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En el mar de la precariedad educativa

Aprender no es una tarea sencilla; aprender a aprender es aún más. Requiere de la puesta en operación de un complejo proceso educativo que involucra mucho más que solo la mecánica emisión de mensajes y su recepción de parte de las y los estudiantes. De hecho, se considera que los mejores procesos de enseñanza son los que se basan en la proximidad y la empatía entre el alumnado y el personal docente de las escuelas.

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Transmitir saberes implica transmitir emociones; el amor al conocimiento es algo que se percibe en el brillo de la mirada de quien enseña con pasión; en la energía y énfasis con que se puntualizan las palabras, acompañadas de gestos y movimientos, es decir, en toda la comunicación no verbal que se despliega en el aula.

Ahora, con la pandemia, la medición de la comunicación electrónica está limitando severamente estos procesos, porque el contacto visual es nulo, porque la estrechez del ojo de la cámara de los aparatos de que disponemos impide en la mayoría de los casos procesos creativos de enseñanza; y porque, también hay que decirlo, hay una muy escasa, casi nula, formación de enseñanza digital para las y los maestros de México.

A lo anterior hay que añadir las dificultades que impone la pobreza y la desigualdad; la carencia de dispositivos apropiados para el aprendizaje; esto abre a debate cuestiones que van desde la aparente trivialidad del tamaño de pantalla de que se dispone -¿es lo mismo aprender en una pantalla de celular o tableta que en una pantalla de 32 pulgadas?-, hasta cuestiones como la calidad de la señal de que se dispone para recibir los contenidos a través del internet.

Lee el artículo: Para 463 millones de niños la educación a distancia no existe

En el otro caso, el de la enseñanza a través de la televisión, la cuestión es peor; no hay un escalamiento coherente de horarios; no hay un diseño pedagógicamente acabado para determinar a qué hora es mejor transmitir qué contenidos, y menos aún el acompañamiento apropiado para las familias, que ahora fungen como auxiliar educativo directo .

Por ejemplo, ¿cómo se puede pedir a las madres y padres de familia que acompañen y apoyen el proceso de enseñanza a distancia y virtual, en un país con casi 30 millones de personas mayores de 15 años en rezago educativo; y con prácticamente la mitad en ese grupo de edad sin haber concluido la educación media superior. Lo anterior sin considerar que, aún habiendo completado los ciclos educativos normativos, los niveles de aprovechamiento y rendimiento escolar son sumamente bajos, de acuerdo con todos los resultados obtenidos en las pruebas PISA.

De acuerdo con los resultados de la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo (ENUT, 2019), presentados recientemente por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, en nuestro país hay 36.62 millones de hogares. De ellos, 2.6 millones no disponen de ninguna televisión; 15.6 millones no tienen radio o aparato modular; 4.5 millones no tienen teléfono celular; 12.76 millones no tienen línea de teléfono fija; 14.37 millones no disponen de una computadora; mientras que 8.67 millones no disponen de servicio de internet.

Con base en estos datos, y las condiciones señaladas arriba, es posible afirmar que en México la pandemia nos golpea en un escenario de total precariedad; que millones de niñas y niños no podrán aprender, a pesar de que tengan toda la voluntad y deseos de hacerlo; que millones de jóvenes desertarán porque en sus familias se requiere de más ingresos; y ante todo ello, es evidente que en la SEP aún no se ha puesto en marcha (al menos no se conoce públicamente, una estrategia de remediación y “rescate educativo nacional” para después de la pandemia.

Una educación de calidad es uno de los derechos fundamentales garantizados por la Constitución; y de ella depende que, utilizando la idea planteada por e filósofo Heidegger pensando en las hambrunas, las personas que logren sobrevivir y salir más o menos bien libradas de la pandemia, lo hagan sólo para continuar reproduciendo lo que teníamos antes de la aparición del nuevo coronavirus.

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Investigador del PUED-UNAM

Saúl Arellano

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