La generación de saberes es una peculiaridad de nuestra especie. Desde que la humanidad habitó en cavernas, hasta nuestros días, conocer la realidad y generar propuestas explicativas y comprensivas sobre nuestro entorno y nosotros mismos, ha sido una constante de todas las civilizaciones que han existido sobre la tierra. En la modernidad, de manera predominante, la inmensa mayoría de conocimientos que se han generado han tenido su origen en las Universidades, sin lugar a dudas, uno de los grandes inventos de Occidente.
Escrito por: Mario Luis Fuentes
Una de las principales características de las universidades es la de la pluralidad; y de hecho, es justamente eso lo que ha permitido que el saber haya logrado avanzar cada vez más aceleradamente, hasta llegar a las impresionantes creaciones contemporáneas, como la realidad virtual y la inteligencia artificial en el ámbito de las ciencias duras; o la construcción de nuevas y apasionantes teorías respecto de la historia y nuestro pasado y su significado presente a partir de los hallazgos de la arqueología y la paleontología.
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En el ámbito de las humanidades y el arte, en las Universidades se han generado enormes procesos de creación, de una potencia en ocasiones insospechada; pero también, miradas profundas y siempre alertas respecto de los abusos, excesos, desviaciones y desvaríos de los poderosos. Desde su aparición, otra de las características principalísimas de los recintos universitarios ha sido el estudio y la reflexión crítica respecto del poder político. Así ha ocurrido, tomando como ejemplos emblemáticos, desde Tomás de Aquino en la Universidad de París o Guillermo de Ockham en la de Oxford, y hasta nuestros días.
Para México, reflexionar sobre estos temas es hoy más necesario que nunca, porque estamos ante un escenario en el cual, hay una abierta hostilidad en contra del pensamiento libre. El caso más reciente es la mención, agresiva e injustificada del presidente de la República, respecto del rector Graue, por el caso de la tesis de la ministra Esquivel. La afirmación del fue: “el rector se lavó las manos, como Poncio Pilatos, pero claro que está metido no, hablando en plata, porque ya basta de simulación y de hipocresías ¿no?”.
Acusar al rector de la UNAM de estar metido en la “campaña en su contra” constituye un despropósito del Ejecutivo Federal. Hacerlo implica una agresión autoritaria sin precedentes de un presidente de la República en contra de la UNAM, al menos desde la década de los 60 en el siglo pasado.
Es claro que el presidente tiene una idea de la Universidad como “semillero de activistas” comprometidos con una causa, y particularmente, la suya. Pero el sectarismo o el compromiso ideológico sin cortapisas resultan contrarios al propio ser de una universidad pública, y más aún tratándose de la UNAM, donde conviven todavía, por fortuna, las más diversas posiciones y visiones de la realidad, y donde deben seguir haciéndolo en los tiempos por venir.
Las universidades son espacios donde se piensa a la política y donde también se hace cotidianamente política; y ello, en un campus universitario exige de civilidad, tolerancia y apertura de ideas, capacidad de escucha y compromiso con el diálogo respetuoso de las diferencias.
Pretender que una universidad tenga una ideología determinada la convertiría, no en un espacio abierto de generación de saberes, sino en una escuela de cuadros al servicio de un grupo político en particular. Y nada hay más peligroso para una sociedad que la lógica de un pensamiento único, investido además de una pretendida superioridad moral asociada a una pretendida preocupación exclusiva -y también excluyente- por la sociedad nacional.
Por las aulas de la UNAM han pasado las más diversas figuras creadoras de pensamiento en el país, las cuales han estado asociadas también a las más diversas y encontradas posturas ideológicas, muchas de ellas incluso irreconciliables. Pero ello no ha sido jamás un obstáculo para que la convivencia civilizada pueda darse y para que en todo momento prevalezca una actitud estrictamente universitaria.
Así visto, se equivocará rotundamente quien crea que las universidades pueden tener un deber o un compromiso, de cualquier tipo, frente al poder. Por el contrario, lo esperable siempre sería una actitud crítica y un señalamiento cotidiano respecto de las omisiones o de los errores que se cometen al momento de gobernar; pero nunca el aplauso y menos aún, la militancia, pues eso es contrario al deber ser de las universidades públicas y de la UNAM en particular.
Desde esta perspectiva, un proyecto auténticamente transformador del país implicaría un modelo de universidad que cumpla al menos con cuatro funciones sustantivas: a) formar profesionistas e investigadoras e investigadores, del más alto nivel, en todas las ramas del conocimiento; b) impulsar un proyecto editorial de gran calibre que permita la más amplia creación, publicación y distribución de textos; c) tener una potente plataforma de difusión científica, artística y cultural; y d) ampliar la oferta y plataformas de educación continua que permitan el acceso a la actualización de la más alta calidad y con el menor costo posible para la sociedad.
En esa lógica, el quehacer universitario podría reconstituirse como uno de los más importantes mecanismos de movilidad social y de generación de oportunidades para la igualdad social y económica en nuestro país; así como en un elemento de cohesión e identificación, en la diversidad, de una forma de ser compartida y comprometida con el desarrollo del país.
Es importante por ello insistir en el hecho de que México está en deuda con la población joven y que uno de los grandes retos que tenemos como país es garantizar coberturas universales tanto en el nivel medio superior como en el superior. Por eso es relevante pensar en instituciones como la UNAM, la cual, en los últimos siete años, durante el rectorado del Dr. Graue, ha hecho un esfuerzo extraordinario, aún con recursos limitados, por incrementar no sólo su infraestructura física, sino sobre todo el número de alumnos que son admitidos en sus aulas.
El saber siempre habrá de actuar comprometido consigo mismo. Y en esa medida siempre deberá ejercer indeclinablemente la crítica. Porque en el momento en que se pliega ante cualquier propuesta política, deviene en legitimador de las decisiones del poder y, en esa medida, contrario a su naturaleza primera.
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Frase clave:el estudio y el poder, el poder político.
Investigador del PUED-UNAM
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