El hábitus neoliberal nos llevó a un callejón sin salida: suponer que, en todo momento y en toda circunstancia, toda persona tiene como única alternativa de vida generar capacidades para incorporarse de la manera “más exitosa posible” a los procesos de producción y consumo que se generan desde mercados que, también se supone, son siempre eficientes y que tienden al equilibrio.
Escrito por: Mario Luis Fuentes
Esta forma de percibir la realidad ha constituido, parafraseando a José Gaos, una “idea-mundo”, una forma de comprendernos y comprender a los demás en nuestro entorno, determinada en la mayoría de sus dimensiones por una racionalidad de tipo económico que, de hecho, reduce a las personas a la categoría de “sujetos-consumidores”; o bien, del “ciudadano-cliente” si se piensa desde el discurso de la gerencia pública.
Predomina la idea de que todo es ordenado y resuelto por el mercado; que la economía por sí misma es capaz de organizar la totalidad de la vida pública, ocultando con ello la dimensión política de esta cuestión: la construcción de la idea de mundo y de que la economía regula todo, no deja de ser en el fondo una idea política, pues de lo que se trata es de mantener un orden de cosas establecido.
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En todo esto, ¿qué significa la idea de la pobreza en las sociedades de la tercera década del siglo XXI? Es una de las preguntas que se plantearon en el 16º Diálogo Nacional por un México Social, organizado en conjunto por la Facultad de Economía, el Instituto de Investigaciones Económicas y el Programa Universitario de Estudios del Desarrollo.
La respuesta á la pregunta mencionada está todavía por construirse de manera amplia; pero es un hecho que la urgencia de plantearla en toda su amplitud y complejidad es crucial para el debate político en el corto y el mediano plazo en nuestro país; porque la forma en cómo se piensa en torno a esa idea, determina no sólo los métodos que se proponen para medirla, sino también, se determinan, o no, prioridades de gobierno.
La retórica de la actual administración ha insistido en que debe priorizarse la atención a las personas pobres. Es una afirmación de tipo ética, pero también ideológica, que resulta difícilmente controvertible. Sin embargo, su traducción en políticas, programas y presupuestos públicos depende de qué se entiende por ser pobre.
En el pensamiento neoliberal la respuesta está construida desde una visión instrumental de la realidad: es pobre una persona cuyas condiciones materiales de vida se ubican por debajo de determinados umbrales, tanto de ingresos como de acceso a servicios. Como se observa, el énfasis que se pone en esa perspectiva está referido a lo que se considera como “mínimos de subsistencia”, vinculados en el mejor de los casos, a un catálogo siempre reducido de derechos económicos, sociales y ambientales.
Frente a ello cabe preguntar: ¿es la única opción que se tiene? ¿En todo caso la pobreza puede y debe ser dimensionada cuantitativamente para construir programas públicos que logren avanzar hacia su erradicación?
La respuesta neoliberal apuntará siempre que sí. Que “mejorar la realidad” implica medir, con la finalidad de saber a dónde dirigir (focalizar) de manera más eficiente los recursos (criterio territorial); y a qué personas otorgar prioritariamente los subsidios y programas (criterio sociodemográfico).
Pero una vez más, la pregunta es: ¿la pobreza se expresa sólo en carencias materiales, empíricamente medibles? ¿O hay algo más que pueda identificarse como esencialmente definitorio de la condición de “ser pobre”? ¿Es posible pensar que la pobreza es erradicable; o que incluso hay narrativas de legitimación de la pobreza, que están más allá del discurso económico?
Podría ocurrir, por ejemplo, que en determinadas sociedades haya grupos de población con ingresos por arriba de los umbrales consensados, y con acceso a servicios públicos “suficientes”; sin embargo, eses grupos de personas podrían estar segregados de la representación política, discriminados por su origen étnico o profesión de fe; y en esa medida, segregados de la participación en la vida comunitaria. ¿Eso podría definirse como una dimensión de la pobreza?
Habría qué preguntarse adicionalmente, aún asumiendo la “idea carencial de la pobreza”, cuáles son las razones por las cuales las personas no pueden salir de esa condición, o por qué a pesar de que algunos lo logran, “su lugar” es ocupado casi inmediatamente por otras personas que caen en esa condición. La visión neoliberal argumenta que se trata de “fallas o distorsiones del mercado”. Pero ante ello cabe preguntar por qué, a pesar de todos los “ajustes” que se han practicado desde la década de los 70 en el siglo XX, el mundo no ha avanzado sustantivamente en la erradicación de la pobreza.
Por ello es pertinente plantear que la pobreza, además de significar carencias y falta de ingresos y oportunidades, puede entenderse como un mecanismo de control y de dominación política y social. Es decir, es pertinente arriesgar la hipótesis de que la pobreza es, en todo caso, un mecanismo diseñado desde el poder para ejercer la dominación sobre la mayoría de las poblaciones, y con ello mantener una estructura de poder político-económico que beneficia a unos cuantos.
Desde esta perspectiva puede plantearse entonces que tanto la pregunta, como las definiciones que predominan en el debate público en torno a la pobreza en realidad son construcciones mayoritariamente políticas.
Ante ello, la academia tiene el reto de pensar y desentrañar lo que está detrás del debate, a fin de no caer en la trampa de reducir la discusión en la materia a una cuestión que, sin dejar de ser relevante en el ámbito de lo conceptual, esté centrada únicamente en lo relativo a las técnicas y procesos de análisis numérico.
La discusión que habrá de darse rumbo a la elección del 2024 sin duda debe abordar esta cuestión: develar el rostro político de la pobreza, en el sentido de sus vínculos con los procesos y mecanismos de dominación; y en esa medida, construir nuevas salidas que, quizá, podrían ubicarnos ante la posibilidad de un quiebre histórico respecto de lo que implica ser pobre.
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