Escrito por 12:00 am Cultura, Saúl Arellano

Enseñanzas del cristianismo para un México violento

Uno de los bellos textos escritos por René Girard lleva por título “Aquél por el que llega el escándalo”. Si bien el término “escándalo” puede significar alboroto, ruido o tumulto, en su segunda acepción, el Diccionario de la Lengua Española lo define como “hecho o dicho considerados inmorales o condenables y que causan indignación y gran impacto públicos”


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¿Cuál es el hecho escandaloso que nos llega a través de Jesús de Nazaret? La respuesta de Girard es contundente: la de la oprobiosa realidad que aqueja a las víctimas. Es decir, el escándalo no es sólo el hecho preciso del juicio y la crucifixión del nazareno, sino su condición de víctima y la de todas las víctimas que pueden significarse a través de su ejecución.

Ya antes, en el libro de Job, el texto bíblico había hecho el primer anuncio. En efecto, el reclamo de Job a Yahvéh consiste en mostrar la injusticia de su condición; y, en palabras del filósofo Philip Nemo, en desnudar el exceso del mal implícito en los suplicios por los que pasa Job. En ese libro, nos dicen Girard y otros pensadores como Carl G. Jüng, Job llama a cuentas a Dios, y es la primera vez en que un mortal está en posibilidad de establecer un reclamo moral a quien considera su creador.

Uno de los argumentos centrales del libro de Girard es que, como resultado de la primacía del positivismo en los siglos XIX y XX, se “expulsó” a los Evangelios y otros textos del plano explicativo y comprensivo respecto del fenómeno de la violencia, lo cual constituye un error, pues en ellos se encuentran claves que pueden ayudarnos a comprender las raíces profundas de la violencia mimética y su despliegue en la forma del mal.

Otro punto interesante es que, en la interpretación evangélica de Girard, lo relevante de la figura de Jesús de Nazaret es que por primera vez logra ponerle fin al ciclo de la violencia. Es decir, en todos los mitos analizados por Girard, se encuentra un proceso continuo de ejercicio de la violencia mimética que deriva siempre en violencia sacrificial perpetrada en contra de un chivo expiatorio.

Aunque ese ciclo se cumple en el Evangelio, la figura del nazareno apela al perdón, al fin del ciclo violento en el sentido sacrificial, abriendo con ello la posibilidad de la reconciliación.

Sin duda, los textos de Girard son apologéticos del cristianismo; pero aún sin compartir esa dimensión, lo que es posible reconocer es que la ruta de la no venganza y la apuesta por la paz y el perdón constituyen dos poderosas enseñanzas que, no es menor percibirlo, se encuentran también enraizadas profundamente en otros sistemas de creencias, incluidos el Islam y el budismo.

Para un país como el nuestro, en el que el infierno de la violencia se ha convertido en una realidad cotidiana, es urgente comenzar a replantearnos los esquemas interpretativos desde los cuales estamos abordando nuestras problemáticas.

No se trata sólo de los crímenes perpetrados por las organizaciones delincuenciales, sino de toda la otra parte expresada en lo que los abogados llaman “el fuero común”: el robo con violencia, la violación, el abuso y la explotación sexual comercial de niñas y niños, las lesiones dolosas, y toda la gama delictiva considerada en los códigos penales.

Nuestro escándalo se encuentra allí, y en el horror sintetizado en los miles de cuerpos putrefactos que yacen en las fosas clandestinas en todo el país, sin tener quién les llore en presencia y sin la opción de la paz y el relativo consuelo que da la última despedida a sus familiares.

Jesús de Nazaret es la víctima por excelencia. Por ello, incluso los ateos reconocemos que en su figura existen elementos muy relevantes para escapar de esta fiera y ruin ola de violencia que, parafraseando otra vez a Girard, nos hace palpable cómo Satán nos ha caído encima como un relámpago.

@saularellano

Artículo publicado originalmente en la “Crónica de Hoy” el  29 de marzo de 2018

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