En uno de los más importantes eventos virtuales de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara del año pasado, dos intelectuales de primer orden, Michael Sandel y Yuval Noah Harari, se reunieron por internet. Se trataba reflexionar sobre el estado actual del mundo y sobre las causas, peligros y efectos del avance del populismo y de nuestras fracturas sociales, económicas y políticas.
Puedes seguir al autor Mtro. Sergio J. González Muñoz Twitter @ElConsultor2
El primero, norteamericano renombrado, es profesor de la materia Justicia en la Universidad de Harvard. Es autor de diversos textos sobre filosofía política, como Justicia ¿Hacemos lo que debemos? y Lo que el Dinero no Puede Comprar, entre otros. El segundo, israelita connotado, es historiador y autor de obras extraordinarias como Sapiens: De animales a Dioses; Homo Deus: una breve historia del mañana y 21 Lecciones para el Siglo XXI.
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El intercambio, que es de vista obligada, fue intitulado Los Dilemas de un mundo que colapsa y aun se puede ver en YouTube en el canal de la FIL. Al estudiar el estado del mundo actual, atenazado entre la pandemia y los perniciosos regímenes ultranacionalistas e iliberales, surgió entre ellos el concepto novedoso de la economía del honor.
Originalmente atisbado por Sandel en La Tiranía del Mérito, su libro más reciente, el concepto fue verbalizado por primera vez por Harari. Se refiere a la sensación de humillación, abandono y hasta traición que las clases trabajadoras han resentido en los últimos 40 años de neoliberalismo globalizador.
Azoradas, han visto rodar por el suelo, ensangrentada, la promesa de que, si iban a la universidad, se esforzaban y sacrificaban en el trabajo, su posición económica y social mejoraría a la vuelta de unos años (“lo que ganes, dependerá de lo que aprendas”). Eso no ha sucedido en sus vidas por generaciones.
El problema, dicen los comentaristas, es que el umbral para acceder a una educación superior o profesional sigue siendo muy alto en todo el mundo y casi de imposible consecución. Frente a él, los partidos progresistas, otrora conciencia de la nación y contrapeso de los excesos del modelo neoliberal, apenas lo atemperaron.
Dejaron correr, además, la presunción falaz de que, si la gente no lo lograba, si no triunfaba en la nueva economía global, era responsabilidad individual y fracaso de cada quien, por falta de esfuerzo y determinación, y no del modelo, lanzando a las personas a una existencia indigna, áspera, ruda y sin esperanza, con fuertes matices de desesperación.
Así agraviados, estos estratos sociales han presenciado cómo se va ampliando la brecha que los separa, en todas sus vertientes, de los más favorecidos. Éstos, a su vez, van por la vida envanecidos por la “fortuna” de sus propias trayectorias educativas y de emprendimiento industrial o comercial. Dichos logros, según ellos, se han concretada por su propio esfuerzo personal y suerte particular.
En este coctel de baja estima de unos y arrogancia de otros, las sociedades se han desgarrado en el famoso “ellos vs nosotros”. La fractura social es un tema recurrente inclusive en la literatura moderna. Por ejemplo, en su primera página, la novela Salvar el Fuego, de Guillermo Arriaga, uno de los protagonistas presenta un manifiesto en el que denuncia que México se ha quebrado en dos. De un lado, quienes tienen rabia; por el otro, quienes tienen miedo.
Enconadas, las clases obreras, siempre más numerosas, fueron acercándose a los partidos y candidatos de todas las orientaciones políticas. Les pedían tanto reparar la falta de reconocimiento y estima respecto de sus aportaciones a la comunidad nacional, como lograr soluciones rápidas a sus agravios económicos y sociales. De paso, si se podía, que recriminaran y sancionaran a las élites por su falta de empatía y compasión para con los demás.
Con tino, ambos intelectuales se dolieron de que, en lugar de denunciar y combatir los daños del modelo globalizador creado por los partidos y jefes de gobierno de derecha (Thatcher y Reagan como madre y padre fundadores) los partidos de centro y de las izquierdas democráticas apenas los reconocieron. Acaso, extendieron un poco la red de protección social, pero esa respuesta tímida a la enorme desigualdad devino ineficaz. Teniendo el poder y el parlamento, en lugar de humanizar el modelo, lo abrazaron.
Veo con meridiana claridad que esa economía del deshonor y esa política de la humillación, fueron erosionando la dignidad del trabajo y restándole reconocimiento social pese a sus aportaciones al bien común. Hicieron surgir también un resentimiento político que se convertiría en incendio electoral para desbancar a las fuerzas partidistas tradicionales que, por acción o por omisión, le habían impuesto a la desdeñada clase trabajadora, retos económicos insuperables.
Sandel y Harari señalaron que, por ejemplo, frente a los resultados de la elección presidencial de los Estados Unidos, Biden y los demócratas (y en general los partidos de izquierda y de centro) no deberían alegrarse de poder regresar a las cosas como estaban antes de Trump. Estaban ya bastante mal desde Bush y con Obama.
Advierten que los demócratas deberían estar diagnosticando e interpretando el hecho de que 70 millones de personas querían 4 años más del cernícalo naranja, a pesar del desastroso manejo de la pandemia, causante de muerte y desolación, y del evidente deterioro económico, causante de recesión y desempleo.
Esa insistencia de apoyar la pulsión reeleccionista del tartufo neoyorkino, afirmaron con razón, no expresa algún deterioro cognitivo masivo ni el arribo definitivo de la post verdad. Es la prístina expresión de la indignación que corre por todo el planeta contra el statu quo que, sin compasión, les ha infligido enorme dolor, arrojándolos a la más oprobiosa postración, pero generando el ascenso de los populismos.
Al final de la plática, Sandel enfatizó y Harari asintió, que hay que corregir tres cosas para restaurar la virtud cívica en nuestras sociedades y de paso acorazar o restaurar nuestras democracias: revisar el papel de la educación superior y el acceso a ella; reconocer la dignidad y aportaciones del trabajo decente a la nación entera; y claro, repensar el significado político, económico, social y humano del éxito.
Esa triada es también es digna de estudio y reflexión. La veremos en otra entrega…
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