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Guerra, guerra…

¡Guerra, Guerra sin tregua al que intente 
de la patria manchar los blasones! 
¡Guerra, guerra! los patrios pendones 
en las olas de sangre empapad.

Estribillo del Himno Nacional Mexicano, 1854 

Los tambores de la guerra retumban en la lejana Ucrania. Un país europeo en extremo exótico para los mexicanos, que no suelen visitarlo ni vivir ahí. La Secretaría de Relaciones Exteriores ha informado que tiene registro de 96 familias mexicanas, particularmente en Kiev, su capital (t.ly/1r0y). Una nación de poco más de 600 mil kilómetros cuadrados y 44 millones de habitantes. Rica en agricultura y recursos naturales. Son eslavos, cristianos ortodoxos y hablan ucraniano. Poseen un Índice de Desarrollo Humano equivalente al mexicano (0.779), compartiendo el lugar 77 de 189 países (datos de 2020: t.ly/Umfy).

Escribe: Luis Miguel Rionda

La Rusia del sátrapa Putin reivindica 300 años de controlar el territorio de Ucrania, de donde son originarios los célebres cosacos (¿recuerdan Tarás Bulba de Gogol?), y donde se asentó uno de los estados más poderosos de la Edad Media: la Rus de Kiev. Este principado fue abatido por los mongoles asiáticos en 1256. Desde inicios del siglo XVIII fue absorbido por el Zarato moscovita. Los movimientos soberanistas han abundado en la historia reciente de Ucrania, incluso con motivo de la revolución soviética de 1917. Pero siempre se sofocaron los diversos intentos, con costos altísimos en vidas humanas y sufrimientos. Millones de ucranianos fueron víctimas de Hitler y de las limpiezas étnicas de Stalin, quien prohibió el uso de su lengua materna y reprimió su identidad cultural.

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Al caer la Unión Soviética en 1991, Ucrania obtuvo su independencia sin demasiados problemas, gracias al debilitamiento extremo del predominio ruso bajo el desventurado Mijail Gorbachov y el borrachín Boris Yeltsin. Pero todo cambió con el arribo del bilioso Putin en el 2000. Un exagente de la KGB, nostálgico de la guerra fría y el poder soviético, que reprimió a los independentistas chechenos y que reconquistó Crimea en 2014.

Con el actual conflicto volvemos a testimoniar la reapertura de viejas heridas históricas y culturales, pero aderezadas por nuevos elementos geopolíticos, como el control sobre los recursos naturales ucranianos, el paso de los gasoductos rusos y las aspiraciones redivivas de la Rusia autoritaria e imperial. Como todos los caudillos mesiánicos, Putin requiere fortalecer su liderazgo con espantajos externos que distraigan a su clientela política interna de los problemas urgentes en su cotidianidad. Por supuesto, su irresponsabilidad es enorme, pues juega con fuerzas que una vez desatadas son difíciles de controlar, como una guerra internacional que puede convertirse en conflicto entre bloques militares con poderes de destrucción masiva.

¿En qué parará este embrollo? Dependerá de los talentos de los organismos internacionales, en particular la OTAN, para frenar el despropósito sin romper la red de la diplomacia y de la fuerza disuasiva. Algo en extremo difícil cuando al final de la línea se encuentra un abusador de callejón, que ya no tantea, sino que soltó el primer golpe y se precipita al pleito. Un año más de prueba, este que vivimos…

Pero nunca ese grito de guerra,
entre hermanos repita el cañón,
solo cante, ya libre, la Tierra,
su himno santo de paz y de unión.

Fallido estribillo final del Himno Nacional Mexicano
Fiestas del centenario 1910

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(*) Antropólogo social. Profesor de la Universidad de Guanajuato, Campus León, Departamento de Estudios Sociales. luis@rionda.net – @riondal – FB.com/riondal – https://luismiguelrionda.academia.edu/https://rionda.blogspot.com/

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