“Descubrí que podía decir cosas con colores y formas que no podía decir de otra manera, eran cosas para las que no tenía palabras”.
Georgia O’Keeffe
Un gran referente del arte moderno en los Estados Unidos es sin duda Georgia O’Keeffe. Su estilo personal es una especie de combinación de arte indígena americano, modernismo, arte abstracto, art-decó, surrealismo. Sus icónicas pinturas abstrajeron la naturaleza de una manera inédita.
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Es muy conocida especialmente por sus pinturas de flores, rascacielos de Nueva York y paisajes de Nuevo México. O’Keeffe ha sido reconocida como la “madre del modernismo estadounidense”, una de las grandes pioneras del arte moderno estadounidense del siglo XX. Llegó a decir: “si tomas una flor y en verdad la miras, por un momento se convierte en tu mundo”; sus flores sin duda fueron únicas y maravillosas. También se suele clasificar su obra como estilo precisionista.
El precisionismo, también llamado realismo cubista, fue un movimiento artístico desarrollado en Estados Unidos en los años 1920. Los precisionista aglutinaron la composición cubista con la estética futurista, aplicada a una iconografía inspirada en los ambientes rurales e industriales norteamericanos. El término fue acuñado por el pintor y fotógrafo Charles Sheeler, que describió así su estilo pictórico, de gran detallismo y precisión.
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Georgia O’Keeffe (1887-1986)
Georgia O’Keeffe nació en una granja de Wisconsin en 1887. O’ Fue la segunda de siete hijos. Sus padres fueron Francis Calyxtus O’Keeffe e Ida Totto productores de leche. Su padre era irlandés. Su abuelo materno George Víctor Totto, en cuyo recuerdo fue llamada Georgia, era un conde húngaro que emigró a Estados Unidos en 1848. Desde pequeña ella deseaba convertirse en artista y comenzó su instrucción formal en 1905 en la escuela del Instituto de Arte de Chicago, y posteriormente en la liga de Estudiantes de Arte de Nueva York.
Ya para 1915 empezó a crear dibujos abstractos y rítmicos con la técnica de carbón, inspirados en la naturaleza. Sin embargo, hay que mencionar que la “abstracción” se seguía considerando algo radical en Europa, y Georgia fue una de las pocas artistas que experimentó con ella en Estados Unidos, encontrando un estilo personal, una manera única de crear.
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En Nueva York, uno de sus amigos le mostró uno de sus dibujos abstractos al famoso fotógrafo Alfred Stieglitz, y por supuesto quedó impresionado. En 1917 Georgia realiza su primera exposición individual, en la galería de Alfred. Entre ellos surgió el amor y se casaron en 1924. Georgia se hizo muy conocida por sus grandes y detalladas pinturas de flores. Expresó en ocasiones que cuando miraba una flor de cerca, veía en ella un paisaje, todo un mundo y justamente deseaba compartir esa belleza en sus cuadros.
El peso de un entorno desigual
Por las circunstancias del entorno, pesó más en ese momento, la relación romántica que tenía con Stieglitz; la crítica enfatizó que sus flores se asemejaban a la anatomía femenina. Por supuesto eso no le pareció justo y se entristeció. Es importante mencionar que esa relación con la representación de la sexualidad de las mujeres, también fue alimentada por fotografías sensualmente explícitas que Stieglitz le había tomado y exhibido.
En 1929 comenzó a viajar a Nuevo México inspirada por la belleza de los paisajes del suroeste, y para escapar de la crítica que se le hacía a sus flores, empezó a pintar montañas, huesos de animales encontrados, y el desierto; una de sus obras más notables, que demuestra su habilidad para representar los edificios en el estilo precisionista, es la Radiator Building-Night, Nueva York. Sin embargo, lo que sin duda disfrutó fue pintar al aire libre, inclusive algunas veces lo hizo en medio de las tormentas o el calor intenso del lugar.
