Los primeros días de noviembre buena parte de la atención mundial estará puesta sobre la COP 26 de cambio climático, la Conferencia de las Partes de los países que pertenecen a la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático. Esta reunión, que se realizará en la ciudad de Glasgow, Reino Unido, puede ser determinante para concretar los compromisos del Acuerdo de París, y encauzar la acción global hacia una transformación de la que, en buena medida, dependerá el futuro del desarrollo humano.
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Con las cumbres de este y otros temas ocurre que las expectativas suelen estar por encima de los acuerdos alcanzados, pero estos, por lo general, llevan años de negociación, de trabajos minuciosos para conseguir compromisos multilaterales de consenso. Lo qué se comprometió en París, en 2015, fue una reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero compatibles con la meta de que el aumento de la temperatura global no rebase 20C a fines del siglo, y que más bien ese incremento se ubique en 1.50C.
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Para lograr esa meta, los países presentaron las llamadas contribuciones nacionales previstas, expresando en ellas la mitigación de sus emisiones de gases de efecto invernadero. Por ejemplo, México comprometió una reducción de 22 por ciento, basada en su esfuerzo propio, esto es, no condicionada a los apoyos externos. La suma de todas las contribuciones se quedó muy corta, según mostró el Panel Intergubernamental de Cambio Climático.
El Acuerdo de París estableció que en 2020 se debían presentar las contribuciones actualizadas. Lo que se buscaba es que los nuevos compromisos fueran más ambiciosos y se alinearan con lo que realmente se necesita para que la temperatura global no aumente más de 20C, pero ya es un hecho que de nuevo la agregación de los aportes de cada país se quedará muy por debajo de lo necesario.
Este es el núcleo de la próxima COP de cambio climático: ¿qué se debe hacer para que las emisiones se recorten a la mitad en 2030, tomando como referencia las que se lanzaron a la atmósfera en 2015, y para que para mediados del siglo se logre que sean cero en términos netos?. Lo que está comprometido por el mundo ahora es apenas menos de un tercio de lo que supone el Acuerdo de París, lo que muestra que hay un retraso y que de seguir en la misma dirección la temperatura global crecerá casi 3OC.
Los riesgos de que se sigan posponiendo las medidas son enormes, y lo que está en peligro es nada menos y nada más que la seguridad humana futura, su bienestar y desarrollo. Se sabe bien qué se debe hacer, y se conoce el costo que supone en inversiones, en las formas de producir y consumir. Este es precisamente el problema, que no hay disposición para asumir los costos económicos y políticos en el presente, y que preferimos postergar las consecuencias a sabiendas de que los riesgos de la inacción en la acción climática seguirán creciendo.
Algunos países o grupos regionales ya están encaminados en grandes transformaciones hacia sociedades de cero emisiones netas a mediados de siglo. En su conjunto la Unión Europea está en línea de reducir en 55 por ciento sus emisiones para el 2030, y de lograr la neutralidad climática en 2050. Esto es posible porque el esfuerzo inició hace ya casi tres décadas, sobre todo en el cambio de la matriz energética, con un aporte creciente de las energías renovables.
En la COP 26 se verá nuevamente el reclamo por la insuficiencia de fondos para acelerar la mitigación de emisiones. En efecto, el compromiso de 2015 de movilizar cien mil millones de dólares por año para la acción climática se ha quedado un veinte por ciento por debajo del objetivo. Para que el Acuerdo de París se cumpla se necesitan cantidades enormes de recursos financieros, que difícilmente se comprometerán en Glasgow, y este será otro de los motivos por lo que la COP se quedará corta.
Alrededor del objetivo de neutralidad climática se están moviendo las líneas de cambio y de modernización del mundo, en energía, innovación tecnológica, formas de movilidad, cambios en la producción agropecuaria y muchas otras. Pronto se generalizarán los mercados y precios del carbono, por ejemplo, que penalizarán la producción y las exportaciones basadas en el uso intensivo de combustibles fósiles. Entre más nos retrasemos en la transición energética, más costoso será el cambio en el futuro, y más subirán los riesgos de nuestra inacción climática.
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