Para mi querida amiga, Sandra Becerril
En el análisis criminológico se tiene registro de una gran cantidad de personas que han cometido numerosos asesinatos, de manera cruenta y sádica. En la mayoría de los casos se trata de varones con personalidades psicópatas, que despliegan los más crueles tratos en contra de sus víctimas. La enumeración es larga y va desde Jack el destripador hasta Ted Bundy y muchos otros más. Sin duda, la lista de la infamia psicopática es muy larga. A pesar de ello, en la historia de la criminología se encuentra el nombre de Elizabeth Bathory (1560-1614), conocida como “La Condesa Sangrienta”, quien hace palidecer casi a cualquiera de los nombres señalados. En su leyenda, difícil de verificar en nuestros días, se ha hablado hasta de 600 asesinatos cometidos mayoritariamente en contra de mujeres jóvenes que habitaban en los alrededores de su castillo.
Escrito por: Saúl Arellano
Elizabeth Bathory estaba obsesionada con la belleza y la juventud. Y se cuenta que su violencia homicida se detonó un día en que, al discutir con una de las jóvenes que trabajaba en la servidumbre de su castillo, la condesa le provocó una herida de la cual brotó sangre que cayó en su mano. La historia sostiene que la condesa percibió que justo en la parte de la piel donde habían caído las rojas gotas, parecía como si fuese aún más blanca, lozana y hermosa, lo que le llevó a asesinar a la joven y bañarse usar su sangre para cubrir su piel.
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Los biógrafos de la condesa Bathory señalan que vivió en el Reino de Hungría durante un periodo de intensos conflictos políticos, religiosos y sociales. Pertenecía a una de las familias nobles más influyentes de su tiempo, lo que le garantizó una posición privilegiada desde su nacimiento. Este entorno aristocrático estaba marcado por el autoritarismo, los excesos y la violencia como norma social, un contexto que influyó notablemente en su formación psicológica y amoral.
Desde temprana edad, Elizabeth mostró signos de inteligencia y educación refinada, aprendiendo varios idiomas y destacando por su astucia política. Sin embargo, los registros históricos también sugieren episodios de comportamiento errático y síntomas que hoy podrían interpretarse como psicopatológicos. Su matrimonio con Ferenc Nádasdy, un militar de alto rango consolidó su poder, pero tras la muerte de este en 1604, Elizabeth comenzó a mostrar conductas que, según testigos, degeneraron en una obsesión con la juventud y la belleza.
Su personalidad y psicopatología
Desde una perspectiva criminológica y psicológica, Elizabeth Bathory presenta características que pueden asociarse con el trastorno de personalidad narcisista y rasgos de psicopatía, exacerbados por su posición de poder absoluto en su contexto y entorno inmediatos. Estos rasgos incluyen:
Perfil psicológico y criminológico
El comportamiento de Bathory puede interpretarse dentro del marco de dos teorías criminológicas sobre el surgimiento de la violencia: 1) La teoría del control social: su estatus privilegiado le otorgó impunidad, lo que minimizó restricciones externas sobre su conducta. 2) Desde la perspectiva de la teoría del aprendizaje social es posible que la violencia y el autoritarismo presentes en su entorno familiar y cultural actuaran como fundamento y en la etapa adulta y marital, como refuerzos para sus comportamientos sádicos.
Elizabeth Bathory también muestra características de una posible paranoia persecutoria. Algunos registros sugieren que temía perder su poder e influencia debido a posibles conspiraciones de enemigos de su familia, lo que podría haber intensificado su crueldad. Este miedo al declive personal y político, combinado con su obsesión por la belleza, fue probablemente el motor de su comportamiento homicida.
Su obsesión con la “belleza eterna”
El interés de Elizabeth por preservar su juventud está profundamente vinculado con las expectativas sociales que han imperado históricamente sobre las mujeres, en las que la belleza femenina ha sido considerada una de las principales virtudes de las mujeres, particularmente de quienes formaban parte de la nobleza. La obsesión de la Condesa con la sangre como medio rejuvenecedor también puede interpretarse desde una perspectiva simbólica: la sangre, en muchas culturas, está asociada con la vida y el poder, y Elizabeth pudo haber internalizado esta idea de manera extremamente patológica.
Desde un punto de vista psicológico, su comportamiento sugiere un intento de controlar lo inevitable: el paso del tiempo. La negación del envejecimiento y la búsqueda de métodos radicales para tratar de conservar la juventud reflejan un trastorno dismórfico corporal llevado al límite, exacerbado por la falta de fronteras éticos o legales claros en su entorno.
Elementos determinantes
Elizabeth Bathory, además de ser una figura histórica y criminológica fascinante, por la complejidad de sus rasgos y por la magnitud y alcance de sus crímenes, encarna la convergencia de traumas personales, dinámicas de poder y psicopatología. Su preferencia sexual, el impacto emocional del abandono y muerte de su esposo, y la naturaleza de sus crímenes reflejan una mente compleja, autoritaria, ordenada y profundamente trastornada.
