por Luis Rosales
El consumo de tabaco se ha convertido desde hace varias décadas en un grave problema de salud poblacional y se reconoce como una causa directa o como factor de riesgo relacionado con varias de las principales enfermedades crónicas no transmisibles que producen una elevada mortalidad; una proporción importante de ellas muertes prematuras, y una morbilidad que incide en costos cada vez mayores para su atención médica, amén de repercutir negativamente en la economía de las familias y en el funcionamiento y productividad laboral
La planta del tabaco pertenece a la familia de las solanáceas. Sus hojas se someten a fermentación y después son secadas para poderse fumar como cigarrillos, puros, en pipa, también para mascar o ser aspirado en polvo, esta última modalidad llamada rapé, prácticamente en desuso.
El tabaco es un producto tóxico cuyo consumo causa adicción por contener nicotina, un alcaloide sumamente venenoso en estado de pureza, cuya concentración es variable dependiendo dee la clase de hoja, sequedad y modalidad de consumo. En el caso de los cigarrillos, presentación de mayor uso, influyen su longitud y grosor, puesto que los gruesos y cortos retienen menos nicotina que los largos y delgados, y la práctica de consumirlos hasta el borde proximal a los labios y el reencendido de las colillas incrementan su concentración entre un 10% y 30%, apareciendo el alcaloide en el humo de los cigarrillos, el cual es retenido por el cuerpo al inhalarlo (“dar el golpe”).
De entre los varios cientos de sustancias que contiene el tabaco, además de la nicotina, se encuentran otras también tóxicas tales como el alquitrán, bióxido de carbono, sulfuro y cianuro de hidrógeno, amoníaco, benzopireno, piridina, aldehídos, sulfaldehídos y otras, mismas que también se asocian con el origen de diversas patologías ligadas al consumo tabáquico.
Asimismo, se conocen y han descrito diversos efectos fisiológicos producidos por el consumo del tabaco, particularmente al inhalarlo. Los más frecuentes y bien conocidos son el aumento de la frecuencia cardíaca y la presión arterial; incremento en el rendimiento cardíaco; reducción del flujo sanguíneo periférico con disminución de la temperatura en los partes distales de las extremidades; inhibición en la secreción de jugos gástricos y reducción del apetito; aumento del peristaltismo (movimiento) intestinal; irritación de las mucosas del tracto respiratorio, faringe, encías y senos paranasales; temblor y falta de control de los músculos utilizados en movimientos finos; entre otros.
Los efectos en las funciones mencionadas tienen varias consecuencias negativas en el mediano o largo plazo conocidos en la historia natural de los procesos morbosos como período de latencia, es decir, el tiempo que transcurre entre la exposición a los estímulos causales y factores de riesgo (en nuestro caso el tabaquismo) y las manifestaciones clínicas de diversas enfermedades tales como la aterosclerosis coronaria, que desemboca en angina de pecho e infarto del corazón; insuficiencia vascular periférica; hipertensión arterial; cáncer de pulmón; enfermedad pulmonar obstructiva crónica, con bronquitis y enfisema; úlcera gástrica y duodenal; cáncer de labio, lengua y laringe, vejiga urinaria y riñón.
Las relaciones establecidas como factores de riesgo o de asociaciones directas de causa y efecto se basan en múltiples estudios epidemiológicos analíticos y experimentales, como en el caso del cáncer de pulmón, en que se ha establecido de manera fehaciente su alta incidencia de 90% en fumadores y de sólo 10% en los no fumadores; las correlaciones significativas entre el número de cigarrillos consumidos por las personas, los años de dicho hábito, la costumbre de inhalarlo y sus frecuencias diferenciadas en relación con esas variables. Así mismo, las asociaciones del tabaquismo con la incidencia de cáncer de la cavidad oral, laringe, esófago y vejiga urinaria se han fundamentado, además, en estudios básicos de laboratorio y de tipo clínico.
¿Cuál es la situación del consumo de tabaco en nuestro país?
Definido éste como el haber fumado 100 cigarrillos o más en la vida y continuar con el hábito en el momento del estudio, en las encuestas nacionales de salud realizadas en los años 2000, 2006 y 2012 se encontraron para los adolescentes prevalencias de 9.7%, 7.6% y 9.2%, y para los adultos de 22.3%, 19.05% y 19.9% respectivamente. En términos absolutos, para 2012 hablamos de 2 millones 100 mil adolescentes de entre 10 y 19 años de edad y de cerca de 14 millones de adultos de 20 y más años. El promedio de cigarrillos diarios consumidos fue de 4.8, 4.6 y 3.7 para los primeros y de 10.2, 9.5 y 9.9 para los segundos; en 2012, de los fumadores cotidianos, el 6.6% de los adolescentes refirieron fumar su primer cigarrillo en los primeros 30 minutos después de levantarse (indicador de adicción a la nicotina), y entre los adultos, el 18.6%.
