Como si las cifras en México no fueran de alarma, cuando se contabilizan 10 feminicidios diarios, cuando los homicidios en este sexenio superan los 126 mil víctimas mortales y más de 30 mil desaparecidos, cuando de acuerdo a datos proporcionados por la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública del INEGI arrojan que 9 de cada 10 delitos no se denuncian, cuando, en fin, nos hallamos en un proceso acelerado de descomposición social, nos encontramos con una más de esas noticias que connotan la situación del país: el 4 de octubre de este año Esmeralda Gallardo fue asesinada en Puebla.
Escrito por: Andrea Samaniego Sánchez
Esmeralda Gallardo cobró notoriedad hace más de un año por convertirse en una madre buscadora cuando, su hija Betzabé y una amiga de esta, Fabiola, desaparecieron en enero de 2021 lo que hizo que ella se abocara a buscarlas a la par que trabajaba y cuidaba a su nieto.
El caso de Esmeralda evoca al de Marisela, quien también fue asesinada al exigir justicia por el asesinato de su hija Rubí y denunciar la impunidad con la que se llevó a cabo el proceso. Ambas situaciones, así como el de todas las madres buscadoras es un recordatorio de todo lo que ha fallado el Estado para evitar que se puedan cometer crímenes, abandonar cuerpos, desaparecerlos y quedar impunes en el proceso.
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A estas madres buscadoras que fueron víctimas desde la desaparición y muerte de sus hijas, se les vuelve a violentar, ahora sobre sus vidas, y en todo este proceso pareciera que todo quedará en el marasmo matemático de convertirse en una cifra más.
Estos hechos además deben leerse desde la perspectiva que arrojó la sentencia de la Corte Internacional de Derechos Humanos sobre el caso conocido como “Campo Algodonero” en donde se indicaba que las instituciones mexicanas fallaron: revictimizaron y no trabajaron con el apremio necesario para atender la desaparición de Laura Berenice Ramos, Claudia Ivette González y Esmeralda Herrera Monreal, a quienes después encontrarían muertas.
Es lamentable que las respuestas institucionales en todos estos casos han sido la inacción, la incapacidad, el dolo en la atención mujeres, y es todavía más grave pensar que la autoridad, del signo partidista que sea, en vez de trabajar por dar una pronta solución a nuestras demandas, responde con el silencio y la indiferencia.
No se puede dejar de lado que estas acciones, las violencias estructurales y materiales hacia las mujeres, que tienen por su forma más descarnada el feminicidio atentan contra la mitad de la población del Estado Mexicano.
Difícilmente puede existir avance o progreso en una sociedad donde más del cincuenta por ciento de la población se encuentra en peligro de ser violentado. Las estrategias deben cambiar para dar una solución certera a este problema que cada día se hace más complejo.
Por Esmeralda y Maricela, por Betzabé y Rubí, por ellas, por todas. No merecemos esta indiferencia, inacción e indolencia. Porque nunca más haya un feminicidio más.
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