por Sara Sefchovich
El principal reto para la equidad de género es cultural: que los hombres y también las mujeres puedan pensar que todos deben tener los mismos derechos y las mismas oportunidades. Hasta hoy eso no se ha logrado porque en nuestras mentes (aun en las de las mujeres) está impresa otra manera de ver, pensar y entender al mundo
— ¿Cuál es el personaje que les gustaría ser?− le pregunté al grupo de niños de 5 años al que me invitaron para contarles un cuento.
— Yo quiero ser princesa− dijo Luisita.
— Yo una bruja− dijo Alicia.
— Yo quiero ser Superman− dijo Alejandro.
— Y yo el enanito dormilón− dijo Andrés.
— Yo quiero ser Blanca Nieves− dijo Mauro.
— ¡Eso no se puede!− gritaron todos al unísono, muy agitados y nerviosos.
— Es que tú eres niño y Blanca Nieves es niña− le explicó con dulzura la maestra.
— Pues de todos modos yo quiero ser Blanca Nieves− insistió Mauro.
— Pues no se va a poder− afirmó tajante la maestra.
¿Por qué aceptamos que las mujeres jueguen futbol y sean policías y soldados, que antes eran actividades y trabajos sólo para hombres, y en cambio no podemos entender que un niño quiera disfrazarse de princesa o jugar a la casita con muñecas?
Esto que parece tan menor, no lo es. Porque de la misma manera como no podemos aceptar que un niño quiera manifestar sus instintos maternales, no concebimos que una mujer pueda ser delincuente: “A las mujeres se les atribuyen características como la bondad y ternura, el instinto maternal, e incluso la debilidad física, lo que hace que no se pueda ver en ellas a delincuentes” dice Danielle Laberge (I).
Y, sin embargo, las hay. Existe la muchacha de 13 años que amaga con una navaja a una joven un poco mayor que ella cuando camina por la calle porque quiere sus zapatos. Existe la mujer que participa en el secuestro de un niño de 11 años al que mantuvo encadenado durante cinco meses, torturándolo y llenándolo de medicamentos, hasta le cortaron un dedo. Y fue ella, quien trabajaba de cocinera en casa de su familia, la que le hizo esto al pequeño. Existe la nana que saca de su cuna a un bebé de ocho meses y lo mete en una maleta, golpeándolo para que no llore hasta que muere asfixiado. Claro que las hay, ¿quién dijo que la mujer es por definición más buena, más incapaz de cometer atrocidades? ¿Con base en qué se decide que las mujeres, todas las mujeres, tienen esas cualidades? ¿No es esto estereotipar? ¿O un puro deseo edulcolorado que no tiene base en ninguna realidad, o que en todo caso sólo la tiene hipotéticamente si se ve a las mujeres a partir de las funciones que tradicionalmente han desempeñado en la división del trabajo y en los mitos elaborados en torno a ellas?
Y, sin embargo, así se les ve. Las ideas sobre las mujeres están tan insertas en nosotros que incluso la mayoría de los estudiosos y activistas considera que ellas, cuando ya cometen delitos, no lo hacen porque así lo desean, sino por amor, por apoyar a su pareja, a un hijo, a un hermano. En un estudio que hizo un centro de estudios de la Cámara de Diputados se afirma que el 100% (¡absolutamente todas!) de las mujeres que delinquen lo hacen por ayudar o proteger al hombre con quien sostienen una relación sentimental (II), y el Instituto Nacional de las Mujeres asegura que las mujeres que se involucran en actividades delictivas lo hacen por su relación de pareja o por vínculos sentimentales (III).
¿Podemos creer esto? ¿Será posible que todas las mujeres que delinquen lo hagan sin estar de acuerdo y sólo por tener contentos a sus seres queridos? ¿Podemos suponer que para nada existen las que lo hacen porque así lo han decidido, les interesa, conviene o gusta? ¿Que ninguna de las que asaltan en restaurantes y tiendas; que roban bebés y niños; que matan como la asesina serial Juana Barraza, “La Mataviejitas”, tiene responsabilidad en el delito que comete? ¿Ni siquiera en este terreno se reconoce a las mujeres alguna capacidad de autonomía y decisión?
