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ENCOVID y economía familiar

El pasado martes 8 de febrero el Programa Universitario de Estudios del Desarrollo (PUED) de la UNAM, el Instituto Equidad y Desarrollo (EQUIDE) de la Universidad Iberoamericana y UNICEF sede México, hicieron públicos los resultados del décimo levantamiento de la Encuesta ENCOVID – 19 correspondiente al mes de octubre del año recién pasado. Es una encuesta rica en información que ha hecho visibles los avatares que han pasaron y están pasando las familias mexicanas en los interminables meses en que ha campeado el SARS CoV2 por el territorio nacional.

Escribe Dr. Fernando Cortés

Son muchos y muy variados los campos de la vida social que se han visto afectados por la pandemia, pero es indudable que uno de ellos ha sido la economía de los hogares mexicanos. El intento de frenar el contagio combinó medidas estrictamente de salud pública como el “quédate en casa”, “mantén la sana distancia”, “usa cubre bocas”, con limitar las actividades económicas a las consideradas estrictamente esenciales. Las recomendaciones a seguir en la vida cotidiana y en el funcionamiento de la economía frenó la industria, el transporte, los servicios y el comercio y, como consecuencia, los problemas de salud saltaron al plano económico generando una crisis que tuvo varias expresiones entre las que destacan, al nivel de los hogares, la reducción de los trabajos por cuenta propia y el empleo subordinado, con lo cual los ingresos familiares se deprimieron.

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La ENCOVID – 19 muestra que la tasa de desocupación, definida en esta encuesta como las personas que buscan empleo, así como aquellos que quieren trabajar, pero no pueden salir a buscar trabajo debido a la pandemia, exhibe una tendencia decreciente a lo largo del tiempo, en efecto dicha tasa alcanzó el 15.5 por ciento en mayo de 2020, y se redujo hasta el 3.1 por ciento en octubre del año 2021.

A pesar de la caída en la desocupación, la proporción de hogares cuyo ingreso es menor al que obtuvo en febrero de 2020 no se redujo sensiblemente pasó de 69 por ciento en mayo de 2020 (a dos meses de iniciada la pandemia) a 56 por ciento en octubre de 2021 (a 20 meses de pandemia).

A primera vista estos resultados no parecen ser consistentes y llevan a preguntarse ¿Cómo puede ser que la tasa de desempleo se encuentre actualmente en niveles relativamente “normales” y que al finalizar 2021, 6 de cada 10 hogares aún tengan ingresos inferiores a los del último mes pre pandemia? Hay varias explicaciones posibles las cuales no necesariamente se excluyen, sino lo más probable es que sean concurrentes: (i) el número de personas ocupadas aumentó, pero disminuyó el número de horas trabajadas cada día o bien la cantidad de días laborados, o ambos (ii) también se puede deber a la reducción del salario por hora (iii) o bien la recuperación económica empezó por los empleos que remuneran peor al trabajo.

Por ahora, sin información adicional y estudios más profundos, es una incógnita saber si las bajas tasas de desocupación acompañadas con ingresos deprimidos son temporales, es decir, si se trata de un fenómeno de ajuste de corto plazo o si será la característica dominante en la “nueva normalidad”. En otras palabras, con la información que se cuenta hoy no es posible saber si estos cambios serán temporales o permanentes, o, en otros términos, si serán coyunturales o estructurales.

Los trastornos que ha provocado el SARS CoV 2 no sólo han erosionado la salud sino también la economía de las familias mexicanas, pero no se han limitado a la reducción de sus ingresos sino también han incidido en el aumento en los gastos. Las mayores erogaciones se originan no sólo por el alza en los precios de los bienes y servicios de consumo habitual, sino también porque en épocas de pandemia crecen los gastos de bolsillo en salud, es decir, los hogares deben gastar sumas crecientes de dinero para sufragar los costos de consultas médicas, medicinas, tanques de oxígeno, exámenes de laboratorio y otros.

En los hogares entrevistados por la ENCOVID – 19 en que alguien de la familia enfermó por COVID, casi 4 de cada 10 (39 por ciento) declararon que gastaron más de $10,000 financiados por sus propios recursos. Además, el 15 por ciento de los grupos domésticos pertenecientes a los estratos sociales altos erogaron más de $50,000, y lo mismo hicieron el 5 por ciento de los hogares de los sectores medios y el 7 por ciento de las clases bajas. En las familias de menores recursos un gasto extraordinario de esta magnitud debe haber significado un descalabro mayúsculo en su presupuesto.  Un rasgo destacable del gasto de bolsillo es que el 40 por ciento de los hogares en los tres estratos (alto medio y bajo) han erogado más de $10,000.

Las familias enfrentadas a estas condiciones generales han seguido un abanico de estrategias de supervivencia: han conseguido préstamos, incorporado al mercado de trabajo algún miembro que no lo hacía con anterioridad a la crisis, dejado de pagar deudas, rentas o servicios, y vendido o empeñado bienes. De estos caminos pedir prestado fue el más transitado, en marzo de 2020 el 34 por ciento lo había utilizado, pero en octubre de 2021 se elevó al 52%. Entre esos mismos puntos del tiempo el porcentaje de hogares que no ha pagado deudas, la renta o los servicios pasó de 34 por ciento a 44 por ciento. Recurrir al trabajo de algún miembro del hogar que no lo hacía con anterioridad a la crisis aumentó de 10 a 34 por ciento y empeñar o vender bienes se elevó de 16 a 27 por ciento.

La información de la encuesta permite observar que los recursos de financiamiento en situaciones económicas difíciles varían según los niveles socio económicos. Los estratos bajos, que no suelen tener acceso a créditos bancarios, son los que más recurrieron a los préstamos de los familiares y prestamistas, y dejaron de pagar las deudas y servicios, pues normalmente disponen de escasos fondos de reserva laboral ya que suelen emplearla como estrategia de sus estrategias de supervivencia, y, además, no tienen demasiados bienes, ni tampoco mu valiosos como para empeñar o vender.  Los hogares del estrato alto son los que menos recurren a emplear estas estrategias, pero cuando lo hacen piden prestado a familiares, amigos y bancos.

La situación que sufrieron los hogares en octubre del año 2021 es una mezcla de restricciones sanitarias y económicas francamente adversas para el bienestar de la población: caídas en los ingresos pre pandemia en un gran número de hogares, aumentos de precios en el mercado al por menor que rondó el 7 por ciento en el año, economía al borde de la recesión, alzas significativas en los gastos de bolsillo en salud gatillados por la pandemia, el Instituto Nacional de Salud para el Bienestar (INSABI) aún en proceso de construcción de modo tal que aún no cubre a la población de los riesgos de salud que amparaba el Seguro Popular, escasez en el abasto de medicamentos originada en los cambios introducidos en la política de adquisiciones del gobierno de insumos sanitarios y medicinas, programas sociales con una cobertura de alrededor del 30 por ciento de los hogares, con problemas serios de focalización que conduce a cifras significativas de pobres que no reciben los apoyos y no pobres que sí, la falta explícita de una política de apoyos a los micro y pequeños empresarios y a la población que ha sido vulnerada por la combinación de las crisis sanitaria y económica, el aumento de los gastos de bolsillo en salud, sin contar con un sistema de salud operativo; dibujan un panorama que es un caldo de cultivo lesivo a las condiciones de vida de la población mexicana, cuya gravedad aumenta en la medida que se aproxima a la base de la pirámide social.

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