Es importante mencionar la existencia de una población que, sin haberlo consumido nunca, se encuentra expuesta al humo de tabaco ajeno: los hijos de padres fumadores en los hogares y los no fumadores en otros lugares públicos, como restaurantes, bares y discotecas, incluyendo a los propios trabajadores. Al respecto, diversos estudios han puesto de manifiesto la mayor frecuencia de problemas respiratorios y otras patologías en los hijos de padres fumadores comparados con los de no fumadores.
¿Por qué fumamos?
Hasta aquí también debemos preguntarnos por qué fumamos, a sabiendas de los daños que ese hábito, tarde o temprano, causará en nuestro organismo, estado de salud y bienestar. Muchos adolescentes y jóvenes empiezan a fumar para ensayar una nueva experiencia, identificarse con los adultos; por la impresión de sentirse mayores, por rebeldía a la prohibición establecida por los mayores o participar en un acto social; acaso porque proporciona cierta clase de satisfacción emocional; porque suponemos que calma nuestra ansiedad y nos da sosiego. Lo cierto es que los hábitos o costumbres del consumo de tabaco pueden devenir en un estado de intoxicación crónica o periódica, por lo que siempre será preferible no fumar.
Las respuestas al problema del tabaquismo en nuestro país se resumen en la inclusión de acciones contra ese daño a la salud en la Ley General de Salud de 1984 de la que derivaron, por ejemplo, prohibiciones para la venta de tabaco a los menores de edad, la inclusión obligatoria de la leyenda de advertencia “es nocivo para la salud” en las cajetillas de cigarrillos y la creación del Consejo Nacional contra las Adicciones (CONADIC) en 1986.
En mayo de 2003, la Organización Mundial de la Salud adoptó el Convenio Marco para el Control del Tabaco, el que contenía como principales medidas incrementar los impuestos al tabaco; etiquetar los empaques de cigarrillos con leyendas claras de “producto nocivo para la salud”; prohibir la publicidad de los productos del tabaco; concientizar a la población sobre sus consecuencias; y proteger a la población contra el humo del tabaco.
La misma OMS propuso en 2005 la creación del Sistema Global de Vigilancia del Tabaco para disponer de un sistema de evaluación de los principales indicadores de consumo y el cumplimiento de las acciones propuestas. Propuso también en 2008 un plan de medidas para reducir la prevalencia del tabaquismo denominado MPOWER por las siglas en inglés de las seis políticas consideradas más eficaces para controlar la epidemia del tabaquismo, a saber: vigilar el consumo de tabaco y las políticas de prevención; proteger a la población de la exposición al humo de tabaco; ofrecer ayuda para dejar el consumo de tabaco; advertir de los peligros del tabaco; hacer cumplir las prohibiciones sobre publicidad, promoción y patrocinio; elevar los impuestos al tabaco.
Es de resaltarse que los lineamientos de estos instrumentos propuestos por la OMS están contenidos en diversas leyes y disposiciones como la Ley para el Control del Tabaco del 30 de mayo de 2008; la Ley a la Protección a la Salud de los no Fumadores expedida en el Distrito Federal en marzo de 2008; y el apartado específico de los productos de tabaco de la Ley de Impuestos Especiales a los Productos y Servicios.
Los principales instrumentos y las líneas de acción están claramente establecidos, queda pendiente impulsar toda su potencialidad en los tres órdenes de gobierno y en todos los ámbitos de la vida nacional con la participación activa de la población.
Referencias:
I. Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2012. Evidencia para la política pública en salud. Consumo de tabaco en México 2000-2012: los beneficios de su reducción. SSA, INSP. México, 2012.
II. Reynales Shigematsu, Luz Myriam. Estrategias para el control del tabaquismo, en Salud Pública: teoría y práctica. Mauricio Hernández Avila y Eduardo Lazcano Ponce editores. México. Instituto Nacional de Salud Pública, Editorial el Manual Moderno. 2013pp 601-616.
III. Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2012. Resultados Nacionales. SSA, INSP. México, 2012.
IV. Calleja, Nazira. Medidas para el control del tabaco en México y en el mundo. Enseñanza e Investigación en Psicología. Vol. 17 No. 1: 83-99 Enero-junio, 2012. Facultad de Psicología, UNAM
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