El 7 de junio se conmemoró una fecha más para celebrar la libertad de expresión, una de las principales garantías constitucionales y, desde la perspectiva de numerosas y numerosos autores de filosofía política -desde Kant hasta Rawls- uno de los pilares insustituibles de la democracia.
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Desde esta perspectiva, preocupa que a sólo nueve días de transcurrida esta fecha, el presidente de la República haya embestido nuevamente en contra de lo que él llama “los medios convencionales” de comunicación, pero que, en esta ocasión, de manera abierta y literal, los haya adjetivado como “hitlerianos”.
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Una descalificación de esta magnitud debe ser señalada y condenada por todas y todos quienes tenemos un espacio para expresar ideas libremente porque, hasta donde la memoria me alcanza, ningún presidente de México en los últimos 30 años había incurrido en un exceso verbal de esa magnitud.
Luis Villoro, el gran filósofo mexicano, hablaba de que en México las personas dedicadas a la política incurren reiteradamente en lo que él llamaba “la impunidad declarativa”: pueden decir prácticamente lo que sea, y no tendrán jamás consecuencias, porque tanto ellos como quienes asumen su defensoría en el debate público, de inmediato recurren a la banalización de los adjetivos o cínicamente acusan que las frases “se sacan de contexto”, “se tergiversan” o no tienen “el auténtico sentido” con que la o el cínico de marras afirmó tal o cual cosa.
Es el caso del presidente de la República, con la diferencia de que en esta ocasión rebasó los límites de la ligereza verbal. Ser hitleriano significaría tener como política empresarial, en el caso de los medios de comunicación hitlerianos: el odio racial, la xenofobia, la intolerancia extrema a los diferentes, la homofobia y la lesbofobia, y la promoción de métodos violentos para la toma del poder a favor de un grupo que ideológica y políticamente promueva esas y otras patologías identitarias.
Sin duda, Hitler representa una de las más execrables figuras en la historia de la humanidad; y no hay ningún elemento, ninguno, que le permita al Ejecutivo Federal llamarle hitleriano, a cualquiera de los medios de comunicación que ha señalado.
El presidente no es un ciudadano más. Es el Jefe del Estado; cargo y representación que porta todos los días y a toda hora. Por ello no puede permitirse tal banalización en la referencia a figuras tan malignas como la de Hitler, para acusar a quienes no están de acuerdo con él.
Al presidente, muy poco le ha salido bien en materia de política pública: hay más pobres que al inicio de su mandato; hay igual o más violencia que en los sexenios de Calderón y Peña; la economía está en su peor momento desde 1995; tenemos el cuarto mayor número de defunciones por COVID19 en el mundo; sus principales programas están mal diseñados y peor operados; y la subversiva realidad se empeña cada vez más, en mostrarle la inmoralidad de muchas de las decisiones de su gobierno, como jugar con la salud y la vida de las niñas y niños con cáncer.
Ante ello, el presidente necesita, como él mismo exigía, serenarse; autocontenerse. La tribuna de las conferencias matutinas no es equiparable a la de un mitin; y él es ahora el mayor responsable mayor de la conducción y de la reconciliación del país. Así que, parafraseando uno de sus slogans, es preciso decir que, por el bien de México, primero hay que defender a la libertad de expresión y de prensa. Sin ellas, la democracia corre grandes riesgos.
Por cierto, La Crónica de Hoy cumple este día 25 años, de los cuales, en 14 he tenido el privilegio de colaborar en sus planas. ¡Enhorabuena y felicidades a toda esta casa editorial!
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Frase clave: En México no hay medios hitlerianos