Se ha especulado que Bathory tenía una preferencia sexual hacia mujeres jóvenes, particularmente aquellas de su servidumbre y de las familias pobres que vivían en el entorno de influencia de su castillo. Este interés puede interpretarse como un reflejo de su narcisismo: la atracción hacia jóvenes de gran belleza podría haber sido una forma de reafirmar su obsesión con la juventud y proyectar en ellas su deseo de inmortalidad física.
Desde una perspectiva criminológica, su sadismo también pudo tener un componente sexual. En casos de asesinos sádico, la tortura no solo satisface una necesidad de control, sino que también genera una respuesta neuro-emocional vinculada al placer. Para Bathory, infligir dolor y humillación podría haber servido tanto para satisfacer esta necesidad de dominación como para reforzar su percepción de superioridad, obteniendo así gratificación y placer sexual. Su relación con las víctimas refleja además un patrón de despersonalización, en el que las jóvenes eran objetos desechables de su compulsión.
Abandono y muerte de su esposo
El matrimonio de Bathory con Ferenc Nádasdy en 1575 fue de tipo estratégico, uniendo dos poderosas familias húngaras. Sin embargo, los registros sugieren que su relación fue funcional más que afectiva. Nádasdy, un militar involucrado en campañas contra los otomanos, estaba ausente de su hogar con frecuencia. Estas prolongadas ausencias dejaron a Bathory como la autoridad suprema en sus dominios, lo que le permitió actuar sin supervisión ni contrapesos o límites y consolidar un estilo de vida autónomo y autocrático.
La muerte de Nádasdy en 1604 marcó un punto de inflexión. Sin el control indirecto de su esposo, como se estilaba en la época, Elizabeth se volvió más audaz en sus acciones, aprovechando su viudez para operar sin restricciones. Este evento también pudo haber intensificado sus ansiedades existenciales y su obsesión por la juventud, pues ya no tenía a su esposo para reafirmar su estatus o contener sus impulsos. Desde una perspectiva psicológica, su creciente compulsión homicida tras su viudez podría interpretarse como un intento de llenar el vacío emocional o reafirmar su control ante la incertidumbre.
El estilo de sus crímenes y modus operandi
Los crímenes de Elizabeth Bathory están marcados por un nivel de violencia extrema y sistemática, que evoluciona a lo largo del tiempo. Su modus operandi puede dividirse en las siguientes etapas, las cuales se pueden percibir claramente dado su carácter de psicópata organizada:
1. Selección de víctimas
Bathory inicialmente se enfocó en jóvenes campesinas que trabajaban en la servidumbre en su castillo. Más tarde, atraía a jóvenes nobles con la promesa de educación y entrenamiento para la corte. Su elección de víctimas revela tanto pragmatismo como audacia, especialmente en la transición hacia la aristocracia como fuente de potenciales víctimas, lo que finalmente contribuyó a su caída, procesamiento y muerte.
2. Lugar de los crímenes
La mayoría de los asesinatos ocurrieron en su castillo de Csejte, un espacio aislado que le proporcionaba total impunidad. Los testimonios sugieren que algunas víctimas fueron torturadas en habitaciones específicas diseñadas para este propósito, con herramientas y dispositivos creados para infligir dolor prolongado.
3. Métodos de tortura y asesinato
Los métodos empleados por Bathory reflejan un nivel de crueldad meticulosa. Según los testimonios recopilados en su juicio, las torturas incluían:
El carácter ritualizado de estas acciones es interpretado como un intento de ejercer control absoluto sobre las vidas de sus víctimas, reforzando su sensación de poder al controlar cómo y en qué momento morían.
4. Despersonalización y deshumanización de las víctimas
Bathory veía a sus víctimas como objetos destinados a satisfacer sus necesidades personales. Este comportamiento deshumanizador es típico de individuos con trastornos narcisistas y psicopáticos, quienes no reconocen la humanidad, los derechos o el sufrimiento de los demás.
5. Creencia irracional en los rituales rejuvenecedores
Su obsesión con la juventud culminó en la creencia de que bañarse en sangre la rejuvenecería. Aunque esta práctica no está confirmada en su totalidad, los relatos contemporáneos y los registros de su juicio apuntan a que la sangre era un símbolo central en sus rituales, vinculando sus crímenes con un componente mágico o supersticioso. De hecho, algunas narraciones dan cuenta de que no solo desangraba a sus víctimas, sino que literalmente trasladaba la sangre a su tina de baño en la que se regocijaba al sentir la textura de la sangre sobre toda su piel.
