Durante los días 4, 5 y 6 de este mes se está desarrollando el X Encuentro Nacional de Educación Cívica, de manera virtual, en la ciudad de Chetumal, Q. Roo. El evento es organizado por la Red Nacional de Educación Cívica –integrada por consejeros y funcionarios de los organismos electorales de todo el país– y el Instituto Electoral del Estado de Quintana Roo.
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Participé en la mesa sobre comunicación política. En tres entregas sintetizaré el contenido de la ponencia que expuse sobre la ética de la comunicación frente a la competencia electoral actual en nuestro país. Se trata sólo del marco teórico, porque seguiré trabajando el tema a lo largo del proceso electoral 2020-2021.
Las condiciones de la competencia electoral han cambiado sustancialmente en México y la mayoría de sus componentes federales desde la concreción de la primera alternancia en el ejecutivo federal en el año 2000. La autonomía plena de los organismos electorales se había logrado antes, en 1997 para el caso del entonces Instituto Federal Electoral. Pero fue la salida del antiguo partido hegemónico del nodo del poder nacional lo que terminó de garantizar la equidad y el “piso parejo” para los partidos políticos y los y las candidatas. La fiscalización se reforzó, e hizo posible la resolución de casos de inequidad como “Amigos de Fox” y el “Pemexgate”, con la aplicación de sendas multas a las dos principales coaliciones.
La competencia dejó de basarse tanto –al menos de manera generalizada– en la inequidad en el acceso a recursos para financiar campañas legales o ilegales –con compra y coacción del voto–, y se basculó hacia estrategias propagandísticas y de comunicación política más sofisticadas y sustentadas en las Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación (NTIC), en particular en las redes sociales electrónicas. Las estrategias han mudado hacia la construcción de imaginarios colectivos favorables al candidato o candidata, o desfavorables hacia el adversario, muchas veces acudiendo a lo que se ha denominado como ”posverdades”, “neopropaganda” y desinformación, sustentándose en elementos simbólicos que convocan a la expresión de pasiones, afectos, desafectos y demás reacciones irracionales de los votantes promedio.
Ante esta circunstancia relativamente nueva en nuestro país, la comunicación social y política se ha alejado de la ética de las convicciones y la ética de la responsabilidad que Max Weber propugnaba como guía para los aspirantes al poder (Weber, 2012): las campañas políticas deben ser campo para la competencia con base en las convicciones, pero el ejercicio del poder debe responder al utilitarismo responsable. Ese divorcio pragmático de la ética comunicativa hacia el desarrollo de las campañas electorales plantea muchos dilemas en torno a la ética general de la política, en particular sobre la calidad, cantidad y contenidos de mensajes de propaganda que afectan las percepciones, en busca de la atracción del voto mediante la manipulación de información, sentimientos, temores e incluso odios soterrados.
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Continuaré en mi siguiente entrega…
(*) Antropólogo social. Profesor titular de la Universidad de Guanajuato, y de posgrado en la Universidad DeLaSalle Bajío. Investigador nacional. Exconsejero electoral local del INE y del IEEG. luis@rionda.net – @riondal
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