Nos encontramos en medio de varias encrucijadas históricas de México y del mundo. Estamos en un polivalente momento de los acontecimientos -que a todos nos tocan- que nos debe situar en plantearnos en dónde nos encontramos. Saber quiénes somos implica saber dónde estamos, ante quién estamos
Este polifacético presente como laberinto, es uno fundamental para revisar la memoria del mundo, y, por tanto, para poder posibilitar ver con mayor amplitud las contradicciones de este tiempo, las novedosas condiciones y nuestro propio presente.
En esa tarea titánica de todos los sentidos, no obstante, hay que asumir, con cierta humildad y sutileza, que los elementos (para explicar la realidad) que otrora nos mostraron o enseñaron como baluartes con valor histórico, hoy no son más que ruinas o restos de un cataclismo intelectual del cual aún no se recupera, al menos, Occidente. Ruinas intelectuales y académicas estériles e impotentes.
Poder observar nuestros contextos es poder ver, o mirar, no sólo a México, sino a América Latina y al mundo hispánico en un contexto mundial y un pletórico momento de información y de datos en esta era de la simultaneidad que consume la atención de los desprevenidos que buscan encontrar mundoen la pura captación de lo fugaz y efímero.
Por eso mismo, para enfocar con precisión al presente, hay que situarnos mucho más allá de un enfoque meramente escolar (y hay, en todo caso, que revisar qué está sucediendo en las escuelas, y de forma urgente e importante, qué se está entendiendo por educación hoy, sobre todo ahí donde se confunde a la educación con la capacitación).
Bajo esas premisas, habremos de replantearnos, con rigor y profundidad, qué hacemos y qué hemos hecho —nosotros todos— en el escenario de lo que llamamos realidad. Porque es indispensable retomar los conceptos para poder entender lo político, y lo que hace de este contexto el alcance de la palabra en principio, de la comunidad que tenemos también nosotros todos en medio de lo inexplicable, del aparente caos y de la violencia cotidiana que vemos y vivimos como una escenografía siniestra donde también, todos somos actores.
Hay que encontrar tintes suficientes para realizar un boceto integral, para construir, o al menos proponer, espacios y resonancias en el lenguaje y en la expresión, ante lo que a todas luces nos hace falta, para actuar de otra forma, para construir una ciudadanía con otros alcances, sobre todo, desde el oficio profesional que a cada uno nos toca, más allá de la mera inmediatez y del mero premio laboral o económico.
Las reflexiones políticas que se sustentan en los humanismos o en la teoría no deberían ser sólo actos de difusión o recordatorios de autores (de moda), sino esfuerzos por develar claves de la realidad y del Espíritu del tiempo —amplio e histórico— que nos envuelve entre la existencia y la inmediatez de nuestra palabra, por elemental que ésta sea.
Hay que someter a prueba al conocimiento, y al contenido mismo de la palabra con la que ofrecemos narrativa, sin omitir que el mundo es algo más que sólo palabras. Es imponderable superar el fanatismo que ha impuesto la técnica en todos los niveles, para poder transitar de la comunidad posible, a la comunión real del poder vivir juntos, sin falsas expectativas. Hay, por tanto, que reconocer y recordar que somos resultado del verbo heredado, sin ese ímpetu impuesto desde el dogma, sino como elemento conceptual que nos viene desde la antigüedad.
Dr. Otilio Flores Corrales Es Doctor en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM); Catedrático de filosofía política (UNAM); escritor |