Más que tolerancia, lo que se precisa para ejercer el voluntariado social en ambientes de
marginalidad es un gran respeto por la vida, las opciones, las ideas o las actitudes de
las personas. El respeto, más allá de la tolerancia, no “soporta al otro a pesar de…”,
sino que aprecia en las diferencias de los otros una gran riqueza.
Este es un texto del Dr. José Carlos García Fajardo. Puedes seguirlo en Twitter: @GarciaFajardoJC
En el voluntariado social, el respeto se manifiesta primero hacia los compañeros
voluntarios. Hay que asumir que el compañero que tengo al lado puede moverse por
razones diferentes a las mías y saber que esta diferencia de motivaciones jamás será
un obstáculo para llevar a buen término un programa de voluntariado.
Normalmente, el voluntariado social no pone sus energías en la consecución de unas
metas cuantitativas. La mayoría de las veces, su trabajo es difícil de medir. El
voluntariado social se convierte en una manera de hacer las cosas, una manera de
construir una sociedad democrática y una escuela de valores éticos. Para el
cumplimiento de estos objetivos es imprescindible el diálogo entre personas que no
tienen miedo a sus diferencias y sí una gran convicción en su igualdad como seres
humanos dignos.
Puedes leer: “El retorno a una normalidad indeseada”
Si es importante el respeto hacia los compañeros voluntarios, más importante aún es
el que se ha de mostrar hacia las personas marginadas. No es raro encontrarse
situaciones jurídicas de ilegalidad, opciones sexuales diferentes a las mayoritarias,
diferencias de cultura y de costumbres. Es muy poco sano y menos eficaz para el
servicio de voluntariado escandalizarse por todo esto.
Respetar y comprender no significa justificar todas las actitudes. Hay que matizar el
respeto con una cierta firmeza y asertividad que no está reñida con el cariño. En un
centro penitenciario, la labor del voluntario no consiste en juzgar el delito de los
internos, pues la sociedad ya tiene sus cauces judiciales. Pero tampoco la cercanía y
el cariño hacia ellos deben interpretarse como aliento para las conductas delictivas. Un
preso tampoco vería con buenos ojos que se le admirara por delinquir, sea cual sea su
situación; aunque tampoco entenderá que se le pidan explicaciones por el delito por el
que ya cumple condena.
Por último, el voluntario debe respetarse y aceptarse a sí mismo, imprescindible para
transmitir ánimo y autoestima a los demás, ya que nadie puede dar lo que no tiene. Es
una reflexión que deben hacer las personas que, no aceptándose, pretenden “querer
al prójimo como a sí mismos”. ¡Pobre prójimo!
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El Dr. José Carlos Gª Fajardo es Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid.
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