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Precisamente destacó por su estilo y enfoque pionero para abstraer la naturaleza mediante bloques de color y fue todo un éxito. Convirtió su automóvil Ford en un estudio móvil al aire libre. Adoraba contemplar las puestas de sol y los amaneceres, recreando ese colorido en sus obras, colores nocturnos.
En 1946, tres años después de la muerte de Alfred, se mudó a Santa Fe para trabajar de tiempo completo en su casa conocido como “El Rancho Fantasma”. Viajó por el mundo vendiendo y exponiendo su obra. Los paisajes de Perú y Japón la inspiraron.
Su vida en México
A partir de los 62 años Georgia se instaló a vivir de manera permanente en su rancho de Nuevo México. El lugar, su luz, sus paisajes y su arquitectura tuvieron una gran influencia en sus cuadros, como puede apreciarse en su obra. Durante su vejez continuó creando y caminando por las montañas de Nevada, mientras sus jóvenes asistentes le seguían el paso con esfuerzo.
A sus noventa años su vista comenzó a deteriorarse, trabajando la escultura, pero no dejó de trabajar nunca pues decía: “Puedo ver lo que quiero pintar. Lo que te hace querer crear, sigue ahí”. (Ignotofsky, 2021) Murió en 1986 a los noventa y ocho años. O sea, ella creó arte durante setenta años. El cerro del Pedernal era su lugar favorito para crear y allí se esparcieron sus cenizas.
En 1985 recibió la medalla Nacional de las Artes por su trayectoria, y en el 2014, la obra “Jimson Weed” de 1932 se vendió por 44,4 millones de dólares, más de tres veces el récord de subasta mundial anterior para cualquier artista femenina. El Museo de Georgia O’Keeffe se fundó en 1997 en Santa Fe. Sus flores han conseguido sobrevivir al paso del tiempo, a su propio mito y la han convertido en, como la llaman en el catálogo de la muestra, “madre del modernismo americano”. Su pintura «Estramonio. Flor blanca nª1″, de 1932 fue subastada en Sotheby’s en 2014 por 35,4 millones de euros. Más recientemente el Museo Thyssen dedicó una retrospectiva a la artista estadounidense en abril del 2021.
Reflexiones finales
Georgia O’Keeffe vivió su vida con total libertad. Se dice que fue polígama, bisexual… lo cierto es que vivió como quiso hacerlo. Sintió una gran conexión con la naturaleza. Lidió con la infidelidad de su esposo, el fotógrafo Stieglitz. La pintora vivió sus últimos años rodeada de un círculo más íntimo: su ama de llaves, su asistente (el ceramista Juan Hamilton, 58 años más joven, sobre quien se rumoreó que se habían casado en secreto, y que heredó gran parte de sus posesiones cuando ella falleció a los 98 años en 1986), amigos a los que permitía hacer visitas. No es que estuviera recluida ahí, pero era ella quien decidía quién la visitaba y cuándo. Le gustaba la soledad, y pintar de soledad. Sin duda, la obra de O’Keeffe ha sido revisada, interpretada y manipulada de formas muy diversas.
En lo que respecta al tema del feminismo para el cual la artista ha sido estudiada, también es interesante para replantear y cuestionar la construcción de la subjetividad femenina. Que, si las flores tienen connotaciones a las formas anatómicas de la vagina y que supuso una dura crítica para O’Keeffe, no olvidemos que las relaciones sexuales y sociales de las mujeres se han forjado dentro del marco de una cultura patriarcal. La escritora y crítica Lucy Lippard: “existe tan sólo una sutil frontera entre el uso que hacen los hombres de la imagen de la mujer para provocar una sensación de excitación visual y el uso que hacen las mujeres de la imagen femenina para para denunciar esa misma objetualización”. (Mayayo, 2013)
Se hizo famosa por su independencia, por la forma en que diseñó su vida, de una manera tan sencilla que parecía un modelo a seguir para toda la contracultura. Lo cual nos hace cuestionarnos si realmente nosotros vivimos la vida que queremos vivir… ¿Disfrutamos de la vida? ¿Apreciamos los bellos momentos de un paisaje, de la naturaleza, de una puesta de sol, de un momento de soledad?.
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