Implicaciones criminológicas
El caso de Elizabeth Bathory es único por la combinación de poder social, contexto histórico y psicopatología. Su conducta ilustra cómo la posición privilegiada puede proteger a los perpetradores de crímenes extremos, retrasando su detección y castigo. Desde una perspectiva moderna, Bathory representa un caso de asesina serial sádica con motivaciones complejas, donde el narcisismo, el sadismo y las ansiedades existenciales convergen para crear un patrón de conducta violenta.
Elizabeth Bathory sigue siendo una figura fascinante y perturbadora en la historia de la criminología y la psicología criminal. Su vida y crímenes reflejan no solo su propia psicopatología, sino también el impacto de un entorno social y cultural que permitió su comportamiento.
Nexos con el “vampirismo”
Elizabeth Bathory ha sido asociada frecuentemente con el vampirismo, tanto en el imaginario popular como en algunos análisis históricos. Este vínculo no solo proviene de las descripciones sobre su obsesión con la sangre, sino también de elementos culturales y simbólicos que rodearon su figura y sus crímenes, destacando los siguientes:
Aprehensión y juicio
Elizabeth Bathory fue detenida en diciembre de 1610 en su castillo de Csejte por orden del rey Matías II de Hungría, quien instruyó a György Thurzó, palatino del reino, para investigar las acusaciones en su contra. Su arresto fue precedido por rumores extendidos en las comunidades locales, testimonios de supervivientes y el descubrimiento de cuerpos en los terrenos del castillo.
El arresto fue dramático: al entrar al castillo, los hombres de Thurzó supuestamente encontraron a Bathory en medio de un ritual, rodeada de cadáveres y víctimas aún vivas, algunas de ellas torturadas de formas indescriptibles. Este hallazgo, aunque posiblemente exagerado por fines políticos y sensacionalistas, marcó el fin de su impunidad.
El juicio contra Elizabeth Bathory tuvo lugar en enero de 1611 y fue, en gran medida, un espectáculo público destinado a calmar las crecientes tensiones sociales y políticas. Más de 300 testigos y víctimas declararon en su contra, proporcionando relatos detallados de las atrocidades que habían presenciado o sufrido.
Entre las pruebas más contundentes se incluyeron:
A pesar de la abrumadora evidencia, Bathory no fue sometida a un juicio formal como el resto de los acusados. Su posición noble le otorgó cierta protección, aunque no suficiente para evitar el castigo.
Condena y emparedamiento
Bathory fue condenada a prisión perpetua en su propio castillo, donde se llevó a cabo una ejecución simbólica de su poder. Fue emparedada en una habitación específicamente diseñada para su confinamiento: las puertas y ventanas fueron selladas con ladrillos, dejando solo pequeñas aberturas para la entrada de alimentos y aire. Este tipo de castigo tenía una dimensión tanto punitiva como humillante, un recordatorio de su caída desde el poder.
La condesa pasó los últimos cuatro años de su vida en completo aislamiento. Durante este tiempo, se cree que su salud mental se deterioró aún más debido a las condiciones de su confinamiento y la falta de interacción social. Este aislamiento extremo puede haber exacerbado síntomas de paranoia y delirio.
Elizabeth Bathory murió el 21 de agosto de 1614, a la edad de 54 años. Las circunstancias exactas de su muerte no están claras, pero los registros indican que fue encontrada muerta en su celda por un sirviente. Una de las versiones más extendidas es que murió de causas naturales, posiblemente complicaciones derivadas de su confinamiento prolongado.
Su cuerpo fue enterrado inicialmente en la iglesia del pueblo de Csejte, pero debido a la oposición de los residentes, se trasladó a la cripta de la familia Bathory en Ecsed. No obstante, su lugar de descanso final sigue siendo objeto de debate y misterio.
Comentarios de cierre
Elizabeth Bathory, tanto en vida como en muerte, encarna una figura simbólica de poder, violencia, psicopatología y obsesión. Su asociación con el vampirismo no solo deriva de su relación con la sangre, sino también del aura de oscuridad y misticismo que rodeó su existencia. Su aprehensión, juicio y condena reflejan tanto un esfuerzo por contener sus crímenes como un intento político de despojarla de su poder, pero también de disuadir a otros de cometer crímenes similares.
El emparedamiento de Bathory no solo la aisló físicamente, sino que también consolidó su lugar en la historia como un ícono de crueldad y decadencia. Su figura sigue fascinando a criminólogos, historiadores y psicólogos como un caso extremo donde convergen el poder, la psicopatología y el mito.
Elizabeth Bathory representa un caso complejo donde la psicología, la criminología y el contexto histórico convergen para explicar un patrón de conducta extremo. Su perfil incluye rasgos narcisistas, sadismo y una obsesión con el control, manifestados en actos de violencia atroces. Su vida y crímenes no solo son un ejemplo de los excesos del poder absoluto, sino también un testimonio de cómo las estructuras sociales y culturales pueden facilitar comportamientos criminales aberrantes.
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