Hay un disparate claro, otro general y hasta uno desordenado. También están el bobalicón, el furioso y el ridículo. Estos y otros pertenecen a una de las famosas series de grabados de Goya, conocida precisamente como Los disparates, aunque también se le atribuyen otros nombres.[1] Nuestro disparate reciente es el intento de extinguir el Programa Escuelas de Tiempo Completo (PETC).
Escrito por: Enrique Provencio D.
A diferencia de los grabados de Goya, herméticos o crípticos, este del PETC es un disparate evidente, tanto que a pesar de su nitidez uno se ve obligado a buscar sus motivaciones. No existen, simple y sencillamente, y las que se dan como supuestas explicaciones, contrarían la razón, solo son excusas apresuradas, sin fundamento.
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Los beneficios y bondades de este programa están documentadas por trabajos realizados con perspectivas diversas, al menos una de ellas publicada junto con la Secretaría de Educación Pública ya en este gobierno. Se trata de la Evaluación del Servicio de Alimentación del PETC, llevada a cabo por el Instituto Nacional de Salud Pública junto con UNICEF y otras instituciones. Las conclusiones son contundentes sobre la mejora alimenticia en la población escolar, la aceptación de los menús, la reducción de la discriminación por género, entre otros aspectos más.[2]
Ya se ocuparon oportunamente del tema Thania de la Garza y Alonso de Erice el pasado 4 de marzo aquí en México Social[3], pero es necesario seguir insistiendo en que desde muchas perspectivas el PETC es fundamental, que ataca directamente uno de los principales factores de reproducción de la pobreza y ayuda a cumplir algunos de los derechos humanos fundamentales de las niñas y los niños, además de que permite a las madres de familia una mayor disposición de tiempo para otras tareas, y de que promueve la movilidad social.
Ahora es incluso mayor la pertinencia del PETC, pues tras los efectos de la pandemia, sobre todo en el ausentismo escolar, el rezago educativo, la carga de tiempo para las madres y el incremento de la pobreza alimentaria, el abandono del programa agravará estos y otros males.
Las evaluaciones o los estudios exploratorios muestran que el PETC beneficia principalmente a población pobre, sobre todo en zonas de alta marginación y de escuelas multigrado, donde más se debe favorecer el aprendizaje escolar y donde más hace falta mejorar la alimentación. Estas fueron algunas de tantas conclusiones de CONEVAL al analizar la experiencia del programa.[4]
Por si hicieran falta más elementos que den cuenta de la pertinencia de esta acción pública, un trabajo de Banco Mundial plantea que “Desde el punto de vista de la agenda de política pública, el PETC parece ser un programa con mucho potencial para contribuir a abordar el problema de la alta desigualdad del ingreso en México”[5]
Si las escuelas de tiempo completo atienden a población prioritaria, van primero a los pobres, favorecen la reducción de las desigualdades, se orientan a cumplir con derechos fundamentales, ayudan a que las madres de familia liberen tiempo y fortalezcan su autonomía, mejoran el aprendizaje y la alimentación de niñas y niños, entre otros tantos beneficios, ¿cómo es que se les pretenda extinguir?
No hay otros datos, definitivamente, no hay estudios de campo o de gabinete, no hay estadísticas que muestren que este programa no sirve, que de malos resultados, que salga sobrando, que no sea prioritario, que sea ineficiente o que despilfarre recursos públicos.
Se ha dicho, lo sostiene el Presidente de la Republica, que los recursos de las escuelas de tiempo completo se asignarán directamente a las familias para evitar intermediarios, pero no se ha explicado quiénes son esos intermediarios. Y en caso de que existan, es evidente que en tres años no se hizo nada para evitar el supuesto problema.
Además, se elude el problema de fondo: que es un grave error reemplazar un beneficio colectivo, un bien público de acceso igualitario, con dotaciones particulares, pues estas se dispersan en gastos individuales que no necesariamente redundan en mejoras educativas y alimentarias de la población escolar.
Si el PECT tenía algún problema, lo procedente era introducir mejoras, partiendo de las sugerencias que están disponibles y que han surgido de los trabajos de evaluación. A partir de su éxito documentado, la recomendación más importante tiene que ver con la ampliación del programa, con su extensión a todas las regiones pobres y escuelas públicas del país en las que se requiere mejorar la alimentación y el aprendizaje. Ninguna evidencia ha planteado que las escuelas de tiempo completo deban desaparecer.
El nuevo intento de acabar con el PECT es un acto reflejo, algo así como una impronta que desde fines de 2018 afectó a otros programas sociales, unos más exitosos que otros, pero a fin de cuentas con un patrón común:
1) ignorar las evidencias sobre el funcionamiento real y los resultados de los programas, desconocer las evaluaciones existentes y el conocimiento documentado;
2) una pulsión por sustituir o por eliminar, antes de buscar las oportunidades de mejora;
3) una opacidad en la argumentación y la información sobre las decisiones adoptadas, sean de extinción de lo previamente existente o de creación de nuevas acciones;
4) una tendencia consistente de reemplazar bienes públicos y de beneficio colectivo, por apoyos directos y atomizados, sin considerar las diferencias que ello supone en el bienestar de la población y en los resultados de los programas; y
5) una exclusión de otros agentes o instituciones intermedias que no sean las federales, a veces incluso anulando la participación de gobiernos estatales y municipales, con la centralización que ello supone.
En el caso del PECT, la más reciente y hasta ahora una de las más aberrantes decisiones de política social, quizá la más contraria a la razón que se ha visto, por fortuna varios gobiernos estatales anunciaron que se harían cargo del programa. Es un buen gesto pero fragmenta un esfuerzo que debe ser común a todo el país, y que no puede depender de que un estado disponga o no de fondos para ejecutarlo. En la Cámara de Diputados hay propuestas para salvar el programa. Ya a fines de 2020 se debatió sobre su continuidad y su ampliación[6]. Muchas organizaciones y voces pugnan por dar marcha atrás con la desaparición del PECT.
La SEP y el Presidente de la República deben reconsiderar su lamentable decisión. No solo deben mantener el Programa Escuelas de Tiempo Completo, deben ampliarlo y fortalecerlo, deben potenciar la experiencia con la que se cuenta y deben dedicar más presupuesto para una de las acciones públicas de mayor éxito, para apoyar los derechos humanos de las niñas y los niños, para mejorar su alimentación y educación, para combatir uno de los principales factores de la reproducción de la pobreza y las desigualdades.
La pretensión de acabar con las escuelas de tiempo completo es un disparate, una barbaridad, una inexplicable pretensión, contraria por completo a la razón. Quizá más, pero no menos que eso.
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[1] Rafael Casariego, 1974. Los disparates, por Francisco Goya Lucientes. Estudio preliminar. Ediciones de Arte y Bibliofilia. Madrid.
[2] SEP – INSP – UMICEF. 2019. Evaluación del servicio de alimentación del Programa de Escuelas de Tiempo Completo.
[3] Thania de la Garza y Alonso de Erice, 4 de marzo de 2022. Escuelas de Tiempo Completo. México Social
[4] CONEVAL, 2020. Impacto del Programa Escuelas de Tiempo Completo. Estudio exploratorio.
[5] Banco Mundial, 2018. ¿Qué impacto tiene el Programa Escuelas de Tiempo Completo en los estudiantes de educación básica? Evaluación del programa en México 2007-2016
[6] Cámara de Diputados, 13 de noviembre de 2020. Diputadas y diputados aceptan reserva para apoyar a las y los docentes del Programa Escuelas de Tiempo Completo. Boletín 5338. https://bit.ly/3CMrj9f
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