Una sociedad en la que no se cuenta con la capacidad suficiente para proteger la vida de las niñas y los niños puede ser calificada como una sociedad sanguinaria. Cuando se trata de los más pequeños, se entra en el terreno de lo impensable; es decir, en el vacío absoluto de significados, porque no hay signo posible para comprender el homicidio de una niña o un niño.
Si algo describen con enorme maestría Goya y Rubens con sus cuadros relativos a Saturno devorando a sus hijos, es precisamente lo monstruoso del acto de cometer infanticidio: se trata de la locura total; del abandono absoluto de la ética y de cualquier posibilidad civilizatoria.
Lo datos que proporciona el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) respecto de la mortalidad por homicidios permiten dimensionar el drama y las condiciones trágicas que amenazan a nuestra niñez: entre los años 2010 y 2015 han sido asesinados en el país 431 niñas y niños menores de un año, es decir, un promedio anual de 71 homicidios, o bien, de un caso cada cinco días.
Por su parte, para el grupo de uno a cuatro años las cifras son aún peores: de acuerdo con el Inegi, la cifra para el mismo periodo es de 678 casos, equivalente a un promedio anual de 113 homicidios, por lo que, para este segmento de edad, la estadística es prácticamente de un caso cada tres días. En suma, se trata de 1,109 homicidios en los cuales las víctimas eran niñas y niños menores de cinco años, lo cual arroja, en conjunto, un promedio de dos casos por día.
Desde esta perspectiva es posible afirmar que, si hay un constante llamado a reconocer que vivimos condiciones epidémicas de violencia contra las mujeres en general, deberíamos ser mucho más incisivos en la denuncia de que en la primera infancia los niveles de desprotección en que se encuentran las niñas son todavía mayores; pues mientras que el promedio de homicidios cometidos en el país en contra de mujeres equivale aproximadamente a 12% del total de casos registrados por año, en las niñas de menores de cinco años la proporción de homicidios es cercana a 45%.
En este reconocimiento, no debe perderse la perspectiva general: somos un país inapropiado para la niñez. De acuerdo con la información oficial, tenemos una tasa de mortalidad por homicidio de niñas y niños menores de cinco años de 1.61 casos por cada 100 mil en el grupo de edad.
En el Informe Nacional sobre Violencia y Salud, 2004, las cifras presentadas por el gobierno mexicano indicaron que en ese año hubo 193 homicidios cometidos contra niñas y niños menores de cinco años: es decir, una tasa de 1.83 casos por cada 100 mil en el grupo de edad. El comparativo es más claro si se considera que entre 2010 y 2015 el promedio anual de homicidios contra menores de 5 años es de 184 casos.
Estos datos sugieren que en el periodo de 2002 a 2015 hubo muy pocas variaciones en el número y la tasa de homicidios cometidos en contra de niñas y niños menores de cinco años, realidad que nos ubica en una trayectoria salvaje, pues resulta a todas luces inaceptable la incapacidad que hemos tenido de reducir sustancialmente esta problemática.
Debe destacarse además que la evidencia muestra un incremento en el número de homicidios de niñas y niños en la primera infancia asociado a la violencia sistémica generada por el crimen organizado. Si en los años 2016 y 2017 ha habido repuntes importantes de violencia respecto de 2014 y 2015, es probable que el registro de homicidios contra los más pequeños también sea mayor.
Esta situación atroz no tiene ninguna justificación. De no ser modificada en el corto plazo, en el futuro tendremos que asumir, con toda la vergüenza posible, que construimos un tiempo infame contra la niñez. Que fuimos, literalmente, una horda de bárbaros.
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