Lo serio es lo edificante, sostendría el filósofo cristiano Kierkegaard, en su texto La enfermedad mortal. Ahí mismo sostendrá que la angustia es la enfermedad, no el remedio de la existencia; pero en este caso, se trata de una enfermedad que no es de muerte, pues permite comprender el sentido de la existencia y más nos vale, en la perspectiva del autor, asumirla como la posibilidad de realizar su dialéctica y convertirla precisamente en lo edificante para la vida.
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México, por el contrario de lo anterior, se encuentra ante un atroz espectáculo de muerte: más de un millón de personas fallecidas en el 2020, y enero del 2021 ha comenzado con una tendencia trepidante: por la COVID19, se han repetido numerosos días con más de mil decesos, y el resto de las enfermedades están haciendo lo suyo ante un sector salud cada vez más diezmado en sus recursos y capacidades de resistencia.
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La violencia no cede, y hasta el día 23 de enero, se repite la tendencia escalofriante del estruendo que generan las balas en distintas regiones del país. En el recuento diario de las cifras oficiales, el mes de enero del 2021 no es distinto en promedio de homicidios a los meses de enero de 2020 y 2019; así que la sangrienta lucha de los cárteles y el crimen organizado continúa.
Es importante decir que México atraviesa por una severa crisis forense. Ya por la violencia, en estados como Jalisco y Guanajuato las morgues estaban saturadas -recuérdense los llamados “tráilers de la muerte”-; y ahora por la COVID19, las principales zonas metropolitanas del país atraviesan por un escenario inimaginable: ni los ataúdes ni los crematorios son suficientes para atender lo que se está viviendo y se encuentran al borde del colapso, en la misma situación se encuentran las oficinas del registro civil, responsables de emitir certificados de defunción.
De acuerdo con varias estimaciones, si esta situación se mantiene por dos o tres semanas más, el país podría estar ante el espectáculo dantesco de una estructura forense auténticamente colapsada y sin la capacidad siquiera de garantizar un trato digno para quienes fallecen.
Al respecto, las historias que se escuchan por todo el país son terribles: familias con la angustia de que no pueden sepultar a sus muertos porque no encuentran crematorios; y en esas situaciones desesperantes, no queda más que la espera de horas, incontables días para recibir la llamada anunciando que, por fin, la urna con las cenizas de los seres queridos está disponible para ser entregada.
¿En qué momento la desesperación puede convertirse en angustia, y en ese sentido, asumir la seriedad de su carácter edificante? Esto solo podrá ocurrir, en nuestro contexto, en el momento en que nos hagamos responsables de una conducción política distinta del país y que pueda llevar a cabo una evaluación objetiva de lo que se ha hecho, lo que se dejó de hacer, y lo que será urgente realizar una vez que la muerte nos dé tregua.
El horrendo espectáculo millones de personas enfermas por la pandemia y las otras epidemias que le antecedían, hoy se profundiza con el inenarrable espectáculo de cadáveres sobre cadáveres. Pero lo interesante es que, a pesar de ser ya cientos de miles, las imágenes todavía no inundan al espacio público; y lo que prevalece es el espectáculo de los medios y de los políticos en los medios.
Pensando en la sociedad espectáculo descrita por Guy Debord, aquello que consideraba el poder aglutinante de los espectáculos que articula a las sociedades modernas, hoy se cifra en el poder del ocultamiento que tiene la cifra y el número: el poderío político de la deshumanización de la cifra que, a fuerza de presentarse “transparentemente” todos los días en conferencias de prensa, nos adormece y aletarga como una poderosa anestesia ante la desesperanza de la muerte y la posibilidad real de que el día de mañana toque a nuestras puertas.
¿Podrá nuestra sociedad pasar de la desesperación a la angustia, y convertir todo esto en lo edificante? Es difícil saberlo; más aún en un horizonte donde la política se ha reducido a eventos con micrófono abierto, donde se habla todo, menos seriamente de lo realmente serio: cómo reducir la muerte evitable de miles, y cómo darle seriedad a todo esto que nos ha inundado de dolor, de llanto y de una frustración imposible de ser comparada con nada del pasado reciente.
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Investigador del PUED-UNAM
@MarioLFuentes1
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