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La relación EEUU – México: la geopolítica del narco-terrorismo

La decisión del gobierno de Estados Unidos de designar a seis cárteles mexicanos como organizaciones terroristas marca una inflexión en la ya de por sí convulsa relación bilateral entre ambos países. Si bien el anuncio se inscribe en una lógica de control sobre las fronteras y de intervención legitimada en el discurso de la seguridad nacional, también revela una expansiva y autoafirmativa tendencia a transformar la guerra contra el narcotráfico en una nueva versión del “estado de emergencia” permanente. Como en las cápsulas del “espuma-mundo” de Sloterdijk, esta decisión genera una “esferología del pánico” donde el enemigo es difuso, y la respuesta, una militarización sin fin.

Escrito por:  Saúl Arellano

Soberanía y biopolítica del miedo

Designar a los cárteles como organizaciones terroristas no es una acción meramente nominal. Implica la habilitación de un marco de actuación extraterritorial que permitirá a las agencias estadounidenses llevar a cabo operaciones encubiertas y abiertas con el amparo del derecho internacional antiterrorista. En términos fácticos, se legitima la expansión de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA), la CIA y el Departamento de Defensa en tareas de “neutralización” del crimen organizado, bajo los mismos preceptos que justificaron la caza de Bin Laden o la guerra contra el ISIS.

Desde la perspectiva de México, esta decisión no solo vulnera su soberanía, sino que redefine su estatus en la configuración global del conflicto. El Estado mexicano, ya mermado por la creciente incapacidad de controlar territorios capturados por el narco, se enfrenta ahora a la posibilidad de ser conceptualizado no solo como un “Estado fallido”, sino como un “teatro de operaciones” donde se desenvuelven estrategias imperiales de contención y despliegue. La respuesta del gobierno de Sheinbaum, aunque firme en su defensa de la autodeterminación, se tambalea entre la débil condena diplomática y la inoperancia estructural para frenar las consecuencias de esta decisión.

La biopolítica, entendida en términos de Foucault, como la administración de la vida por el poder soberano, adquiere un matiz aún más complejo en la designación de los cárteles como organizaciones terroristas. No se trata solo de una estrategia de seguridad, sino de un reordenamiento del control sobre los cuerpos, las fronteras y las narrativas del poder. En este marco, la criminalización del narcotráfico se expande más allá de lo jurídico y lo penal, mutando en un dispositivo que legitima un estado de excepción perpetuo.

El terror no es solo una amenaza externa; es una forma de gestión de las poblaciones. Estados Unidos construye así un aparato de intervención donde el enemigo no es solo un grupo criminal, sino el propio tejido social que lo alberga. La militarización de la frontera, el reforzamiento de los dispositivos de vigilancia y la expansión de las agencias de inteligencia no son únicamente respuestas al crimen organizado, sino mecanismos de disciplinamiento biopolítico. La securitización de la guerra contra el narco produce una nueva forma de vida en la que el ciudadano mexicano, especialmente en las zonas más afectadas por la violencia, queda atrapado en una lógica de sospecha permanente.

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La economía del narcoterrorismo

En la racionalidad de esta medida hay un guiño evidente al complejo industrial-militar estadounidense. La designación de los cárteles como grupos terroristas permite ampliar el presupuesto del Pentágono para la “seguridad hemisférica”, diversificando los escenarios de conflicto y alimentando la demanda por sistemas de vigilancia, drones y operativos transfronterizos. Si la “guerra contra el terror” en Medio Oriente justificó invasiones y ocupaciones, la “guerra contra el narcoterrorismo” en México abre la puerta a nuevas formas de intervención con el amparo de la lucha contra el crimen globalizado.

Más allá de la narrativa oficial, este señalamiento de los cárteles también impacta los flujos económicos transnacionales. La medida implica la activación de sanciones financieras, la confiscación de bienes y la imposición de restricciones a operaciones bancarias vinculadas al lavado de dinero. En la práctica, esto podría significar un reordenamiento de los circuitos de la economía criminal, empujando a los cárteles a modificar sus estrategias de blanqueo y transferencia de capitales.

Estrategia y destino: entre la simbiosis y la ruptura

México y Estados Unidos han construido una relación de dependencia estructural en materia de seguridad. La designación de los cárteles como terroristas podría erosionar los ya frágiles mecanismos de cooperación en inteligencia y operativos conjuntos, pero también podría servir de excusa para una mayor ingerencia en las estrategias de seguridad interna del país. En este sentido, el gobierno mexicano se enfrenta a una disyuntiva: reafirmar su autonomía o ceder, bajo presión, a un modelo de intervención que transformaría la guerra contra el narco en un conflicto de dimensiones geopolíticas mayores.

Peter Sloterdijk, en su crítica a la modernidad y su “esferología de la inmunidad”, nos recordaría que esta medida es, en el fondo, la reproducción de un mecanismo de autoconservación de la hegemonía estadounidense. No se trata solo de erradicar el crimen, sino de redefinir la arquitectura de la seguridad global en términos que perpetúan la lógica de un enemigo inacabable. La designación de los cárteles como terroristas no es el fin de la guerra, sino su adaptación a un nuevo formato en el que las fronteras entre el crimen y la política se difuminan hasta el punto de la indiferenciación.

En este escenario, México enfrenta el riesgo de verse reducido a un “territorio de contención”, un área donde se aplican estrategias de guerra irregular en nombre de la seguridad global. La historia nos enseña que esta clase de medidas no conducen a la resolución del conflicto, sino a su perpetuación bajo nuevas etiquetas. El reto es ahora para México: definir si se convertirá en cómplice de su propia desintegración soberana o si encontrará la manera de resistir, con inteligencia y estrategia, a la máquina de guerra que amenaza con engullirlo.

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Investigador del PUED-UNAM

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