por ello, es insostenible, desde la posición ética que asume el jefe del Estado mexicano, sostener que, dado que no pesa una sentencia condenatoria en contra del mentado candidato, está en su derecho de continuar participando en la política.
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En numerosas ocasiones, el presidente López Obrador ha argumentado que el ejemplo es fundamental en la política. Y por ello es importante subrayar que el senador Salgado Macedonio no cuenta con una historia de vida que lo haga ejemplar, en el sentido virtuoso que ha exigido el presidente de la República una y otra vez.
En la más preocupante de las aristas de este tema, se encuentra la incomprensión evidente del jefe del Estado de la agenda de género. Y esa es la cuestión de fondo. Estamos ante un titular del Ejecutivo Federal que no logra procesar el nivel de agravio e indignación que recorre al país en materia de violencia contra las mujeres, quienes han vivido históricamente sujetas a las más crueles formas de maltrato, abusos y tratos crueles.
La manifestación de la ira presidencial tuvo como síntesis la frase de “ya chole”; una de las expresiones que en términos de la opinión pública de esta administración podrían estar marcando un momento clave, en el que el presidente se mostró fuera de sí, y con una vocación autoritaria peligrosa pues no es propio de un jefe de Estado responder de esa manera a la crítica fundada.
El enojo manifestado por el presidente se asocia también a la particular visión que tiene de la crítica hacia su gobierno. En todo caso, lo asume como una cuestión de ataque a su persona, y, en segundo término, de ataque a su proyecto. De otro modo no se entendería su reiterada frase de “si nosotros también padecimos de eso”.
Esto implica la negativa del presidente de reconocer que, más allá de los poderes fácticos, hay mexicanas y mexicanos que legítimamente disienten de la visión gubernamental, y que lo hacen de forma plenamente legítima, más aún cuando se trata de la defensa de los derechos humanos.
Con el “ya chole”, el titular del Ejecutivo lanza un desalentador mensaje a las víctimas de todo el país, porque lo que hace evidente es que su defensa puede subsumirse a la protección de las personas que le son allegadas y que, en su visión, tienen los mayores méritos y disposición para la defensa irrestricta de su proyecto y visión de país.
Hay una cuestión de definiciones detrás de todo esto. En la visión del presidente López Obrador, todos los problemas tienen un núcleo causal único: la corrupción; ésta genera tres problemas estructurales: pobreza, desigualdad y violencia, incluida por supuesto, la violencia contra las mujeres.
Por eso defiende tan acérrimamente a un personaje como Salgado Macedonio; porque en su visión de la realidad, su caso es “incidental”, es decir, lo que tiene qué lograrse es el quiebre del régimen de corrupción y con ello, el quiebre de la pobreza, la desigualdad y todo el ciclo de la violencia.
Pero no es así, la violencia de género y otras muy numerosas violencias no tienen ninguna relación causal con las que el presidente asume en su diagnóstico de la realidad. Están ancladas en otros fenómenos complejos y diversos, varios de ellos de orden civilizatorio, como el machismo y la misoginia, los cuales persisten aún en sociedades con altos niveles de bienestar.
No deja de sorprender, en ese sentido, que siendo un político con un sentido del tiempo y la coyuntura ampliamente desarrollado, López Obrador se haya equivocado de esta manera con el “ya chole” a solo tres semanas de la conmemoración del Día de las Mujeres el próximo 8 de marzo; pareciera que las multitudinarias protestas de 2019 enseñaron muy poco y que en la memoria presidencial ya han sido superadas, porque parece suponer que la airada y más que legítima protesta de las colectivas de mujeres también era producto de intereses más allá de una protesta justificada.
La expresión del “ya chole” también evidencia un enorme problema estructural: y es que el presidente puede hacer eso y muchas cosas más, porque puede hacerlo; es decir, porque no hay una oposición inteligente, que marque la diferencia en visión y proyecto, y que esté articulada, no para el elemental y frívolo propósito exclusivo de ganar votos, sino para generar soluciones viables y de fondo, para los graves problemas que enfrentamos como país.
Una de las críticas que incluso al interior de su movimiento se le han hecho al Licenciado López Obrador es precisamente su incomprensión de la agenda de género. Pero más aún, su negativa a tratar de entenderla; su convicción de que se trata de una cuestión secundaria o derivada, y no uno de los factores estructurales que están en la base de las condiciones de desigualdad, pobreza y violencia que padecemos en México.
El “ya chole”, en ese sentido, también ratifica que habremos de enfrentar cuatro años más de una propuesta de gobierno que da la espalda a las mujeres; que a pesar de la formalidad de la presencia paritaria en el Gabinete y en el Congreso, el titular del Ejecutivo y líder del más amplio movimiento social de los últimos 20 años, asume que están en el mismo nivel los derechos de las víctimas, que las aspiraciones políticas de uno de sus allegados.
La visión social de este gobierno queda en ese sentido trunca, y hace evidente la urgencia de abrir nuevos canales de diálogo e interlocución con la sociedad, más allá de lo que el Ejecutivo entiende como “el pueblo”. Porque sin conciencia crítica, sin un diálogo franco donde la pluralidad sea posible, no hay pueblo, sino masa; y pocas cosas hay más riesgosas para una sociedad.
El titular del Ejecutivo se ha definido a sí mismo como un humanista, como un pacifista; pero esto no es posible, ni teórica ni políticamente, cuando no se tiene claridad de la perspectiva de género y cuando ésta no es uno de los ejes transversales de la estructura mental desde la cual se toman las principales decisiones del país. Quizá en ese sentido, habría que parafrasear a Sartre: “El feminismo es humanismo”.
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