Ésta es, sin duda, una visión que demuestra que aún no podemos ver a las mujeres como iguales. Porque si lo fueran lo serían en lo bueno y en lo malo. Estamos luchando por la equidad desde un punto de partida inequitativo. Pero independientemente de lo que pensemos, de lo que podemos pensar, de lo que quisiéramos, está la realidad, y en ella, las mujeres ocupan su lugar. Aunque se quisiera pensar que no, participan en asaltos a bancos, secuestros y delitos contra la salud, los cuales hasta hace poco estuvieron asociados sólo con hombres, por la fuerza requerida o la violencia implícita que conlleva su ejecución. ¿Acaso no hemos visto en enfrentamientos por una obra de infraestructura o por razones políticas que las mujeres se lanzan con enorme violencia a patear y golpear a los que no piensan como ellas? (IV)
Los datos duros indican que la delincuencia femenina ha tenido un crecimiento enorme, mucho mayor por cierto que la de la tasa masculina, según afirman dos estudiosas, Martha Patricia Romero Mendoza y Rosa María Aguilera Guzmán (V), y el Instituto Nacional de las Mujeres sostiene que en la última década y media la población penitenciaria femenil ha crecido en casi 200% (VI).
En 2004 la Procuraduría General de la República anunció que entre los nombres de los narcotraficantes más buscados había dos mujeres: Sandra Ávila, la llamada “Reina del Pacífico”, y Alma González Bath, aquella acusada de participación y presunta vinculación con el narcotráfico a gran escala y de haber cometido diversos asesinatos. En los ilícitos relacionados con el crimen organizado se incrementó en un 40% la participación de mujeres, y de ellas, casi la mitad son menores de 35 años (VII). Dicho de otro modo: que las mujeres delinquen más y que le entran desde muy jóvenes.
Luego están las otras formas de delinquir, menos obvias pero no por eso menos significativas: la de quienes empujan a sus hijos, hermanos y compañeros sentimentales, como en los casos de linchamientos. ¿Cuántas veces ha sucedido que señoras maduras, regordetas, con sus baberos de cuadros y el cabello rizado con permanente incitan a su gente a matar a alguien que ellas consideran sospechoso? O la de quienes solapan a los delincuentes, aun cuando saben en qué están metidos los suyos. Y este solapar no es sólo pasivo, no sólo consiste en callar, en hacer como que no se ve ni se oye ni se sabe, sino que es activo, pues los defienden, incluso atacan a la policía o se presentan en delegaciones y juzgados a amenazar a las víctimas. ¿No pasó eso cuando un destacamento de policías violó a tres jovencitas y las esposas se fueron a amenazarlas por haberlos denunciado? ¿No cerraron los habitantes de un pueblo de Guerrero la carretera y quemaron llantas para repudiar un operativo del ejército en contra de narcotraficantes?
Todos los días vemos que esto sucede, que las mujeres defienden a los suyos, y que lo hacen a pesar de la evidencia del delito. Esto es así porque los aman, pero también porque disfrutan de los beneficios de tener parientes delincuentes: el hijo narcotraficante que le construye su casa a la mamá; el hermano ladrón que le regala ropa y joyas a las mujeres de la casa; el cura al que le levantan su iglesia nueva; la parentela extendida a la que se llevan de vacaciones a la playa.
Así que esto de la equidad es más complicado de lo que parece. Decimos que la queremos, pero después no podemos soportar cuando llega tan lejos, por eso, si de verdad es nuestro objetivo, no basta con luchar por mejoras específicas en la condición de la mujer en el trabajo, en apoyos para la vida cotidiana, en las leyes e instituciones. Todo eso, sin duda, es importante y necesario, pero nada de eso va a funcionar si no hay un cambio en la mentalidad, un cambio cultural que abarque a toda la sociedad, a los hombres y las mujeres, por el cual se entienda que no existe “la” mujer y que no es la biología, sino que son las situaciones y las condiciones especificas y concretas las que determinan qué es y puede ser cada mujer. No podemos simplificar ni enfrentar los problemas si no hay ese cambio. Por eso insisto en que el principal reto es cultural.•
Referencias:
I. Danielle Laberge, “Las investigaciones de las mujeres calificadas de criminales: cuestiones actuales y nuevas cuestiones de investigación”, Anuario de Derecho Penal 1999- 2000, p. 361.
II. Centro de Estudios para el Adelanto de las Mujeres y la Equidad de Género, LXI Legislatura, “Diagnóstico sobre la incidencia de los delitos cometidos por las mujeres privadas de su libertad procesadas y sentenciadas”, 2010.
III. Pablo Navarrete Gutiérrez, Coordinador de asuntos jurídicos del Instituto Nacional de las Mujeres, Notrocitrus, 8 de septiembre de 2010.
IV. Sara Sefchovich, “La gordura: un problema cultural” Dossier Ideas para un país mejor, Revista Ibero, México, Universidad Iberoamericana, Número 17, diciembre 2011-enero 2012, pp.18-20
V. Martha Patricia Romero Mendoza y Rosa María Aguilera Guzmán, “¿Por qué delinquen las mujeres?”, Perspectivas teóricas tradicionales, parte 1, Salud mental 2002; 25 (5), pp. 10-22.
VI. El ágora.com.mx, Chihuahua, 21 de octubre de 2010.
VII. Ídem.
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