La democracia representativa liberal en el mundo occidental es el sistema político predominante. En democracia la búsqueda de legitimidad se construye desde el consenso, una democracia donde no hay pluralidad y oposición, no es democracia. En política para llegar a acuerdos debemos convencer, persuadir, hacer uso de la retórica. Aunque nos digan que la construcción del consenso es racional, la realidad es que para ello influimos, negociamos, llegamos a acuerdos y en ese proceso político no debemos perder de vista que participan sentimientos y emociones.
Escrito por: Sol Cárdenas Arguedas
Desde el surgimiento de la lógica racionalista y esa democracia representativa liberal producto de la Ilustración, las emociones debían ser controladas y esa fue la justificación biológica y emocional para que las mujeres, según los señores artífices de estas ideas, las mujeres ni siquiera fuéramos consideradas como sujetas, mucho menos individuas o ciudadanas.
Nos redujeron a cuerpo, nuestra existencia se entendió sólo como emocional, sin capacidad de raciocinio. Si lo que nos hace humanos y nos diferencia de los animales es la razón, a las mujeres nos pusieron a nivel de las bestias; pero esta condición que nos quisieron imponer, esta realidad que construyeron para nosotras no tardó en ser cuestionada y llevamos más de 200 años de historia política feminista.
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Irónicamente, eso que se nos cuestionó resultó ser el mayor combustible para la acción política feminista, puesto que, si no se siente ira frente a la injusticia, simple y sencillamente no buscaríamos justicia. En conclusión, las mujeres somos racionales igual que los hombres, y como todas las personas sentimos, y aunque nos dijeron que estaba mal sentir emociones en política, hoy en día estamos revalorizando las emociones en nuestro contexto.
Por lo anterior, necesitamos pensar en la dimensión ética de cualquier proceso político, la política no puede ni debe prescindir de la ética (aunque en la práctica política así suceda). Camps dice que “no basta conocer el bien, hay que desearlo; no basta conocer el mal, hay que despreciarlo” (2017, p.13). Esto significa que no hay razón práctica sin sentimientos, ya que, la razón no elimina los sentimientos, los transforma, modifica una emoción en otra distinta o más moderada, que se vuelve parte de la forma de ser de la persona. Todo esto supone que los sentimientos y las emociones llevan a la acción, porque la razón por sí sola no logra movilizarnos.
Pues es que no sólo debemos politizar, es decir tener las ideas, la teoría y los conceptos claros, sino que debemos ser capaces de sentir simpatía, empatía y compasión por el otro, somos seres políticos porque tenemos capacidad de ser simbólicos, de producir palabras, de decir lo que sentimos y pensamos, y también, somos políticos porque somos capaces de encontrarnos, entre los diversos y por lo tanto entre los iguales, como pensaba Arendt (1997).
Y es que las emociones a pesar de ser individuales, la política se aprende de forma colectiva, y es que también nos enseñan a sentir. El ser político, en resumen, se construye, Amorós (1998) bien dice que a las mujeres se nos ha impuesto y colocado en el espacio de las idénticas, no en el espacio de los iguales, porque para ser iguales necesitamos ser sujetas, individuas y para esto necesitaríamos ser reconocidas como personas. Y eso significa en el mismo sentido de Arendt, que para ser individuas deben ser reconocidas nuestras diferencias, porque a partir de la aceptación de nuestras diferencias, seremos reconocidas como iguales, justamente esa diferencia es lo que nos hace iguales.
En la actualidad las mujeres, seguimos luchando por experimentarlo, queremos ser individuas, sujetas políticas, iguales, personas. Ser sujeta política implica el ejercicio del poder, y es que el poder está en todos lados, es de grupos no de individuos.
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La realidad es que solemos escuchar que las mujeres sí ejercemos poder, y es que no debemos olvidar que históricamente no lo tuvimos en el espacio público (el espacio de la política). A las mujeres nos dijeron que nuestro espacio era el doméstico, el privado y que ahí ejercemos poder, pero yo me pregunto: ¿qué poder? ¿el de escoger (de acuerdo con roles y estereotipos de género) qué cocinar? ¿sopa de espinacas o de zanahorias? No pues, con todo respeto, muchas mujeres y yo les regalamos su “poder máximo” en el espacio privado.
En este sentido, Valcárcel (2020) señala que las mujeres queremos el derecho al mal, “universalicemos definitivamente, contribuyamos al bien haciendo el mal” (p. 184), al ejercicio del poder en el espacio público ¡Ese, el poder que realmente cuenta! para la toma de decisiones colectivas, el que conduce a la trascendencia no a la inmanencia -pensando en la dialéctica del amo y el esclavo que recupera de Hegel, De Beauvoir (1981) desde la lógica feminista-.
Y pues es que ser iguales, individuas, sujetas políticas implica también ser libres, definirnos no a partir de los hombres sino de nosotras mismas. ¿Y ese proceso cómo lo logramos? Siempre he creído que una forma de resistencia, son los procesos de concientización, no puede haber emancipación sin consciencia de nuestra propia condición de opresión, nuestra circunstancia en el mundo; y para eso necesitamos sentir.
Necesitamos hablar también desde nuestras experiencias personales y nuestros sentimientos y emociones, porque éstos no sólo son esa brújula ética, sino también política. Y es que la acción política necesita de emociones, por ejemplo, para el feminismo la ira es fundamental.
Es un hecho que la ira siempre ha tenido una connotación negativa para las mujeres, las mujeres no debemos enojarnos, porque si lo hacemos “somos emocionales”, no racionales. ¿Pero cómo no sentir ira frente a la opresión histórica que hemos vivido? Recuperando a Nussbaum (2018), señalo que las feministas no estamos frente a una ira de estatus, en sus palabras “el daño de estatus tiene un resabio narcisista: antes que enfocarse en el carácter injusto del acto en cuanto tal (…) la persona que siente ira de estatus se enfoca obsesivamente en ella misma y en su posición en relación con otros” (p. 46).
Esa ira de estatus de la que habla Nussbaum (2018), es una iraque busca la venganza, implica entonces una lógica individualista porque una ira que busca la justicia es colectiva, es constructiva y se vincula con la esperanza. La ira puede ser un indicador de que algo está mal, es injusto y/o como parte del proceso de concientización o motivación de la persona (véase Nussbaum, 2018, pp. 71-72).
A partir de lo anterior, afirmo que el feminismo es vindicativo porque busca la emancipación, la reivindicación y la reparación del daño. No nos confundamos, el feminismo no busca oprimir, tampoco subordinar y mucho menos dominar; el feminismo no odia, el machismo sí.
El feminismo entonces implica teorizar, criticar y reconstruir el mundo en el que vivimos, por eso precisamente ser feminista implica politizar, y para esto debemos sentir, emocionarnos y entonces sí: actuar políticamente.
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Fuentes consultadas
- Amorós Puente, C. (1998). Mujeres, feminismo y poder. Fórum de política feminista.
- Arendt, H. (1997). ¿Qué es política? Barcelona: Paidós.
- Camps, V. (2017). El gobierno de las emociones. Barcelona: Herder.
- De Beauvoir, S. (1981). El segundo sexo. I. Los hechos y los mitos. Buenos Aires: Ediciones Siglo veinte.
- Nussbaum, M. (2018). La ira y el perdón. Resentimiento, generosidad, justicia. México: FCE.
- Valcárcel, A. (2020). Sexo y filosofía. Sobre mujer y poder. España: Almud Ediciones de Castilla-La Mancha.
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