Una nueva ola de violencia recorre el país. Pero no es solo la que es promovida y ejercida por el crimen organizado. En la sociedad hay también signos ominosos que, más allá del malestar social, resultan del todo reprobables y serán siempre injustificables. Las escenas que presenciamos a diario son cruentas, macabras. La semana pasada, por ejemplo, Milenio presentó el video de un linchamiento, perpetrado por una turba sanguinaria, en el cual se observa cómo arden los restos mortales de la víctima
Sorprende y genera estupor, que en el video, frente al cadáver en llamas, se escuchan personas comentando el siniestro espectáculo; lo hacen riéndose, con sorna respecto a lo que tienen enfrente; como si la ejecución de una persona, quien sea, pudiera constituirse en asunto de chiste; una ausencia total de respeto o consideración mínima a la dignidad humana.
¿Hay una diferencia sustantiva entre esta forma de ejercer la violencia, y la perpetrada en contra de los tres estudiantes de Guadalajara, quienes fueron levantados, asesinados y sus restos mortales, aparentemente disueltos en ácido? Si son distintas, ¿cuáles son las características o elementos que permitirían diferenciar una y otra, y cómo, sobre todo, prevenirlas y evitarlas?
¿Frente a qué estamos? Esta pregunta debe ser planteada con humildad y honestidad por todos los candidatos, más aún, debe ser reflexionada con el cuidado requerido durante la campaña, y posteriormente, en un diálogo abierto y mesurado con quien gane, continuar profundizando en sus aristas y consecuencias.
El diseño de una política pública frente a estas formas y dimensiones de la violencia, exige de prudencia, de una auténtica comprensión que permita romper con la lógica imperante de la política pública relativa a que sólo puede resolverse aquello que puede medirse. En ese sentido es válido preguntar: ¿cuáles son los indicadores para medir las consecuencias de un linchamiento en una comunidad? ¿Cuáles, para dimensionar el miedo en una comunidad en la que son desaparecidas familias enteras, incluidas niñas y niños, que luego son encontrados muertos?
Estamos ante una realidad inédita, en donde el miedo significa algo más siniestro que el miedo: no sólo hay la posibilidad de ser víctimas del delito, sino de algo peor: el sadismo de sus perpetradores, o la venganza idiota de una turba enardecida capaz de ejecutar a personas que “se parecían a un delincuente”.
Lo que pareciera ocurrir es que la violencia está profundamente arraigada en las comunidades, en las familias, y que, dicho de forma alegórica, está agazapada a la espera de un detonante para saltar encima de víctimas propiciatorias sobre las que no en pocas ocasiones se “resuelve” la venganza social y una sórdida ansia de dañar, sobajar y destruir.
Frente a los fenómenos extremos ante los cuales nos está situando la violencia, tenemos también lo que Baudrillard llamaría “una epidemia de simulación”. Todos parecen estar haciendo algo, todos parecen saber qué es lo que se debe hacer y todos parecen preocupados por una realidad maldita que nos desborda en nuestra capacidad de comprensión.
El linchamiento como fenómeno extremo de la violencia implica la ruptura de todo: del orden institucional que lleva al enardecimiento de la turbamulta, y de la capacidad mínima de actuar como humanidad, pues lo que priva es el deseo rabioso de la aniquilación de quien sea, con tal de apaciguar la extrema frustración en que se vive y se muere cotidianamente.
Se equivocan quienes piensan que lo necesario es sólo una nueva estrategia de seguridad policiaca. Estamos por el contrario, ante la urgencia de contener lo que filósofos como Bataille llaman la “energía de lo maldito”, el encadenamiento de todo lo que se encuentra desarticulado, en el abandono de lo institucional.
La violencia que enfrentamos no es la encarnada por un monstruo como Frankenstein; sino la representada en la Gorgona, en el Kraken: se trata del terror múltiple, desconocido. Y frente a eso, ni en la antigüedad ni ahora, hemos tenido las respuestas adecuadas.
Artículo publicado originalmente en el periódico Excélsior el día 7 de mayo de 2018
@MarioLFuentes1 Barack Obama presentó su último “discurso a la nación” el pasado marte