Escrito por 12:00 am Especial, Revistas

Febrero 2015

La mayor carga de enfermedad de nuestro país se concentra, desde la década pasada y cada vez más en la presente, en los padecimientos no transmisibles, y en las llamadas “causas externas” de morbimortalidad, en las cuales se incluyen los accidentes, los suicidios y los homicidios.

En ese sentido, de los más de 600 mil decesos anuales que ocurren en el país, al menos uno de cada tres está vinculado a las cinco principales causas de mortalidad en todo el territorio nacional, de las cuales todas son padecimientos no contagiosos.

Desde esta perspectiva, ¿por qué dedicar un número de México Social a la amenaza de los virus y otros agentes patógenos, si todos los indicadores muestran que la morbilidad y la mortalidad por padecimientos transmisibles van a la baja, en una prolongada tendencia desde hace al menos 20 años?

La cuestión es que a pesar de tal reducción, la persistencia de padecimientos como el dengue, el paludismo, el cólera, el chagas, la tuberculosis, la hepatitis, el VIH-Sida, la infección y el cáncer provocado por el Virus del Papiloma Humano, entre otros, siguen siendo una muestra de la desigualdad y de las condiciones de pobreza y carencia en el acceso a servicios sociales y de salud para miles de personas.

No es exagerado decir que tales padecimientos pueden ser clasificados como “enfermedades de la desigualdad y la pobreza”, pues en el fondo se generan por agentes externos y medioambientales. Por ejemplo, es común que el dengue afecte a las personas que habitan las viviendas más precarias, en zonas depauperadas de múltiples regiones costeras en el país.

Lo mismo ocurre con padecimientos como el cáncer de cérvix, el cual tiene una alta incidencia en la mortalidad de mujeres jóvenes, sobre todo debido a la falta de detección y tratamiento oportuno.

La mortalidad por VIH-Sida, a pesar de que se encuentra en una fase que los epidemiólogos denominan como “de estabilización”, provoca más de 4,500 decesos anuales, principalmente entre los considerados “grupos de riesgo”, y que a su vez están integrados por personas que cotidianamente enfrentan la discriminación y la exclusión social.

Por otra parte, debe decirse que la mayoría de los decesos causados por las infecciones mencionadas entran en la categoría de “defunciones en exceso evitables”; es decir, muertes de personas quienes, dado el grado de avance en la medicina, la disponibilidad de recursos y de personal médico, no debieron ocurrir jamás.

Se trata de miles de casos en que las personas, debido a la pobreza y la vulnerabilidad por carencias sociales, no pueden acceder a una atención oportuna, y peor aún, no tuvieron la posibilidad de acceder a servicios preventivos que evitaran el contraer las infecciones que los llevaron a la muerte.

Por otro lado, si algo nos recuerda el pensar con seriedad en la persistencia masiva de enfermedades infecto-contagiosas es que, en cualquier momento, podrían aparecer nuevos brotes producidos por mutaciones de virus, o incluso nuevas epidemias como resultado de la aparición de nuevos virus, como ya ocurrió en el caso de la crisis de la Influenza provocada por el virus A1H1, en el año 2009.

México enfrenta en ese sentido un reto doble: por una parte, debe avanzarse hacia la erradicación y control de los padecimientos transmisibles, y muy especialmente aquellos que se transmiten por vectores; y en segundo término, debemos ser capaces de potenciar las capacidades de vigilancia epidemiológica a fin de reaccionar con oportunidad y eficacia, en caso de que vuelva a presentarse una epidemia que nunca se sabe cuán mortífera puede llegar a ser. 

Mario Luis Fuentes
Director general del CEIDAS, A.C.; en la UNAM es integrante de la Junta de Gobierno; Coordinador de la Especialización en Desarrollo Social del Posgrado de la Facultad de Economía; Investigador del Programa de Estudios sobre el Desarrollo; y titular de la Cátedra Extraordinaria Trata de Personas. @ML_Fuentes
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