Los medios masivos convencionales suelen presentar los rankings de los más ricos del mundo como una especie de espectáculo. ¿Qué cambios hubo entre los cinco o diez primeros? ¿Quién rebasó a quién? Sin embargo, no se trata de una tabla “inocente”. Cuando se analiza, muestra uno de los más alarmantes problemas del siglo XXI: Las desigualdades están aumentando y el club de los súperricos se va alejando a pasos agigantados del resto.
Según el informe social mundial 2019, el 1% incrementó su distancia respecto al 99%, en 46 de 57 países analizados. La desigualdad creció en países que suman el 71% de la población mundial.
Los efectos son devastadores. Una oleada de investigaciones recientes comprobó correlaciones robustas terminantes entre mayor desigualdad y aumento de la pobreza, reducción de la movilidad social, desocupación, debilitamiento de la cohesión social, ascenso de la criminalidad, destrucción de familias, creación de “trampas de enfermedad y muerte”, discriminaciones y muchas otras dimensiones.
Otro estudio de la Universidad de Harvard sobre cien países encontró que la desigualdad es clave en la corrupción. Cuanto mayor sea, las élites no tendrán límites, porque amplios sectores de la población no tendrán información, educación, ni vías para exigir transparencia ni rendición de cuentas. La sensación de “ impunidad” en que se mueven esas élites es, según Harvard, un gran incentivo para la corrupción. Así lo verificaron “los papeles de Panamá”.
De esta manera, la desigualdad sigue escalando y estrechando la situación de los pobres. Oxfam elabora un informe anual al respecto. El del 2020, que presentó en Davos, destaca entre los datos principales:
Las desigualdades se pagan muy caro. Significan menos años de vida, enfermedades, exclusión de la escuela, vulnerabilidad frente al cambio climático, y una larga lista de sufrimientos sociales. Entre otras realidades:
La experiencia indica que es factible. Lo ejemplifica el caso de los países nórdicos: Noruega, Suecia, Dinamarca, Finlandia. Estos países tienen el más bajo coeficiente de desigualdad del mundo. Su coeficiente Gini, que mide la desigualdad en la distribución de ingresos, es cercano a 0.25, menos de la mitad del latinoamericano, y a gran distancia de la media mundial.
El modelo nórdico se basa en un gran pacto entre gobierno, empresas privadas, sindicatos, sociedad civil y otros sectores, que garantiza bajas distancias sociales y amplia movilidad social. Encabezan las principales tablas mundiales de logros económicos, tecnológicos y humanos; tienen la más alta esperanza de vida mundial y casi no tienen pobreza.
Entre otras, aplican políticas de acceso universal y gratuito a la educación, la salud, la seguridad social e impulsan la creación de trabajos decentes, el desarrollo de las pymes, la democratización del crédito, políticas fiscales altamente progresivas, y otras.
Ilustrando posibilidades, Oxfam sugiere que bastaría un impuesto de un 1% al 1% más rico para prevenir tres millones de muertes anuales e integrar a la escuela a los 362 millones de niños que están fuera de ella.
Un eminente especialista inglés en el tema, Richard Wilkinson, resume los beneficios de reducir la desigualdad, señalando (2019): “bajarían los niveles de mortalidad, mejoraría la cohesión social, aumentaría la movilidad social, se reduciría la criminalidad”.
La desigualdad se puede enfrentar. No es un destino ineluctable.
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* Asesor de la ONU y diversos organismos internacionales. Autor de numerosas obras traducidas a diversos idiomas.
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