La ingenuidad es un defecto imperdonable en la política. El ejercicio de ésta es pragmático, maquiavélico, cruel y descarnado, en particular para aquéllos no curtidos en las artes de la simulación, la hipocresía y el doble lenguaje. Esto lo saben muy bien los jerarcas del pseudo movimiento social que hoy gobierna nuestro país, y en contraste parecen desconocerlo los líderes de lo que queda de la oposición. En menos de un mes de gobierno, el régimen tiene arrinconados a sus desconcertados antagonistas, que no han sabido mantener unido su reducido grupo de contención, y ya padecieron las amarguras de la traición entre sus decrecientes miembros.
Escrito por: Luis Miguel Rionda
Muchos analistas y comentaristas, entre los que me cuento, padecimos la misma enfermedad de la ingenuidad, y quisimos ver en la novel presidenta Claudia Sheinbaum un último refugio de la racionalidad política. Pensamos en ella como la mujer sensible, educada y sensata que podría haber disimulado un talante moderado detrás de la imagen de dureza y radicalismo. Si bien sus antecedentes la ubicaron siempre dentro del extremo izquierdo de las buenas conciencias de la burguesía acomodada mexicana, su formación como científica del medio ambiente podría haberle dotado de la sana duda cartesiana y la afición a la libertad de pensamiento, como la que defendieron Voltaire, Russell, Popper, Eco y Sabater.
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Creí, creímos, que el afianzamiento en el poder presidencial sería su acta de independencia de su tutor populista, y dejaría ver a la Claudia críptica: la académica moderada, sensata y progresista. Fue ingenuidad pura. Estupidez, dirán muchos. En tres semanas ya calamos la profundidad de sus prejuicios ideológicos. No sólo no moderó el plan C, sino que metió el acelerador en temas como el de la deforma (sic) judicial, donde hubiera sido deseable promover un diálogo respetuoso entre poderes antes de pasar a la guillotina.
El Poder Judicial ha demostrado ser un hueso duro de roer. Sus trabajadores, antes prudentes servidores públicos apegados a las normas y las formas, han reaccionado con decisión y vehemencia en la defensa de sus carreras judiciales. Les han prometido respetar sus derechos laborales, pero los perpetradores desconocen que uno de los incentivos más poderosos del trabajador judicial es la posibilidad efectiva de subir en el escalafón dentro de uno de los servicios de carrera más exitosos del país. El aspiracionismo superador es el rasgo distintivo del profesional del derecho litigioso. Esto es kriptonita para el practicante del igualitarismo de Procusto, la creencia en la igualdad en la mediocridad.
La reciente iniciativa de la llamada “supremacía constitucional” es la evidencia de que no han arribado demócratas al legislativo y a la presidencia de la república. Son caporales del autoritarismo nacional populista. Que no haya ilusos para que no haya desilusionados, dijo Gómez Morín, con demasiada razón. La inatacabilidad de las reformas a la carta magna dejará en manos de una mayoría inflada los destinos de la república, y pronto el documento fundamental no se parecerá nada al programa político liberal y democrático que heredamos de todo un siglo de luchas por la modernización política del país.
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(*) Antropólogo social. Profesor de la Universidad de Guanajuato, Campus León. luis@rionda.net – @riondal – FB.com/riondal – ugto.academia.edu/LuisMiguelRionda
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