En pocas ocasiones nos concedemos tiempo para reflexionar sobre las tendencias que están modelando nuestro futuro. Estamos agobiados por tantas urgencias, por las dificultades inmediatas y los apuros del día a día, nos vemos atropellados por temas que entran a la discusión un día y salen al siguiente, y las agendas públicas se van colocando según lo requiera el ritmo político, y no según la gravedad de nuestros pendientes.
Escrito por: Enrique Provencio D.
En días recientes ocurrió una excepción, pues gracias a una convocatoria de El Colegio Nacional, se pusieron a debate algunas de las dimensiones críticas de la encrucijada en la que estamos, en el mundo y en México. Según lo consignaron en la convocatoria, se invitaba a “seguirle el rastro a las repercusiones de la pandemia para empezar a definir las decisiones que deben tomarse hoy si queremos construir el futuro preferido” https://bit.ly/3DgK1HU
Puede ser discutible la idea sobre nuestra capacidad para moldear el futuro, pero es muy pertinente el llamado a reflexionar con más aliento sobre el rumbo que están tomando los acontecimientos luego de los profundos impactos del Covid 19, a recuperar las aspiraciones de cambio que surgieron cuando nos vimos obligados al confinamiento y quedaron en evidencia tantas debilidades de nuestra organización colectiva, cuando afloraron con mayor crudeza las desigualdades y se nos presentaron con especial elocuencia las fallas de los servicios públicos, entre otras expresiones de la crisis de la pandemia.
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En la mesa sobre El futuro del desarrollo económico, en la que participé junto con Graciela Teruel, Laura Vázquez y José Casar, la tarea fue identificar las dificultades más significativas que enfrenta nuestro desarrollo, ubicar las tendencias clave que lo están remodelando, tanto las globales como las de México, y reflexionar acerca de las reformas y las políticas para encauzar un desarrollo que sea más equitativo, sustentable ambientalmente y más igualitario. https://colnal.mx/agenda/el-futuro-del-desarrollo-economico/
Estamos ante tal cúmulo de incertidumbres y perplejidades, que resulta por lo menos arriesgado hablar del futuro del desarrollo y adelantar planteamientos sobre los cursos que pueden tomar los grandes acontecimientos que inciden en las sociedades y sus capacidades para generar bienestar y capacidades productivas.
En los meses, semanas y días recientes han abundado las caracterizaciones y los calificativos sobre la situación global, y lo menos que se ha dicho es que el panorama es lúgubre, sombrío, titubeante e incierto, sobre todo porque apenas se estaba consolidando la recuperación en la mayor parte del mundo a pesar de que la pandemia y sus olas de contagios continuaban. Luego la invasión rusa a Ucrania agravó las dificultades en la inflación, la energía, el comercio de alimentos y otras que desaceleraron el ritmo económico y nos pusieron al borde de una nueva recesión.
Ante tal horizonte, nos urge informarnos, debatir y dialogar mejor, y tener más elementos para calibrar las posibles consecuencias de las disyuntivas y los escenarios ante los que nos encontramos. Está claro que no se puede hablar del futuro ni del presente del desarrollo sin involucrar la demografía, el bienestar social, el ambiente, la democracia, la ciencia y la innovación, la seguridad y la violencia, entre otros temas que también se discutieron en este encuentro El mundo ante la encrucijada de El Colegio Nacional.
¿Cuál desarrollo queremos? Uno centrado en el bienestar, la equidad y la inclusión, por supuesto, y que sea sustentable en lo ambiental. Hasta aquí no hay desacuerdo. También necesitamos un fortalecimiento productivo, capaz de generar empleos dignos y bien remunerados, que provea suficientes bienes al acceso de la mayoría, y servicios adecuados en salud, cuidados, educación, seguridad social. En los medios para conseguir esa capacidad productiva, los acuerdos no son tan sencillos, y de hecho hay divergencias y hasta contraposiciones.
Un ejemplo de tantos es el mecanismo del que echaron mano las sociedades que mejor se desempeñan en cuanto al desarrollo con inclusión social, y que es la redistribución a partir de la captación fiscal y la ejecución de gastos públicos que alcancen para cubrir los derechos sociales. Es la reforma fiscal, que también sirve para realizar las inversiones públicas para infraestructura, transición climática y otros fines públicos, sobre todo donde las empresas no invierten. Lo sabemos y seguimos en la inacción.
Muchos de los grandes problemas nacionales tienden a empeorar por el rezago productivo, que nos condena a mantener el empleo informal, de baja productividad y mal remunerado. Es un caso claro en el que no se requiere más que mirar la historia reciente y examinar el presente para saber que en el futuro las cosas seguirán saliendo mal sin más inversión, y que supone una política eficiente para fomentar y atraer capitales productivos. Lo sabemos y seguimos en la negación.
Y así se puede seguir con temas y casos en los que las experiencias nacionales y de otros países indican la urgencia de correcciones y nuevos rumbos. Las urgencias inmediatas son muchas, pero las formas en las que las encaramos no alcanzan para corregir las malas tendencias. Invitaciones como la de El Colegio Nacional nos ayudan a pensar más en el futuro que nos espera si no debatimos mejor el presente.
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