por Bernardo de la Garza / CONADE
Conviene analizar el problema del sobrepeso y la obesidad, no como padecimientos aislados, sino como un tema de hábitos de salud integral, y establecer que la actividad física, además de actuar como detonador en el cambio de costumbres de los individuos, reduce de manera importante el riesgo de desarrollar otras enfermedades no transmisibles.
La Organización Mundial de la Salud señala que la obesidad ha alcanzado proporciones epidémicas a nivel mundial, y cada año mueren, como mínimo, 2.6 millones de personas a causa de la obesidad o sobrepeso. Aunque anteriormente se consideraba un problema exclusivo de los países de altos ingresos, en la actualidad la obesidad también es prevalente en los países de ingresos bajos y medianos.
Para la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, la OCDE, Estados Unidos es el país con mayor tasa de obesidad entre la población adulta con un 33.8%, mientras que México ocupa la segunda posición con un 30%. Mientras que a nivel infantil (5 a 17 años), nuestro país está en el cuarto escalafón mundial.
La obesidad y el sobrepeso, definidos como una acumulación anormal o excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud suelen ser el resultado de un desequilibrio entre la cantidad de calorías ingeridas y las gastadas. El aumento del consumo de alimentos muy ricos en calorías sin un aumento proporcional de la actividad física produce un aumento de peso, y la disminución de la actividad física produce igualmente un desequilibrio energético que desemboca en el aumento de peso.
La alimentación y la actividad física influyen en la salud, ya sea de manera combinada o cada una por separado. Así pues, mientras que los efectos de la alimentación y la actividad física en la salud suelen interactuar, sobre todo en el caso de la obesidad, la actividad física aporta beneficios adicionales independientes de la nutrición y el régimen alimentario, y hay riesgos nutricionales considerables que no guardan relación con la obesidad. La actividad física es fundamental para mejorar la salud física y mental de las personas(I).
Los factores de riesgo de las enfermedades no transmisibles suelen coexistir e interactuar. Al aumentar el nivel general de los factores de riesgo es mayor el número de personas expuestas a las enfermedades. Por consiguiente, las estrategias de prevención deben plantearse la reducción de los riesgos en toda la población(I).
En el listado “Deaths atrributed to 19 leading factors, by country income level, 2004” publicado por la Organización Mundial de la Salud, la falta de actividad física o sedentarismo, ha sido ubicada en el lugar número cuatro dentro de las causas de muerte, con 3.2 millones de personas fallecidas por esta causa, por debajo de la hipertensión, el tabaquismo y los niveles de glucosa en la sangre; para sorpresa de muchos, la lista la señala por encima del sobrepeso y la obesidad, que ocupan el quinto lugar.
Lo más interesante para los promotores del estilo de vida activo es el hecho de que con un incremento en la actividad física, el resto de los padecimientos sufren por consecuencia una mejoría inmediata, y constituye un factor de prevención repetidamente comprobado.
De acuerdo con la más reciente publicación de “The Lancet”, en las personas que no hacen entre 15 y 30 minutos de caminata intensa diariamente aumenta el riesgo de padecer cáncer, cardiopatías, derrame cerebral y diabetes en un 20% a 30% y se acorta su vida de 3 a 5 años(II).
Asimismo, hay evidencia de que la inactividad física causa entre el 6% y el 10% de todas las muertes por enfermedades crónicas; 9% de las muertes prematuras; y más de 5.3 de los 57 millones de las muertes que sucedieron en el planeta en 2008(III).
Es alarmante observar el porcentaje de algunas enfermedades atribuibles a la inactividad física; según la publicación “The Lancet” (Julio 2012), el 10% de los casos de cáncer de colon se pudieron haber evitado por medio de la actividad física; así como el 9% de los de mortalidad prematura; el 7% de aquellos de diabetes tipo II; y el 6 % de los casos de enfermedad coronaria.
La relación del nivel de actividad física y el Índice de Masa Corporal (IMC), que determina si una persona tiene sobrepeso u obesidad, ha sido estudiada bajo la óptica de la intensidad de la actividad física. Las conclusiones de estos análisis señalan que aun en personas con IMC arriba de 27 (considerados con sobrepeso y obesidad), la actividad física reduce el riesgo de mortalidad en un 50%. Dicho de otra manera, las personas obesas activas son más sanas que las que tienen un peso normal y son sedentarias.
El riesgo de sufrir un infarto al miocardio en personas activas disminuye hasta en un 54% en hombres y 84% en mujeres que realizan actividad física constante; estos índices son menores en personas poco activas, pero muy alentadores para la práctica del ejercicio como método de prevención de infartos (hombres 34% y mujeres 66%).
En la actualidad, el Gobierno Federal, a través de la CONADE, impulsa varios programas cuyo objetivo es invitar a la población a realizar cuando menos 30 minutos al día de actividad física. A nivel escolar, por ejemplo, a través del programa “Activación Física Escolar”, que se implementa de forma coordinada con las SEP de cada estado, más de 15 millones de estudiantes de nivel primaria destinan media hora diaria a una actividad física independiente de la clase de educación física. En 2012 han participado más de 25 millones de personas en eventos donde se realiza actividad física, como parte de las acciones de CONADE.
Referencias:
I. Estrategia mundial sobre régimen alimentario, actividad física y salud / OMS 2004.
II. Wen CP, Lancet Julio 2012: 4-5
III. I-Min Lee et. al., Lancet. 9-19, July 2012, “Efectos de la inactividad física en enfermedades no transmisibles; análisis de enfermedades y expectativa de vida”
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